El violeta y el azul real siguieron al amarillo en la carrera del florecer. Los que ya lo habían rastreado todo, se dedicaban a jugar con el planeta a los juegos más intrincados que puedan imaginarse, y tan colosales que sólo sus reglas abarcan miles de años de continuo estudio que actualmente acontece en torno a un lago.
Los que habían propuesto la opción de soñar, cada vez más ajenos a los afanes del día, empezaron a cantar a media noche. En cuanto oyeron el sonido, los que estaban jugando con el mundo se dieron de inmediato la vuelta y llegaron a tiempo de escuchar, entre jadeos, el último acorde de los cantos, tras el cual reinó el silencio, que fue maldecido largo rato. Mucho se asombraron al constatar que las canciones eran invisibles incluso de cerca. Distinguían sin embargo muchos elementos visibles como los frutos y el pájaro cabra, por citar algunos. Cuando preguntaron por asuntos de visibilidad, los que soñaban el mundo respondieron con la alegría que solía despertar este tema: Al parecer, una parte de cada uno de ellos, quizás hubiera excepciones, estaba en el mundo invisible y otra, en el visible. Los rastreadores conmocionados enunciaron una teoría que conoció innumerables y complejas expresiones hasta lograr la más adecuada: Por muy raro que parezca, debemos de estar en el medio.
La validación de la teoría fue una tarea mucho más dificil de lo esperado, como viene sucediendo desde entonces con todas las teorías. Algunos de los que soñaban el mundo, hartos de tanto validar, quisieron dejar de lado el medio e irse a lo invisible con las canciones. Habían oído decir que antaño todos habían sido invisibles y decidieron buscar el recuerdo que pudiera devolverlos allí, de modo que los más habilidosos empezaron a soñar agujeros infinitos por los que deslizarse. Entonces, los que volvían a rastrear temiendo no volver a oír los cantos nocturnos, treparon a los más alto de los inmóviles para rogar a los soñadores que no se fueran.
El pájaro cabra miró fijamente y sus más antiguos temores se confirmaron al ver a los rastreadores meciéndose en las ramas, señal de que el medio pronto quedaría vacío. En un abrir de alas, el pájaro cabra habría recorrido todos los mundos, pero en esta ocasión permaneció muy sereno y sólo aconsejó a unos y a otros que no se alejaran demasiado porque la luz, maestra rastreadora, llega a todas partes.
Para consultar cualquier razón que no quedara bien clara, no dude en dirigirse al pájaro cabra, que aparece siempre de frente encarando cualquier pregunta.