Posiblemente hemos enfocado mal la cuestión de la conciliación del trabajo con el resto de la vida, al considerarlo una cuestión que ha devenido derecho familiar y no personal. Quizás debiéramos recuperar el espíritu de los primeros años del Movimiento Obrero en sus más primitivas reivindicaciones sobre los horarios de trabajo, mucho más modernas que las contemporáneas, al considerar derecho de todos jornadas de ocho horas para hacer posibles ocho horas de sueño y otras ocho horas para el ocio, para el esparcimiento, cada uno el que quisiera. Con una diferencia: esas ocho horas destinadas al trabajo de acuerdo con el antiguo esquema organizativo de la vida diseñado por Robert Owen quizás debieran ser menos, aunque sin llegar al extremo que predijo John Maynard Keynes (jornadas semanales de apenas quince horas porque la mecanización haría innecesario trabajar más). A continuación planteamos cinco ideas sobre el «deber ser» de la concilliación.
1. El derecho a conciliar debería ser de todos los trabajadores. Conseguir horarios razonables debería ser la misión de cualquier sindicato, de cualquier comité de empresa. De cada uno de nosotros en las relaciones con nuestros jefes. Independientemente de nuestra situación personal, de que tengamos hijos, o no. Conciliar la vida laboral con la familia, con los amigos, con la vida social, con la cultura, con el desarrollo de inquietudes personales, con la formación, con el deporte, con el puro y duro ejercicio de la bendita pereza debería ser un derecho de todos. La legislación actual sólo ampara razones de cuidado para acogerse a modalidades de conciliación siempre deficientes para quien quiere disfrutarlas, siempre injustas y llenas de agravios comparativos, puesto que situaciones personales diferentes llevan consigo derechos diferentes para los trabajadores de una misma empresa sólo por el modelo de vida que han escogido.
La situación podría corregirse incorporando más supuestos para poder acogerse a reducciones de jornada u otros beneficios de este tipo. Pero sólo sería un parche. Y, además, contravendría el principio de la negociación colectiva que en las relaciones empresa-trabajadores siempre interesa a los segundos para aunar fuerzas. Habría que caminar hacia un modelo de horarios iguales, más reducidos que los actuales, y menos rígidos.
2. La felicidad aumentará. Y la salud. También la productividad de los trabajadores, a la par que su calidad de vida. La sociedad será más rica y más participativa, porque la gente tendrá tiempo para hacer aquello para lo que nunca hay espacio: informarse y cultivarse, leer y hacer deporte, fortalecer sus redes sociales, hablar con los vecinos del barrio a los que ahora ni siquiera conoce, ir más despacio por la vida, cocinar y comer casero.
3. Desde una perspectiva de género, ampliar supuestos para acogerse a medidas de conciliación o extender la conciliación como derecho intrínseco de todos los trabajadores y trabajadoras también sería positivo.
Vincular el derecho a conciliar con tareas de cuidado condena a las mujeres a acogerse a las medidas que se les proporciona y que acaban por convertirse, las más de las veces, en sus mayores enemigas. El cuidado sigue siendo una tarea que desempeñan mayoritariamente las mujeres. A ellas se les atribuye esa labor. Se asume en muchas familias que es la mujer la que ha de cogerse la reducción de jornada para cuidar a sus hijos o a sus mayores, para lo cual renuncia a parte de su salario y, en muchos casos, a la promoción dentro de las empresas. El techo de cristal les deja un espacio aún más pequeño para respirar y para desarrollarse que a las demás mujeres. ¿Puede la jornada reducida ser algo malo para las mujeres en lugar de una conquista?, ¿puede estar contribuyendo a cronificar su papel de cuidadoras? Extender el derecho a compaginar vida y trabajo a todos rompería el perverso vínculo que existe entre el verbo «conciliar» y el sustantivo «mujer» y haría calar la corresponsabilidad y la igualdad entre hombres y mujeres.
4. La conciliación, que tiene, necesariamente, que reducir los horarios de trabajo, será útil para reducir el paro. ¿Se acuerdan del «trabajar menos para trabajar todos» de las campañas en favor de la jornada laboral de 35 horas? Y ahora es aún más necesario que entonces, debido a la destrucción de puestos de trabajo sin marcha atrás que llevan consigo los radicales avances tecnológicos a los que asistimos. Los Gobiernos, los sindicatos, las empresas deben ponerse ya manos a la obra para afrontar el creciente paro crónico o estructural y en esa tarea la cuestión de los horarios se presume fundamental.
5. El número de horas trabajadas es un indicador de prosperidad que tiene una sola excepción: Estados Unidos. Véanlo aquí:
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