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Mientras tantoCoños fijos

Coños fijos

El sexo de Lucía   el blog de Lucilob

 

“Te va a llamar porque te abrazó”. Me lo dice P., que va de perra por la vida, no por el nombre (que empieza por P, por si no lo han captado) sino por la actitud vital, así, muy de guerrera y rompedora pero que en realidad, calladamente, sirve de disfraz para una mujer que espera a un galán príncipe azul que le envíe flores a casa y la pasee por medio mundo en un bonito barco. De no sé qué eslora, pero caro, muy caro. Porque bajo esa frase subyace un anhelo, un romanticismo latente. Y yo le digo: déjalo salir Pris, deja salir ese romanticismo.

 

No, yo no le digo eso, ¿cómo voy a decir yo eso hombre? Yo le digo pero cómo puedes pensar que me va a llamar solo porque me abrazó al despedirse de mi tras echar un polvo.

 

La cosa fue así, pero antes de contaros la cosa, dejadme deciros que soy una bocassss. Así, con muchas ssssss, porque cuando me ligo a bombones pues me gusta decirlo. Ale, como a los tíos, que se tiran a una tipa y están echando un bando. Pues yo igual: cuando me ligo a un bombón, ahí estoy, compartiendo con los amigos, que compartir es vivir. Y mandando fotos, como los adolescentes: “mira, mira mi último ligue, ¿a qué está buenorro?”. Básica que es una.

 

Pero, ¿qué pasa luego? Que los amigos te fríen a preguntas directas, a guassaps, a mails, a sms, a llamadas… Por tierra, mar y aire te preguntan: ¿Te ha llamado ya?


No. No me ha llamado ya, hostias, dejad de preguntármelo. Que me agobiáis. Y que me hacéis estar mirando el guassap para ver si está o no on line (puta tecnología chivata de mierda) y comprobando, cada diez minutos, si me funciona el teléfono.

 

No. No me ha llamado. Ni sé si lo hará. Porque era un polvo y como tal, uno no queda en llamarse o en salir a cenar. No se queda en nada. Nunca.

 

Y ahí tenías a mis amigos los gays, (que no se me olvide contaros otro día su teoría sobre cómo saber si un chico es activo o pasivo solo por los zapatos que viste), que son unas pécoras de cuidao, recién salido apenas él de mi casa, preguntando: ¿en qué habéis quedao?


En casarnos y fundar una familia, no te jode.

 

Pilar, idem de idem: ¿y le ves para algo más que para un polvo?


Sí, para padre de mis 15 hijos…

 

Y ya, el colmo, Pris, que el tipo me va a llamar porque me ha abrazado… Tela

 

Joer, dejadme en paz, leches. Que no tiene que haber nada más después de un polvo, ni siquiera un segundo (hombre, quizás un segundo si el primero estuvo bien, sí). Pero entonces, ¿por qué me abrazas al despedirte?

 

Aquí surge el sesudo debate, que allí estaba yo en la puerta de mi casa, a deshora, vistiendo un sexy camisón negro de Vanity Fair (elegante, siempre elegante), despidiéndome del mozo, cuando va y me da un abrazo. Es más: me estrecha, me estrecha mucho entre sus brazos. Qué brazos por Dios. Bueno, qué brazos y qué todo lo demás. Y yo, atónita y rígida como un palo, la verdad, porque no me lo esperaba. “Coño, me está abrazando, ni que se fuera a Crimea”, pensaba. Y no me salía, no se me movían los bracitos para rodearle la espalda (ayyy, qué espalda gensanta).

 

¿Por qué? ¿Por qué carajo me abrazas? Lo importante no es por qué ha subido Le Front National en Francia no, la cuestión es por qué un tipo hace esto después de echar un polvo con una chica. Pues bien, mi amigo virtual (que no imaginario) Christian me ha dado la respuesta. Él lo llama “la teoría de los coños fijos”. “Es dejarte una puerta abierta, y luego, que vas a Madrid unos días, miras la agenda y dices, ah, si Patricia, pues la llamo”.


Coños fijos… No me gusta nada esta denominación porque para eso soy freelance, de free (que es libre, no gratis en este caso, no nos confundamos). De fijo nada. Eso le dije al pobre cuando a los dos días me escribió preguntándome qué tal estaba y yo respondí sin más, a bocajarro: ¿Qué? ¿Coño fijo no? Pues este coño no va a estar aquí a tu disposición, ea.


Lo mismo se molestó porque no he vuelto a saber de él…

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