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Conocer el suelo (Perturbadora radiografía familiar)

Cuando una frase queda en el imaginario popular y se repite, por algo será. “Antes de correr hemos de aprender a andar”. Hasta en La tentación vive arriba la lanza Billy Wilder al aire. Amén. Y conforme iba leyendo Conocer el suelo aplicaba esa cita a los dos grandes ejes que la conforman. Las relaciones familiares y sus conflictos, que muchas veces no llegan a sanar. Y el deseo de alcanzar el éxito cuando emprendes una carrera tan difícil como la danza. Se supone que las relaciones con nuestros hermanos son las que nos acompañan más tiempo a lo largo de nuestras vidas, si todo marcha con cariño y sin grandes batallas. Pero como todo lo que implica emociones, no depende ese transcurrir de nosotros. Por otra parte, como una no es Isadora Duncan y veo difícil mutar en la bailarina asfixiada, ya os avanzo que el sacrificio ronda la novela. No sólo el sueño por llegar a lo más alto, ¡el empecinamiento!

Lo del ballet suele ser una etapa casi ineludible para la mayoría de las niñas, ahí luchando a brazo partido entre querer ser princesa. Pocos son los elegidos… Siempre me ha fascinado el contraste entre la belleza en movimiento del escenario y las miserias y el dolor tras el telón. Observen las pinturas de Degas retratando la sangre, sudor y lágrimas de las bailarinas, sus músculos, las huellas de los nudos de sus corsés…. He crecido con esta rutina diaria, casi religiosa. Imaginen: esperando que el microondas calentara la leche o cepillándome los dientes y flexionando cada pierna. Mientras leía o estudiaba, caminando por la habitación y estirando como si fuera el último ensayo. En mis sueños el telón caía y volvía a levantarse mientras el público aplaudía. Puedes intentar hacer todo bien y aun así es posible que no funcione, te dicen.

En Conocer el suelo más de uno se verá reflejado. Mario Blázquez ha sabido transmitir en papel el esfuerzo cuando amas un arte al que quieres dedicarte en cuerpo y alma. A la vez, lo cuesta arriba que, mientras, puede resultar la convivencia familiar. Blázquez ha tenido la sensibilidad de mostrar el tedio de lo cotidiano. Mil factores. Dos hermanos unidos por la misma sangre pero separados por diferentes proyectos vitales. Y lo que es más triste, geográficamente por avatares que se ceban en una generación a la que le han prometido todo y descubren que, mira, que no. A ellos les pilló de 1988 a 2019. La hermana mayor con una peculiar necesidad de afecto y con ese hastío aún adolescente; el otro, lo contrario, una perspectiva más romántica y atenuada de la vida, ¡no ha descubierto nada aún! ¿Qué tienen en común? Ambos luchan por su alcanzar su identidad como adultos. Del brazo de uno de ellos, narrador, casi de forma notarial da fe de cómo nos deslizamos por estas vidas que caen por la pendiente del desencuentro, del dolor y el vacío. Los asideros de esta consanguinidad con doble elongación, plié y grand-plié con un allongé arabesque, -en cristiano, un ahora me acerco, ahora desaparezco-, necesita un buen kintsugi. ¿Las causas? La inmadurez, las heridas no curadas, la competitividad  y, sobre todo, el dolor. Y esa cartografía emocional varada desde un punto de inflexión: la muerte de la madre.

En el arte efímero de la danza apreciamos los diferentes matices interpretativos, el esfuerzo, los ensayos meticulosos así como el reparto de oportunidades y talentos en la vida. Nuestra protagonista podría hacer suyas las palabras de Picasso cuando le preguntaban por su amor al baile: “- ¿En qué piensa cuando baila? /- No pienso, lo siento /- ¿Qué siente bailando? /- Amor -¿Siente algo más? /- Vida /- ¿Qué quiere decir? /- Algunos, sólo algunos, hacen en esta tierra para lo que fueron creados. Estos viven. Otros sobreviven. Quien baila vive”. ¿Quién no ha sentido en alguna ocasión que la vida le ha defraudado por no recompensarla con lo que deseaba…?  Sumen la negación de su propia realidad. Y ese apoyo familiar que, en ocasiones, supone más un lastre…  Los padres suelen instarte a no hacerte ilusiones. Por si fuera poco, es difícil que los profesores decidan que tú eres una fuera de serie, la Rafa Nadal del ballet llena de originalidad, cuando la competencia es galáctica. En resumen, las reglas de tres no fallan: para que haya belleza detrás crece el dolor. La nostalgia no arregla ni sutura las heridas.

No podría decir nada original porque todo se desarrolla en lo íntimo de las sensaciones y los sentimientos. Me ha gustado el acierto al trasladar el lado oculto, pero latente, de las relaciones familiares. La vida. Lo que nos lleva a aquello de Neruda, “nosotros los de entonces ya no somos los mismos”. En Sólo el cielo lo sabe, Douglas Sirk hace leer a Jane Wyman el más famoso párrafo de Walden: «Una inmensa mayoría de mortales vive en desesperación callada. ¿Por qué hemos de afanarnos tanto por alcanzar el éxito? Si un ser no vibra al compás de sus semejantes, quizá es porque oye una música diferente. Debe seguir el ritmo que oiga, no importa cuál sea ni de dónde provenga». Y en este hilo tan frágil como el vuelo de la bailarina hacemos equilibrios…

Arquitectura narrativa con buenísimos mimbres la de Blázquez. El resto de la historia lo construirá el lector. Este acercamiento y esta atracción que cae en picado por la distancia y la cautela remueve. ¿Te acercaste para, de alguna manera, despedirte? ¿Esconderte cuando has movido todos los sentimientos, como una especie de perro del hortelano? una vez leí sobre el misterio de la palabra adiós, una suerte de despedida o correr un velo. Algo así pasa aquí. No es baladí que el autor haya estudiado cine y fotografía, valoren muchas de sus descripciones.  Zaratustra ya avisó que sólo creería en un Dios que supiera bailar. En la tierra, me quedo con Héctor Zaraspe, quien fuera maestro privado de Margot Fonteyn y Nuréyev, “la danza expresa lo que el bailarín piensa con el cerebro y siente con el corazón”. La danza también se escribe. Con una delicadeza casi ingrávida el autor lo resuelve con toda la dignidad y hace que merezca la pena leer su obra ya que cada lector podrá extraer reflexiones útiles.

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