Dejé abierto el balcón de mi cuarto desde el que algunas noches veo las jacobeas torres iluminadas. Confiaba en escuchar, repentino, su graznido. Esperaba que se posara en la ventana después de haber dibujado en su vuelo una eme y una uve doble alternas. Sístole y diástole de la gaviota en el aire. Quería preguntarle –como tantas veces en este blog, casi siempre de manera retórica por falta de interlocutor– detalles con los que encarar el post. Pero terminé por comprender que ella ya lo había dicho todo en la fotografía. Con frecuencia busco fuera de la imagen lo que estaba dentro. Posó, como disecada en un cielo de lienzo, con sus alas enérgicas y rematadas con plumas recién fugadas del tintero. Dejo que picotee en las telarañas más secretas de la nostalgia y las dudas recónditas que aflorarán con el otoño. Esconde uno de sus ojos, un gesto repetido por varios de quienes han desfilado por este mismo espacio desde mayo. ¿Vienes de saludar a la fidelísima lectora que D183 tiene en Andorra? ¿Irás a visitar a la de Vitigudino? Lo cierro.