Tal vez fue la huella que le ha dejado el Papa Francisco (del que se declara admirador, pese a su ateísmo confeso) lo que empujó a Pablo Iglesias a dirigirse a sus seguidores como Cristo a sus discípulos, según cuenta el Evangelio de Mateo: “Dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros toda suerte de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos”. Pablo Iglesias no le fue a la zaga en el tono cuando los suyos le elevaron a los altares de la política española: “Cuando nos insulten, nos griten, cuando mientan, cuando difamen, sonreíd porque vamos a ganar”. Aunque hay alguna diferencia: Cristo ofrecía como recompensa el Reino de los Cielos. Pablo Iglesias, que lo quiere tomar por asalto, prefirió prometer algo menos exaltante, como es ganar unas elecciones. Parecía haber allí una devaluación de la utopía. Pero, ¿quién defiende hoy una utopía como Dios manda en la época de los tuits de no recuerdo cuántos caracteres, de las encuestas de destrucción (y distracción) masivas y del espectáculo a cualquier precio?
Pero tales minucias no afectan sustancialmente al mesianismo que alimenta a Podemos. Y al victimismo que crece a su sombra. El que, por ejemplo, le vale al nuevo Jesucristo Superstar para arremeter contra los poderes mediáticos, por querer condicionar sin éxito una entrevista en determinada televisión privada al más puro estilo plasmático de Mariano Rajoy. O el que le sirve a Íñigo Errejón para ver conspiraciones turbias contra el nuevo partido, cuando se descubre la concesión de una sospechosa beca de la Universidad de Málaga, en lo que parece una decisión de clientelismo político puro y duro. Son otros, los de la casta, los que tienen que disculparse públicamente cuando hechos parecidos ocurren en sus filas. Pero eso parece que, hoy por hoy, no es posible en un partido con espíritu de misión. Las fuerzas del mal, por mucho que insistan, no prevalecerán contra las que abren a todos las puertas de la salvación.
No hace falta ser el más viejo del lugar para recelar de tales actitudes, que no nos pueden coger de nuevas. Por desgracia, en España hemos padecido salvadores en diversos momentos de nuestra historia. Y no me gustaría hacer comparaciones odiosas con períodos oscurísimos de nuestro pasado. Ni quitar méritos a la nueva formación. Que los tiene. Porque no deja de ser una verdadera proeza haber dado expresión política a un movimiento social como el 15-M, que se había dado por muerto. O proporcionar motivos de esperanza a muchos ciudadanos que la habían perdido. O empujar a todos los demás partidos a espabilar, si no quieren convertirse en reliquias inservibles que todo el mundo abandona.
Y espabilar, además, siguiendo el consejo que se desprende de una de las viñetas de El Roto. En ella, un parlamentario dialoga con su compañera de escaño. Y se lamenta: “Los electores no nos entienden”. Su interlocutora le responde: “¿Qué tal si probamos a hablarles en lenguas vivas?”. Muy probablemente sea ésta la razón por la que Podemos ha llegado a gozar de tal grado de aceptación en la sociedad española. Porque, por primera vez en mucho tiempo, la gente ha encontrado a quienes se hacen eco de sus penalidades en un idioma perfectamente entendible. Algo que evidencia hasta qué punto las alternativas políticas de cierta credibilidad tienen que ver con una ruptura literaria que introduzca una renovación a fondo en el lenguaje. Y eso hay que reconocérselo a la joven formación, que se ha ganado a pulso su propio prestigio y su espacio en la política española.
Aunque todo ello, con ser meritorio y con invitar a una reflexión profunda, no impide cuestionar las demagogias, imposturas y contradicciones de bulto en que los dirigentes de Podemos vienen incurriendo. Que son muchas y algunas de ellas potencialmente peligrosas. Pese a su juventud y a su carácter supuestamente innovador, Podemos ha caído en esa tentación tan vieja en todos los partidos, como es la de la prepotencia. En su caso, una prepotencia, que empieza a ser bastante agobiante, acompañada como va de un adanismo y unos tics totalitarios de pelaje diverso, que son de sobra conocidos para cualquiera que se moleste en echar un vistazo crítico al pasado.
No es nueva esa exaltación del poder de las asambleas, para manipularlas al servicio de un partido y de su cúpula dirigente. Lo hizo en su día Lenin cuando reclamaba todo el poder a los soviets, para que supuestamente gobernaran los obreros contra la casta política de entonces. Y lo acaba de hacer Pablo Iglesias, al imponer a las bravas sus tesis y su modelo organizativo en la asamblea fundacional de la nueva formación, frente a quienes mantenían posiciones más ortodoxamente asamblearias.
No ha hecho falta que vengan Monedero y Errejón para descubrir que la división entre izquierda y derecha es algo muy antiguo. Lo dejó claro José Antonio Primo de Rivera en los años treinta del pasado siglo, en vísperas de una derrota sangrienta de la izquierda. Ni es nuevo ese recurso al dedo de la Providencia exhibido por Juan Carlos Monedero cuando escribe (El País, del 17 de octubre): “hemos venido para remoralizar la vida pública, democratizar los poderes y recuperar el deseo de felicidad que como pueblo y como personas nos merecemos”. Ya cantaban los falangistas en sus tiempos de gloria que, con ellos, en España empezaba a amanecer.
Ni constituyen novedad alguna las mañas que los dirigentes de Podemos empiezan a trasparentar, en su aspiración a hacerse con la centralidad política. Entre ellas, sostener con la mayor tranquilidad una cosa y la contraria, de acuerdo con las coyunturas cambiantes. A veces me pregunto si los dirigentes de Podemos dicen lo que piensan, piensan lo que dicen o en realidad dicen lo que dicen mientras se lo van pensando al compás de las circunstancias.
Porque, sí, aseguran ser una fuerza política nueva, pero la conforman en una asamblea a la búlgara y on line (para ser más moderna y me temo que más incontrolable), con líderes ya predeterminados. Arremeten contra el régimen político del 78, pero ponen una velita a la monarquía cuando permiten sin escándalo que Pablo Iglesias diga que la reina Letizia le cae muy bien, que el Ejército es fundamental en una democracia y que incluso estaría dispuesto a aumentar el presupuesto de Defensa. Nos dicen que van a abrir cuando gobiernen el candado del 78, pero aceptan, con argumentos impecablemente constitucionales, las subvenciones que ese régimen deslegitimado concede a los partidos, como instrumentos fundamentales de participación política que son. Se van a comer el mundo y van a hacer temblar al Capital cuando hablan en sus mítines e intervenciones televisivas, pero, fuera de esos escenarios, redescubren la socialdemocracia y abandonan una renta básica imposible e injusta, en beneficio de algo parecido a una Renta de Garantía de Ingresos como la que hace años existe en Euskadi y ha sido gestionada por socialistas y nacionalistas, cuando han asumido responsabilidades de gobierno.
Y se erigen como látigos de la corrupción en la vida pública, pero a la primera de cambio admiten que ellos también son corruptibles. Y tanto, que han renunciado a combatir la corrupción en los ayuntamientos, porque no quieren que se les cuelen cuatro sinvergüenzas en sus listas, si se presentan en solitario a las elecciones municipales. Aunque no nos aclaran por qué ese mismo miedo a ser corrompidos no les atenaza a la hora de concurrir a las generales y autonómicas; teniendo en cuenta, sobre todo, que, al calor de las encuestas, empiezan a ser considerados respetables para el sistema y hasta la banca española, de la mano de Ana Botín, inicia con ellos un flirteo que empieza a recordar la escena del diván que el fallecido Botín padre mantuvo con el presidente Zapatero (y en su etapa más izquierdista).
Por otra parte, sus furibundos ataques a los partidos de la casta se contradicen abiertamente con esa pleitesía que se han visto obligados a rendir a la vieja casta nacionalista de Euskadi y Cataluña, al defender eso que llaman derecho a decidir. Lo cual nos lleva a preguntarnos sobre cuánta parte de España estaría el partido de Pablo Iglesias dispuesto a gobernar llegado el caso. Por lo que dicen, con la boca muy pequeña, Podemos prefiere que Euskadi y Cataluña se mantengan unidas al resto del país, pero si deciden separarse, ¡qué le vamos a hacer! Hasta ahí parece llegar su visión de Estado, que no nos permite saber si alrededor de nueve millones de españoles podrían o no acogerse a las benéficas medidas de un eventual Gobierno de Podemos, en el supuesto de que las oligarquías nacionales catalanas y vascas decidieran echar los pies por delante.
Tampoco parecen andar muy sobrados de concreciones en lo que respecta a su posición con respecto a las políticas de memoria y convivencia que hay que desarrollar en Euskadi tras el fin del terrorismo. Y algunas de las insensateces expuestas por ellos sobre el carácter político de ETA y su actividad criminal no conducen precisamente a la tranquilidad. Sobre todo cuando previamente ennoblecen a la banda armada, considerándola como uno de los enemigos del sistema; y aseguran que las víctimas del terrorismo etarra son de derechas. Eso, al menos, es lo que afirma Juan Carlos Monedero, en su libro Curso urgente de política para gente decente (páginas 94 y 118/119), haciendo uso de una asombrosa manipulación de nuestra reciente historia, de un cinismo a prueba de bombas y de una endeblez de principios democráticos que resulta alarmante en quienes se proponen instaurar en este país la democracia que al parecer nunca hemos tenido.
Manipulación de nuestra historia reciente en primer lugar, porque, gracias a Monedero, nos enteramos ahora de que Enrique Casas, Fernando Buesa, José Luis López de Lacalle, José Ramón Recalde, Eduardo Madina… y tantos otros socialistas asesinados o gravemente heridos por plantar cara a la banda terrorista eran gentes de derechas. Cinismo, en segundo lugar, porque no parece éticamente coherente despreciar a las víctimas del terrorismo por su derechismo y jactarse públicamente, como hace Podemos, de los apoyos crecientes que los votantes del PP les dan en las encuestas. Y endeblez de principios democráticos, dada su incapacidad de honrar a quienes, fueron asesinados, acosados y amenazados por no encajar en el pensamiento y proyecto totalitarios que ETA ha venido encarnando.
Y ésta no es una cuestión menor. Quienes tienen la pretensión de abrir un nuevo proceso constituyente en España deberían ser especialmente contundentes con lo que, a lo largo de más de treinta años, ha supuesto el fenómeno terrorista, en términos de erosión de las libertades democráticas. Pero, mientras no se demuestre lo contrario, los dirigentes de Podemos han dejado bien claro que ellos no tienen la más mínima intención de reconocer a quienes cayeron asesinados por defender las libertades y los derechos cívicos de todos. Algo que, por otra parte, es coherente con la democracia de nuevo cuño que ellos, y sólo ellos, van a traer a este país, y que acabará con ese régimen de podredumbre que nos han impuesto todas las élites políticas que no fueran ellos mismos.
En cierto modo, las víctimas del terrorismo llegan a constituir un verdadero estorbo para su discurso. Entre otras razones, porque evidencian que ha habido mucha gente en este país que se ha dejado la piel en la defensa de una democracia real fundamentada en un sistema constitucional que merecía la pena conservar: el que restauró derechos y libertades básicos; el que ha hecho posible alternativas de Gobierno; el que puso en marcha sistemas de bienestar y de protección social; el que jubiló el garrote vil antes de que la Francia republicana hiciera lo propio con la guillotina (aunque Iglesias y Monedero añoren su perfume embriagador); el que ha ido posibilitando progresivas cotas de igualdad a las mujeres; el que abrió las puertas a que los homosexuales pudieran contraer matrimonio, sin los problemas de orden público que, años más tarde, suscitó una legislación similar en el país vecino…
El sistema constitucional que ha permitido que la contestación social se expresara en las calles: bien sea para oponerse a la guerra de Irak o a medidas sociales regresivas (algunas de las cuales se han podido parar); o para expresar, con las movilizaciones del 15-M, el descontento popular con la muy deficiente gestión gubernamental de la crisis económica… Un sistema, pues, muy sólido y que aguanta bien, aunque es innegable que le han aparecido goteras y resquebrajaduras que aconsejan reformas serias y consistentes. Pero eso no equivale a volarlo, para partir de cero, como Podemos parece reclamar. Yo, al menos, no conozco a ninguna comunidad de vecinos que, por que necesite arreglar el tejado o renovar la sala de calderas, decida demoler la casa desde sus cimientos.
Y, al hilo de todo lo anterior, queda por aclarar otro interrogante. En el supuesto de que los de Pablo Iglesias lleguen al poder y cumplan su amenaza, una vez que hayan echado a los corruptos, disuelto el bipartidismo y engullido a Izquierda Unida, ¿qué partidos, aparte de Podemos, van a quedar en la política española? ¿Seguirá habiendo pluralismo político? ¿O todos los partidos se verán finalmente subsumidos en un gran Movimiento Nacional de Regeneración dirigidos por el Gran Timonel? Tenemos ya algunos anticipos de lo que puede venir: como el que nos ofrece un conocido espacio televisivo de fin de semana, que ha hecho de Podemos su prima donna, convirtiendo a los representantes de otros partidos en meros figurantes. Esto aún se puede perfeccionar. Se puede quitar a los figurantes y sustituirlos por gente del pueblo y adictos a la causa que puedan dialogar directamente con sus líderes formulándoles las preguntas adecuadas. ¿Y qué nos queda al final? Una versión hispana de Alo, presidente, el célebre programa televisivo creado para mayor honra y gloria de aquel gran caudillo que al parecer no se puede nombrar, porque es de mal gusto recordarlo. Sería la hostia, ¿verdad?, como diría Pablo Iglesias. La confirmación de que tomar el cielo por asalto es perfectamente posible.
Javier Arteta es periodista. En fronterad ha publicado, entre otros, Con los pies en el sueño. Fragmentos de un diario (2006-2014), ¡Qué mal matamos ahora! 45 minutos intentando ejecutar a un preso en Oklahoma, Españoles, Franco ha vuelto, Esto es lo que hay y Hermano Ángel.