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Con las orejas gachas

La vida corre como las liebres egipcias sobre la piedra: Con las orejas gachas. Investida de más sentido común que propio, la cabeza parlante salta sobre el toro bravo, digna cabalgadura de sus hazañas, para estamparse limpiamente contra la primera valla que la mano de Dios sortea de un brinco mientras saluda con elegancia y conduce su montura entre oportunos maizales que el animal aprecia: Bocado meridional, bocado septentrional. A paso apurado, avanzan también los diez mil en una última jornada que remite a la primera y al repaso diario mientras a pecho lanzado los coros y danzas taconean impenitentes sobre la máquina que va repicando amenazante. Bien conocen los rastreadores que la huella de semejante comitiva es más fácil de seguir que la de un solo hombre, sobre todo si es polluelo y ha escuchado el rumor de que un solo segundo en cierta feria basta para hacer que se olviden largos años de esfuerzo. 

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