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Contar la guerra

 

Probablemente lo primero que haga al ser liberado, y tras repartir abrazos, sea comer sushi. El sushi le encanta.

 

No es su primer secuestro, ya lo retuvieron en Sierra Leona. El agua estaba contaminada, no se podía beber, así que los guerrilleros habían ocupado una fábrica de cerveza y allá pasaban los días bebiendo y fumando porros. Fue un secuestro ligero en el que tras convencer a sus captores de que ejercería de portavoz de su causa le permitieron trabajar, un cautiverio en el que pudo entrevistar a quien quiso. Al terminar su tarea y empleando la misma argumentación se marchó.

 

Javier Espinosa es, al menos, el mejor periodista de guerra de su generación. Al ser preguntado en una magnífica entrevista por Enric González sobre qué destacaría de los conflictos, él responde que los mismos reducen a las personas a su estado primario. Los buenos se hacen muy buenos y los malos se hacen muy malos. Unos desconocidos eligen salvarte la vida y otros escogen decapitarte.

 

Sus vacaciones consistían en comprar un Seat 127 destrozado, hacerle unos ajustes para que al menos arrancase a los pocos intentos y poner rumbo a la contienda. Comenzó cubriendo la Guerra del Golfo para acabar pisando medio mundo. En veintidós años únicamente vio un final feliz en Suráfrica. En Bosnia observó a un hombre que frente a él se partía por un impacto de mortero. La vida la salvó gracias a un chico que lo asiló en una casa en la que no había comida, en la que no se tenía electricidad. Lo poco que poseían lo compartieron con un reportero al que acababan de conocer. Quizás lo más duro fue Ruanda, país en el que fallecieron entre 800.000 y 1.500.000 personas en menos de un año; en el que Javier vio cómo niños que transitaban las calles eran obligados a seleccionar quién sería la próxima víctima. Allá se pasó un mes con la misma ropa y durmió sobre mesas para evitar que las ratas le mordiesen.

 

Todo lo visto desde entonces le ha permitido denunciar la hipocresía y la indiferencia de Occidente. ¿Cómo quebrarla? Él considera que únicamente esto es posible dramatizando, hiperbolizando. Y eso no es ético y, además, te resta aquella credibilidad que puedes llegar a tener.

 

Esto que hace Javier, lo que hacen Ricardo García Vilanova y Marc Marginedas (reos asimismo), lo que hacía este chico de 17 años que acaba de morir (también en Siria) con la cámara al cuello es periodismo. El periodismo de Chaves Nogales. Ese periodismo por el que te recorres Europa en sus peores días con una gabardina echada al hombro y un maletín en la mano al tiempo que acercas con el máximo rigor lo que pasa a tu alrededor.

 

Cierto es que tiene más eco el columnista que se sienta ante el portátil y tras emplear media mañana y parte de la tarde buscando la ocurrencia de un par de chistes sobre Bárcenas o Mas te signa un artículo que es aplaudido hasta rabiar, que es compartido hasta la saciedad. Eso le va a generar una fama que incluso le lleve a eclipsar al director de su periódico con mayor o menor esfuerzo atendiendo a lo mediático de éste. Mientras tanto, alguien con un bolígrafo, un cuaderno y una cámara fotográfica busca protección ante un ataque aéreo tras alguna ruina de Alepo.

 

 

 

 

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