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“Con la voz de Miray, la vida recomienza”. ‘El papiro de Miray’, de Guadalupe Arbona Abascal

“La definición original de “coraje” es ser capaz de contar tu historia con todo el corazón”, dice Brené Brown. Esta es la impresión general que me dejó El papiro de Miray, de Guadalupe Arbona Abascal, editada y publicada por Jot Down Books. La autora, profesora de Literatura y Escritura Creativa en la Universidad Complutense de Madrid, escribe su primera novela de ficción histórica con el corazón en la mano. Y es algo que se siente a medida que nos adentramos en el relato.

Arbona, como buena profesora de literatura, sabe que las historias acompañan a la raza humana desde sus inicios. Con esta novela, viaja a los tiempos remotos de las Sagradas Escrituras y nos cuenta un pasaje del Nuevo Testamento. Pero que no nos engañe la etiqueta religiosa. El papiro de Miray les encantará a los fanáticos de El declive y la cuesta. Porque, como una nueva Mercedes Salisachs, Arbona escribe una historia que trasciende lo bíblico. Esta es una novela que lidia con preguntas universales.

La primera de todas ya es difícil de contestar: “¿Qué necesitan los hijos?”. Con esta pregunta, conocemos a Salomé. Una princesa que solo aparece en los Evangelios por ser la responsable de la muerte de san Juan Bautista. Más concretamente, es ella quién le exige al rey Herodes Antipas que le dé “la cabeza del profeta en una bandeja”, solo para, después, entregársela a su madre.

“Aquella petición oscureció el mundo”, escribe la autora. Y como nadie nos explica por qué Salomé le exige semejante barbaridad a su padrastro, Arbona se arremanga como una arqueóloga en el desierto de Judea y se lanza a la tarea. Nos lleva de la mano y seguimos sus pies por Galilea.

O más bien, seguimos los pies de Miray, su protagonista. Así como Miray también tira del brazo a la profesora Caroline Angels, doctora del Departamento de Arqueología de la Universidad de Cambridge. Es este personaje quien, gracias a su traducción del arameo, nos deja en sus anotaciones el testimonio de Miray, la criada de Salomé.

Pero no es solo la doctora quien está cada vez más involucrada en la historia. El o la narradora que nos muestra los cuadernos de la profesora Angels deja una impronta de gran implicación. No es un narrador frío y omnisciente. La autora quiere que esta voz se note, aunque con pinceladas sutiles. Si bien Arbona nunca explica quién es, debe tratarse de alguien cercano a la profesora Angels. Puesto que es capaz de dar detalles sobre ella que solo una persona que la conozca podría saber.

Así, la autora nos envuelve en un espiral de voces que tienen fuego en los ojos y una sola misión: que esta historia se conozca. Bien decía María Zambrano en su Carta sobre el exilio que “somos memoria, memoria que rescata”. ¿O es que la historia nos rescatará a nosotros? Esta es otra de las grandes preguntas de ese “dibujo del discurso de las mujeres” que se describe a lo largo de la novela.

También, la historia es una gran reflexión sobre la libertad y la obediencia. “Entendí la furia y el desvarío que puede producir el poder”, dice uno de los personajes. Salomé, a lo largo de la historia universal, ha sido señalada como pérfida. El papiro de Miray nos muestra otra cosa. Una víctima del poder de su madre, pero bien conocedora de las consecuencias de sus actos. Y aún así, obedece.

Es como si la autora nos invitara a preguntarnos si vale la pena condenar nuestras almas para congraciarnos con alguien más. Arbona pone el dedo en la llaga y cuestiona, sin mencionarlo, el famoso dicho “la sangre es más espesa que el agua”. Entre la familia escogida y la de sangre, ¿cuál nos importa más? ¿Podemos, realmente, darle la espalda a nuestra casta? ¿Podemos dejar ir algo que jamás fue nuestro?

No podemos escoger nuestra familia de sangre, lo sabemos. Y quizás esa es la virtud de la familia escogida. Porque, además, siempre podemos volver a escoger. Miray escogió la familia que le dio la vida de palacio y después escogió la familia que le dio el profeta.

Un lazo fuerte que ata a todo este abanico de mujeres –casi todos los personajes son femeninos– es el lazo que hay entre madres e hijas. Arbona, con inteligencia, toma la maternidad como un hilo que las atraviesa, las une, y el tema resuena a través de los siglos.

Con pasajes emotivos, la autora demuestra que no hay que dar a luz para sentirse madre. Bien se ve la adopción maternal entre Miray y Salomé. Pero no es solo Miray la que siente ansias de adoptar. Las siente Angels. Y las siente el lector (o al menos, yo sé que las sentí).

Es así como esta novela se revela como una clara metáfora de la literatura. Los personajes de Arbona funcionan tan bien que podemos apreciar con claridad cómo se desenvuelven las relaciones entre ellos. Los seguidores del profeta cuentan cómo, a cada persona que conocen, la convierten en una parte de sí mismos. Desde la primera página, nos pasa lo mismo.

Eso es, al final, lo que provoca la buena literatura. ¿Quién no se ha leído un libro y ha generado una relación hermosa con algún personaje? ¿Quién no tiene personajes que le cambiaron la vida? Los personajes de Arbona, como nosotros, consiguen “entablar una especie de conversación con la que se acortaron las distancias y la cronología estalló en pedazos”. Empatizan entre ellos, sin importar los siglos de por medio.

Esta metáfora literaria, además, abarca el proceso de la escritura. Lo vemos en Miray y el escriba revisando el papiro muchas veces, para conseguir las palabras adecuadas. Esas que transmitieran exactamente lo que Miray quería decir. Esto no es más que un ejercicio meta-literario de la técnica y la artesanía de la escritura que Arbona conoce y maneja tan bien.

Nos convertimos en la profesora Angels cuando dice que “no puedo despegarme del texto, han entrado en mi vida y ya no las puedo despedir de cualquier manera”. Entre palacios y desiertos, con olores a naranjas, nardos y limones, Arbona es capaz de, en menos de 200 páginas, escribir una historia entrañable. Una que nos engancha, como Miray absorbe la atención de la profesora Angels.

La fuerza de la mirada del profeta cambia la manera en la que Miray ve al mundo. Arbona, a través de su protagonista, nos la cambia a nosotros. Nos enseña a apreciar el ocaso y su historia se convierte en un nuevo amanecer. Como bien anota Angels en su cuaderno azul, “con la voz de Miray, la vida recomienza”.

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