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Mientras tantoCopolímeros y bacterias poeta

Copolímeros y bacterias poeta


 

¿Alguno de ustedes sabría decirme con exactitud de qué está hecha su aspiradora, el interior de su coche o esas carísimas zapatillas de deporte con las que corre? Apuesto a que no.

Habitar implica relacionarse con lo existente, y por tanto interpretar y gestionar la información contenida en lo que nos rodea. Gracias a esos vínculos cotidianos y a nuestra paciencia para convertirlos en memoria colectiva, hemos sido capaces hasta hace menos de un siglo de reconocer de qué estaban hechas las cosas que usábamos y, así, intuir su comportamiento. Había una cierta familiaridad en lo artificial que nos permitía acercarnos a ello de forma natural.

Con la aparición del complejo mundo de los plásticos y su popularización a partir de los años 50 del siglo XX, esa inteligibilidad de lo artificial empezó a romperse, no sólo por su tremenda diversidad, sino también por la aceleración con la que se sucedían los cambios.

Polímeros, copolímeros, fluopolímeros, nanofibras, elastómeros. Conviviendo con nosotros hoy existen miles de nuevos materiales diferentes, que además pueden combinarse a demanda, dando lugar a variaciones prácticamente infinitas. La materia ha dejado de ser un condicionante previo de la invención para convertirse en algo a inventar. Son materiales hechos a medida, no identificables ya por su aspecto o propiedades, sino por sus prestaciones. Materiales que resultan más fáciles de explicar diciendo lo que hacen que lo que son. Materiales que seríamos incapaces de definir sin ponerlos antes a prueba. Este protagonismo del efecto sobre la causa, parece responder a una concepción de la materia en la que la presencia es eclipsada por la eficacia. Una eficacia de tal complejidad, que en muchos casos implica la coexistencia de propiedades contradictorias, de cualidades que la naturaleza antes nos había presentado como incompatibles.

De todo esto —y más— trata un fantástico libro publicado en 1986 por el arquitecto y diseñador Ezio Manzini titulado La materia dell´invenzione. Una obra excepcional, que alguien debería reeditar, donde conviven antropología, filosofía, diseño y ciencia con un fin común: revisar esa acción esencial y prodigiosa que pone en contacto lo imaginable con lo posible, es decir, el proyectar. Un proyectar que hoy está cada vez más marcado por la imposibilidad de diseñadores y artistas de conocer en profundidad los nuevos materiales de que disponen. Materiales de nombres imposibles que se programan y manipulan en laboratorios —no en estudios o talleres—, materiales irreconocibles, extraños a nuestra memoria, materiales con los cuales ya no es fácil usar ese sentido común intemporal del artesano, asociado a operaciones como apilar, tallar, coser o fundir, que tan bien funcionaba en la madera, la piedra, el metal, la arcilla, el cuero, la tela. Materiales que consiguen su alta densidad prestacional gracias a ser intervenidos en escalas prohibidas a nuestros sentidos, gracias a la manipulación profunda de su estructura molecular, nanomateriales inteligentes que acercan la nueva artificialidad cada vez más a lo orgánico.

Toda esta intro era para hablarles de otro asunto, pero veo que estoy llegando al folio y se me quitan las ganas. Resumo: el poeta experimental Christian Bök escribió un poema, lo codificó dentro de una secuencia de ADN y lo insertó en el genoma de una bacteria. La bacteria reaccionó y sintetizó una proteína. Al decodificar la estructura de la proteína se obtuvo un nuevo poema, complementario pero totalmente distinto al original. El poema escrito por Bök comenzaba:

Any style of life is prim

El que escribió la bacteria en respuesta:

The faery is rosy of glow

Este es solo una síntesis de la historia. Bök lleva empleados en ella 14 años y un montón de dinero. Hay bastante publicado en la Red sobre el proyecto, llamado The Xenotext Experiment. Este texto de Jamie Packs me parece estupendo.

 

 

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