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Mientras tantoConferencia y narcolepsia

Conferencia y narcolepsia


Una cabecita de ojos achinados, barbilampiño, no muy bien vestido, con la mirada fija en una conferenciante. No, no se asusten, no es un “estalker” peligroso; tampoco un ratón de biblioteca saliendo de su madriguera. Es el autor de esta bitácora en una conferencia un tanto ruinosa que tuvo el placer de asistir a los 20 años. Nos habían recomendado ésta a toda la clase alguien del departamento de prehistoria y la escasa amenidad de la conferenciante “exterminó” a toda la audiencia posible. Uno tras uno, hombre a hombre, los chavales curiosos y con pelo que éramos caímos: parecía un pelotón de fusilamiento donde las palabras actuaban de balas al cerebelo de los presentes (toma metáfora Anagrama ©).

Sólo quedé al final yo, que tenía ese deseo un poco juvenil de ilustrarme sobre temitas entre la antropología y el relato. Creo que la conferencia duró media hora más, pero tuve que irme al cuarto de hora ya que se me escapaba el autobús. Había soportado casi dos horas de referencias ignotas a antropólogos desconocidos, puede que fuera la primera vez que oí el nombre de Marvin Harris, y la importancia del “No man’s land” en la literatura victoriana. Sobreviví con nuevos datos en mi sinapsis, cual robot “cortocircuito” recién formateado, y fue la primera vez que tengo un recuerdo claro de disfrutar/odiar este tipo de eventos.

Sánchez Dragó reencarnado. 2090.

Borges afirmaba, no sin razón, “que todo evento de promoción es diabólico”, pero quizá erraba al confundir las presentaciones con las conferencias. Estas últimas son sorprendentes para aprender sin mucho esfuerzo, con cierta curiosidad, siempre que el ponente tenga el raro don de la divulgación. Más aún, incluso resulta divertido si se permite un turno de preguntas, ya que se enfrenta muchas veces el conferenciante a sus propias contradicciones. Algo difícil de ver en un país como este de creyentes dogmáticos.

En esas “dudas” solía aparecer una pregunta mía, no sé muy bien porqué, quizá como demostración malsana de mi curiosidad. Estas avivaban debates, en ocasiones me ganaban miradas de furia (recuerdo una delirante conferencia “buenista” de José Luis Sampedro donde casi tengo que salir escoltado), y en la mayoría de las ocasiones finalizaban con una sonora carcajada luego de una anécdota divertida.

Y es que, en sociedades abiertas, la risa es la mayor metáfora de la libertad. Rosa Luxemburgo murió, precisamente, por ese pecado: “La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa diferente”.

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