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Contad los muertos

Donde se critica la cotidianidad de la guerra, apenas un recuadro en el periódico, cuando los políticos son incapaces de ganar votos con ella

Pocos días antes, a propósito de una entrevista, recordé como llevamos un año de guerra en Europa y cómo esta apenas llena las portadas de los diarios españoles. Se puede defender, incluso, que los grandes periódicos son aquellos que saben que su sección internacional es la más importante y no ese ir y venir de filtraciones en el conocido triángulo periodistas, partidos y comisionistas. En el caso de la guerra ucraniana, violentísima y en la cual la ONU da ya cifras de 14.000 fallecidos, existe una cotidianidad perversa en nuestros diarios. En España el pacifismo solo es válido si sirve para los propósitos electorales de los partidos: el origen de Podemos tiene mucho que ver con la guerra de Irak y el sostén suicida de Aznar a esta por motivos económicos. Todos nuestros progresistas invocaron altísimos supuestos humanitarios en esta lid desconociendo que apoyaban de manera indirecta a un tirano tan poco recomendable como Sadam Husein.

«Pues sí, chico, no me ha llegado el Interviú de Marta Sánchez y…»

Pero, decía Revel en un libro imprescindible, es la posición de EE.UU. en cualquier conflicto la cual decide siempre a la izquierda altermundialista: Ramonet pontifica en Le Monde diplomatique, Chomsky señala con el dedo y las ovejas en bloque van al despeñadero que les indiquen. En casos de escasa moralidad norteamericana, ese casus belli inexistente en Irak y sus “armas de destrucción masiva”, la opinión acaba siendo un cuórum y todos atacan a la desesperada. Con Ucrania regresa, en contrapartida, la idea de conflicto “no politizable”. Eso es, el país fronterizo es apoyado por EE.UU., el gran satán de Ramonet, y por tanto hay que transigir con la invasión nacionalista de Putin.

He aquí la paradoja: el apóstol rojo, el pontevedrés anticapitalista (oxímoron galaico bolchevique), apoya al jerarca más siniestro de Europa occidental, el particular Dr. No eslavo, por banderías propias de un niño de trece años. Hace poco Ramonet, incluso, justificaba a Putin y su invasión delirante porque “la OTAN no cumplió su promesa de expandirse al este”. Por supuesto, no hay que ser muy listo con el buscador de Google para demostrar que es una falacia, una excusa, y que en general todos los viejos intelectuales de los 70 han entrado otra vez a un conflicto étnico con el pie cambiado. No fue su primera vez: Yugoslavia es la gran vergüenza de la izquierda altermundialista que miró de lado ante un conflicto que no entraba en sus lógicas paleomarxistas. Primera guerra, claro, que profetiza nuestro siglo XXI -el primero identitario-tuvo editoriales delirantes y Anguita llegó a negar la “limpieza étnica” del lugar.

«Conectamos con una fuente imparcial…»

Lo penoso de todo, en fin, no es tanto la posición de muchos en un conflicto de claros buenos y malos. Lo triste es que esos muertos, esa gente inocente desplazada por la guerra, no da votos. Y todos escuchamos resignados ese goteo de las víctimas en la radio como si fueran resultados de la liga: así lo hacía un Antonio López entristecido en la excelente El Sol del Membrillo de Víctor Erice. Al fin y al cabo, dirán nuestros líderes políticos a sus asesores (¿o quizá al revés?), “los muertos no votan”.

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