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Con Sampedro, desde la frontera

 

El 2 de junio de 1991 José Luis Sampedro ingresó en la Real Academia Española con un discurso titulado «Desde la frontera». Yo atesoro ese hermoso texto en un cajón especial de mi mente destinado a los espejos y a las herramientas de envejecer, es decir de vivir. Lo repaso con frecuencia y siempre descubro algo nuevo. La pieza es un alegato bondadoso y valiente contra el encastillamiento y la inmovilidad, contra las ideas fortificadas, las identidades pétreas, contra el Orden con mayúscula y sus métodos para inventar amenazas y erigir dogmas.

 

En su discurso ante la rígida institución académica, Sampedro reivindicaba a sus 74 años lo fronterizo como estilo de vida. Abierto hacia fuera, dinámico, propiciador, imprevisible, multidimensional, mestizo, interesado en ambos lados: Mis fronteras son todas trascendibles, como lo es la membrana de la célula, sin cuya permeabilidad no sería posible la vida, que es dar y recibir, intercambio, cruce de barreras. Y más aún que trascendible la frontera es provocadora, alzándose como un reto, amorosa invitación a ser franqueada, a ser poseída, a entregarse para darnos con su vencimiento nuestra superación: ese es el encanto profundo del vivir fronterizo. Encanto compuesto de ambivalencia, de ambigüedad —no son lo mismo—, de interpenetración, de vivir a la vez aquí y allá sin borrar diferencias.

 

Más que al novelista, he admirado incondicionalmente al generoso y brillante anciano humanista. Su forma de hablar, de entusiasmar, de explicar, de reivindicar, de iluminar. Decía en su discurso, a propósito del capitalismo: Lo fundamental es su creencia de que, gracias a la competencia privada, cuanto más egoístamente se comporte cada individuo, tanto más contribuirá al progreso colectivo. Por tanto, es deseable que cada uno aumente al máximo su beneficio a costa de quien sea y a partir de esa creencia se pasa insensiblemente a pensar también que en la vida sólo importa lo que produce ganancia monetaria. Así se desprestigian todas las actitudes cuyos móviles no sean los económicos; es decir, lo que no se cotiza en el mercado no tiene valor.

 

Con Sampedro es posible sentirse de izquierdas y disfrutar lo sagrado, vivir intensamente dejando que la muerte nos acompañe a la vez, entender que capitalismo y comunismo (es decir, capitalismo de estado) son ramas del mismo tronco, que no hay foso más cruel que el que separa a los que derrochan de los que no tienen, que el tiránico mercado y su fiel vocera, la publicidad, embotan nuestra sensibilidad  para el misterio. Mil gracias por tanta lucidez.

 

Aquí tienen completo el discurso.

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