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¿Cooperación…? ¡Desesperación!

La verdad es que lo ponen difícil esto de la Cooperación.

Llevo casi un año por aquí y cada vez me cuesta más entender
según qué actitudes y comportamientos en este país.

Quizás hoy no es el mejor día (de ánimo) para escribir, pero
el ‘deber’ me llama.

Hace unos días que he vuelto a Burkina y parece como si todo
cada vez fuera peor. Alguna vez he contado (si no en este blog en otro, lo
pegaré aquí también) los problemas para pasar los controles de pasaportes y
aduanas, pero se van superando. El vuelo de Air France venía lleno, lo cual no
es muy normal y la mayoría blancos. Bastantes de tercera y última edad (aunque
nos están ampliando los plazos a los blancos, a los negros se los están
reduciendo, al menos a los de Burkina), con pinta de turistas del INSERSO
francés que se conocían de destinos anteriores.

Vista de Ouagadougou desde el aire


El caso es que hasta hace bien poco, mi último viaje fue en
enero, nos entregaban las azafatas las típicas fichas de entrada en el país
para rellenar y adjuntar con el pasaporte. Pues ya no. Pensé para mí ‘¡qué
estupendo!, van simplificar un trámite que no sirve para nada…’.

Al llegar a la zona de control de pasaportes, un espacio que
no tendrá más de 150-200 m2 caí en mi error. ¡Hèlas! Hacinados los más de 300
pasajeros, esperábamos turno para que nos dieran la ficha después de comprobar
nuestro pasaporte y rellenarla espalda contra espalda  o como buenamente podíamos antes de pasar por una de las 3
casetas de control. No es que sea tercermundista, es que es surrealista,
kafkiano, no sé encontrar el calificativo. Deprimente, en cualquier caso y con
más de 30º de temperatura. Así que más de una hora para pasar el control.

La segunda: Había hecho una transferencia de dinero desde España porque
han empezado las obras de la biblioteca que estoy construyendo y hay que pagar
por adelantado el 50% del coste. También porque tengo apalabrada una casa para
comprarme y también un terreno para montar una granja.

Proyectos varios para dejarme el dinero aquí, se supone que
buenos porque invierto dinero y porque voy a contratar gente, crear empleo para
llevarlos adelante.

Voy a mi banco, al llegar, y mi dinero se encuentra
‘perdido’ en una especie de limbo financiero. Resulta que no puedo transferir
300.000 € a mi cta cte, así como así. Tengo que abrir una cuenta a nombre de la
Asociación que he creado e ingresarlo a su nombre, ¿por qué? Misterios de la
burocracia burkinesa.

Así que todo está en stand by, esperando encontrar una
solución. Problemas y más problemas. Menos mal que vengo a cooperar y a
invertir mi dinero en el país… comprendería las dificultades si fuera al revés:
que quisiera llevarme el dinero que hubiera ganado aquí como supongo que harán
las multinacionales o todos los comerciantes libaneses, sirios, árabes, chinos, indios, pakistaníes o europeos que hay y que son los que mueven la mayor parte del comercio… Estoy seguro que ellos no tienen tantos problemas para repatriar
sus beneficios.

Niños y ‘mamás’ del orfanato en mi casa, tomando un piscolabis

 

Y hoy ya la guinda…

En este año que llevo aquí, visitar a los niños de un
orfanato, o que ellos vinieran a mi casa a tomar zumo y
galletas era una de las cosas bonitas que me alegraba la semana, pero eso
también se ha terminado: los niños ya no pueden venir a mi casa, no sé si yo
puedo ir allí, ¿por qué? Supongo que no soy una buena influencia ni para ellos
ni para las cuidadoras que les acompañaban, pero no sé la verdadera razón. Ni
si la decisión se ha tomado aquí o en España, o consensuada. La vida te da
sorpresas, blancas y negras.

Justo ayer, viernes, visitó el orfanato la ‘primera dama’
del país, Chantal Campoaré, me imagino que aparte el puesto que cada uno
ocupamos en la sociedad, supongo que influye también nuestra credibilidad
moral. Y yo, me temo, no como ella, no estoy aquí bien visto por nadie. Se pueden encontrar libros donde se destaca la importancia de su figura en el cambio al actual régimen.

Pues a pesar de todo, o quizás por ello, me voy a quedar. Me
tendrán que sacar de ‘otra manera’.

 

GALERÍA DE RETRATOS DE JAVIER NAVAS

 

 

Este es la entrada (10-04-09) en la que narraba una de mis primeras ‘entradas’ en Burkina, pero os la podéis ahorrar

Acabo de llegar y ya tengo que andar adaptándome a la forma de entender y vivir la vida aquí. Es otra forma y otro ritmo que hay que aceptar, salvo que te quieras hacer mala sangre.

La puntualidad, las prisas, son malas consejeras.

Hace un momento bajaba a desayunar, estoy en la residencia de las hermanas de Loreto (no sé cómo follarían los padres de la Loreto esa, pero tiene un huevo de hermanas, de todos los colores, hermanos ni uno), y había una mujer limpiando la escalera (el ascensor no lo he conocido funcionando) y otra sentada en el suelo, he vuelto a subir porque se me había olvidado algo y ya estaban las dos charlando sentadas en el suelo… pero esto no es problema porque van a su aire. Cuando he vuelto de desayunar eran ¡TRES! las que estaban sentadas en el suelo…

Lo malo es cuando esperas una cuenta en una tienda o restaurante o has quedado para algo. Muchos de nosotros parecemos ingleses, en vez de canarios, de puntualidad en este país.

Pero son cosas que es mejor respirar hondo y tomártelo con calma.

 

Como cuando llegué ayer al aeropuerto en Ouaga (dougou), era un avión sólo el que tenía que pasar el control de pasaportes y había como 4 cabinas de policía revisando las tarjetas y los pasaportes.

¿Qué pasó? Pues, como siempre, escogí la mala. El malo, malote, en este caso.

Hay que rellenar una tarjeta con todos los datos de nombre, país, domicilio, fecha y lugar de nacimiento (la próxima vez pongo Belén, lo prometo), nº pasaporte, etc.

Ya me pasó la vez anterior que no me quería dejar pasar el policía porque me faltaba poner quién había expedido el pasaporte. Y yo venga a buscarlo pero no lo encontraba por ningún lado, me faltó un pelo para poner que me lo había expedido Rodrigo Díaz de Vivar o Guillermo Sautier Casaseca (esto es un guiño para los más viejos, aunque algunos ya no estén con nosotros), pero al final puse Dirección General de la Policía.

Pero, puedo prometer y prometo que la próxima vez pondré Secretaría General de Payasos Listos, sección saxito chico. El caso es que ése, en cuanto le dejé todos los espacios rellenos, me dejó pasar.

 Pero, ¡amigos…!, ¿sabéis lo que es estar esperando una cola más de media hora, después de un viaje de 12, y volver a empezar? ¿Por qué?

Llego, a mi turno, al poli, bon soir, ¿comment ça va? (aquí la cortesía es importante), le entrego mi pasaporte con la tarjeta rellena en unas letras de imprenta que me harían hueco en cualquier scriptorium monacal del siglo X, colindantes y adyacentes, escrito con mi mejor pluma en un discreto color negro-gris (no quise deslumbrar con la gama de rojos y verdes) y me dice no sé qué y me los devuelve, le digo que qué pasa, en mi mejor francés, me vuelve a decir no sé qué, en su peor francés y me dice que me aparte, que vuelva atrás, que cuando tenga tiempo me atenderá…

 Me quedo con la cara esa que se me pone a mí de gilipollas, cuando me descuido y bajo la guardia y me sale mi yo más profundo: los ojos abiertos como bocas de besugos, el labio caído y la boca de par en par, los hombros ora hundidos, como mi ánimo, ora levantados, como las patillas que me estiraba mi maestro en la escuela para estimular mis neuronas (entonces no se sabía mucho del cerebro y dónde se encontraban éstas), y balbuceo no sé qué en francés batiéndome en lenta y quejosa retirada. Los que hemos tenido tratos íntimos con los cuerpos y fuerzas de seguridad sabemos que una retirada a tiempo puede ser valiosa y una carrera desbocada te puede ahorrar algunos sinsabores cuando no una buena paliza. Pero allí no me quedaba lo de salir corriendo, me quedaba la quejosa retirada, lenta, balbuceante, ¿digna? No, digna no, pero aparente.

¿Qué saben en esta tierra si no estaba mentando a su señora mamá o alabando la eficacia de su sistema de control aeroportuario modelo a copiar no sólo en África sino allende sus mares…?

El caso es que al siguiente pasajero, más de lo mismo, y se retira conmigo, él no duda en hacerlo, ni balbucea, ni dice nada, porque es francés y se le entendería todo, menos por mí que cada vez entiendo menos.

Le presento mi caso al francés, mostrándole orgulloso mi buena caligrafía y que tengo rellenas todas las casillas aunque pueda haber fallado alguna, pero no se trataba de acertar los 14 o el pleno al 15, y me dice que hay que escribirla de nuevo, que está un poco emborronada (había corregido un número, ¡1 número!, del pasaporte) y que no se lee bien. Se la paso, casi, por los ojos para que me refuerce y me diga qué letra tan bonita tiene usted o cualquier piropo a los que son tan dados los franceses, pero él está a lo suyo. Por una puerta de al lado le ha saludado varias veces su esposa y le ha entregado incluso algo.

Puerta vigilada por un policía que de vez en cuando deja pasar a pasajeros que se evitan el trámite que os estoy contando simplemente porque conocen a alguien con no sé qué, que les evita pasar el control.

El caso es que me pongo al tajo, aunque preferiría ser como el guadiana y desaparecer aquí y aparecer del otro lado. Relleno la ficha con un boli, se acabó eso de regalar mi tinta y mi escritura a quien no sabe apreciarla y decido ponerme en otra de las filas, por si hubiera más suerte.

Sagaz como una almeja, me encierro en mí mismo para evaluar cuál puede ser la mejor fila y el mejor interlocutor de fichas rellenas. En todo caso decido que sea el más alejado del que me rechazó.

Estaba justo en el extremo izquierdo y me vine al extremo derecho. Quizás la cabeza, el corazón, la asociación de ideas, y el pasado me encaminaron a la extrema izquierda, pero, amigos, puedo declarar con conocimiento de causa que no tiene nada que ver una cosa con la otra. Así que me puse en la extrema derecha. 

Se podría comentar que justo delante estaba la negra más maciza que había en el avión, pero esto os lo comento porque es verdad, que me lo podía haber callado y no os habríais enterado. Lo cual demuestra que algunos hombres, al menos inicialmente, somos gente de principios y preferimos la ideología a la fisiología. Aunque tiren más dos tetas que dos puretas.

Y eso que estuve dudando porque en la cabina de al lado había una mujer policía, y pensé que sería la más lista de todos esos gañanes, desertores del arado (salvo que aquí se ara poco y las que se lo curran son las mujeres, así que para hacer el zángano mejor de polis), y se daría cuenta nada más verme que estaba tratando con un sujeto especial, de esos que entran uno entre un millón por los controles de aeropuertos o por ojos de una aguja. Yo por controles, todavía entro, por ojos de aguja ni ahora ni cuando estaba delgado.

Cogería sin mirar el pasaporte y al abrirlo y ver ese pedazo de foto que se come los datos levantaría despacio los ojos, parpadeando, y moviendo la cabeza para dejar volar al aire su peluca, y relamiéndose, golosa, me preguntaría que dónde me hospedo y me daría su número de móvil por si deseaba alguna cosa… en esas estaba soñando cuando me tocó el turno.

Todo el rato no dejaba de mirar al barbas que me había echado para atrás por si era de inteligencia y me tenía controlado por el temor de que mi intervención e influencia en Burkina Faso pudiera suponer un cambio de régimen. Lo cual les llevaría a tener que cambiar el nombre otra vez y llamarle Bedrè Faso, si antes era País de los Hombres Íntegros ahora sería País de los Hombres Gordos (o Grandes Hombres, lo que diga la ONU si ya está cogido el nombre o no se puede registrar el dominio por internet).

El caso es que era un hombre joven, ¡ay, amigos, cuánto podemos esperar de la juventud…!

Yo lo supe enseguida: un buen rato.

En las cabinas tienen todos un ordenador, pero como la cisterna de los baños del aeropuerto, no funcionan. Ahora, quedar, queda bien. Los baños del aeropuerto no quedan muy bien, no señor. Se puede comer en ellos, sí, pero mierda.

No sé si algún pasajero le resulta sospechoso, no por la letra sino por llevar una metralleta colgada al cuello o cualquier otro signo externo, les va a apetecer arrancar el ordenador, que se instale el Windows, que te diga que no es una versión registrada, que tengas que hacer no sé qué, para tener, como mucho el Word, versión 1.02.3 y no sepas si escribir una carta a la familia o un aumento de sueldo por haber pillado un terrorista internacional despistado, quién coño querría venir aquí a aterrorizar (¡espere, espere, no se vaya así, disparando a la gente que nos va a poner esto perdido… ¿quiere un batik?!).

Pero el joven policía se puso a mirar, leer, con atención, mi ficha mientras tenía retenida a la maciza por no sé qué problemas, incluso vi como ella le daba un número de móvil, no sé si de las personas que iba a ver o el suyo propio para compensar los desvelos de los agentes que desinteresadamente velan por nuestra seguridad y la paz en el mundo, como las mises.

Mi instinto, no mi cabeza, es lo que me funciona. Ponerme detrás de la maciza (tenía unos labios que no podría describirlos, la envidia de la duquesa de Alba) me ayudó a colarme en el país como un 0,007 al uso. Ni la buena letra, ni las izquierdas, ni el feminismo sirven en estos casos, lo mejor es ponerse al rebufo de una maciza que esté en una cola donde al interlocutor le supure la testosterona.

 

Mis maletas estaban abandonadas en la cinta que hacía tiempo que había dejado de dar vueltas, me las cargó un maletero y le dije que ¿combien pour ne passer par le control adouannere? (o algo parecido). Él tampoco me entendió, pero le solté 10 eurazos y el jodío, cuando ya pensé que me llevaría directamente a la salida me llevó directamente al compinche. Tuve que abrir las maletas y explicar que trabajo con una ONG, que llevaba manuales para una escuela de informática (100 ejemplares de un manual de Word en francés) y otras cosas, etc. El caso es que me dijo que él también estudiaba informática,¡já, lo dudo! y se regaló uno de los ejemplares. Lo di por bien empleado, para qué limitar el acceso a la cultura. Si es que puede llamarse cultura un manual de Word, pero para un poli burkinés puede que sí.

 

Salí a la calle y respiré hondo una de esas bocanadas de aire caliente cargado de polvo rojo y me sentí libre de los recovecos del sistema.

Porque ya os contaré cómo es la salida del aeropuerto de Ouaga, que si entrar en el país tiene su intríngulis, parece que no quieren que nos vayamos y los controles de seguridad a la salida superan la decena.

 

En todo caso esto es para iros preparando a los que vayáis a venir a hacerme una visita. Pero luego todo esto es muy soleado y el ambiente muy cálido, como no encontraréis en ningún otro lugar del mundo. Así que no echarse para atrás, cobardes.

 

Besos kafkianos (¿estudiarán a Kafka en la escuela de policía de Burkina?)

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