Resulta sugerente la idea de asomarse al pasado y leer desde el hoy todopoderoso lo que decían ayer personajes relevantes de la cultura. La sensación de panóptico temporal y casi esotérica al ojear el pasado conociendo el futuro que les aguarda, se experimenta con creces cuando uno se adentra en las entrevistas de Conversaciones en el tiempo, el libro de Amarillo Editora que rescata de los archivos y las hemerotecas veintinueve piezas periodísticas que la escritora Ana María Moix realizó para Tele/eXprés a comienzos de los años setenta. Charlas distendidas con las que Moix se propuso ante todo resaltar del personaje el componente humano a través de la cercanía cotidiana, los detalles de su día a día, la hora de levantarse y de acostarse, cómo es el proceso creativo y qué estaban escribiendo, leyendo, dibujando, componiendo, pintando, creando en ese momento quienes se situaban por aquel entonces al frente de la vanguardia cultural en un tiempo de cambios.
Gabriel García Márquez -uno de los entrevistados- está escribiendo una nueva novela que se llamará El otoño del patriarca. Tiene 44 años, aún no es Premio Nobel, se ha dejado crecer el pelo, «negro y muy rizado», y vive de alquiler en Barcelona. Confiesa que la mayor parte del dinero que ha ganado con los miles de ejemplares de Cien años de soledad le gusta gastarlo en largas conversaciones telefónicas con amigos que viven en Nueva York o en América Latina. Es octubre de 1971 y dice que tiene nostalgia de su amigo Vargas Llosa, joven escritor de «perfil indio» que en abril de ese año le ha contado a Ana María Moix en una de estas entrevistas «relajadas», que está escribiendo Historia de un deicidio, un ensayo sobre la magnanimidad creadora de Cien años de soledad. Todo sonaba familiar entre él y su colega Gabo. Claro que todavía faltaban cinco años para el golpe fatal, aquel puñetazo en el ojo que dio un vuelco a su amistad.
El novelista Juan Marsé acaba de publicar La oscura historia de la prima Montse y le confiesa a Moix que él necesita un trabajo aparte de la literatura, que eso de las colaboraciones en los periódicos no es lo suyo. El poeta Gimferrer despliega su vastísima cultura cinematográfica, musical, literaria, en un diálogo con Moix de una gran altura intelectual, y afirma que la literatura que se escribe en ese momento en España se fija en modelos contemporáneos o extranjeros, y la falta por tanto de referentes clásicos españoles está provocando la merma en la calidad de las obras literarias. Por lo que a él respecta, lo que escriba en adelante le gustaría que fuera cada vez «más riguroso». El crítico literario José María Castellet, adalid omnipresente de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, gana medio millón de pesetas con el Premio Taurus para ensayo crítico con su obra Iniciación a la lectura de la obra poética de Salvador Espriu. «Lo he escrito yo solito», le dice a Moix, «pero sin el apoyo que me ha prestado Isabel (su mujer), seguramente no lo habría escrito».
El humorista gráfico Quino disfruta de unos días en Madrid y en Barcelona. Solo han pasado ocho años desde que naciera Mafalda. Dice: «Aquí, en Europa, todo es viejo». Ángel González es un poeta más que conocido y sorprenden sus palabras un tanto melancólicas: en ese momento de su vida -37 años- prefiere el contacto con la gente que con la literatura. Ana María Matute confiesa sin pudor que se levanta tarde y a quienes se lo reprochan responde con la frase de Unamuno, que también se levantaba tarde: «duermo mucho y me despierto tarde, pero cuando estoy despierto estoy más despierto que muchos». Habla de su querido rey Gudú, «el libro más hermoso que existe y que existirá». Moix se extraña porque la escritora, aficionada a construir y arreglar mobiliario doméstico, porta el día de la entrevista una llave inglesa en la mano por si se le rompe el tacón.
Después de la guerra, Rosa Chacel pasó muchos años en Latinoamérica. Ahora ha regresado a España y le confiesa a la entrevistadora que está preocupada por su dieta. «Debo durar quince años más», dice, pide, suplica, para poder así terminar su autobiografía y algunos proyectos de novela. Duró no quince, sino veintidós años y escribió. Otro clásico del siglo XX, el célebre Salvador Dalí, obnubilado en sus reflexiones metafísicas sobre las imágenes hipnagógicas, corta dos lirios y se los regala a Moix y a la fotógrafa Colita, que han resistido con profesionalidad y buen carácter los envites sui generis del maestro.
Y Max Aub («o cómo sobrevivir a la barbarie»), y Jorge Trías, y Nuria Espert, y Román Gubern, y Concha Alós, y Montserrat Caballé, y etcétera, etcétera. Conversaciones en el tiempo que atraparon el espíritu de las voces. Voces unidas a esos nombres propios inolvidables a los que se les devuelve la viveza de sus palabras cada vez que viajamos por entre las páginas al pasado. Por entre la mirada profunda y retratista de Moix a un ayer que hoy es siempre.