¿Qué me dejé en el tintero desde entonces? ¿Desde mi estancia en Alemania? ¿Desde mi primer ensayito sobre ella en este blog? Uno se deja siempre cosas en el tintero. Tal vez sea eso el misterio de la vida. Ni siquiera sabemos nosotros mismos lo que nos dejamos en ese tarrito imaginario, aquello que no rozó el papel, sin impregnarlo con unos trazos negros, aquello que se quedó en el aire, en el aire de nuestra sensibilidad. Por lo demás, ya no sé si tendría que decir todo lo que quería decir.
La vida está hecha de desencuentros, de malentendidos, solo que a través de ellos encontramos cosas tal vez mejores, entendemos situaciones, circunstancias, que no habríamos podido entender sin malentender otras. Fui a Marbach por consejo de Guillermo, que había estudiado en sus archivos los fondos dedicados a un poeta por el que siento reverencia: Paul Celan. Un filósofo que le interesa la poesía, como yo. Tenía que escucharle y hacerle caso. Guillermo me dijo: “En Marbach hay numerosos archivos de exiliados alemanes (entre ellos de Hannah Arendt)”. Y unos cuantos estuvieron en México, añadió. Y pensé: “Ah, tendría que indagar si tuvieron relaciones con los exiliados republicanos españoles”. No estaba muy seguro de ello porque el perfil de los exiliados germanohablantes en México era más predominantemente comunista, y menos intelectual, que el de los exiliados españoles. Pero cuando se investiga hay que sacar la caña de pescar y esperar a que piquen. ¿Encontraría algún artículo de éstos en la revista Freies Deutschland (Alemania libre)? Solo encontré uno de Bergamín, traducido al alemán. En el Libro negro del terror nazi, publicado por la editorial El Libro Libre de los exiliados alemanes en 1943, encontré un poco más, pero no gran cosa. Miré y miré, pero la verdad es que no encontré mucho de interés a corto plazo. Pesqué pececillos, pero nunca se sabe si se podrán aprovechar ulteriormente. ¿Marbach era un pretexto para otra cosa?
En Marbach se encuentra la casa natal del dramaturgo, poeta y pensador Friedrich Schiller. No vivió muchos años allá. Su padre era médico barbero y murió tempranamente. De nacer en una familia con no muchos recursos llegó hasta codearse con la nobleza más culta, en Weimar, con lo más granado de la literatura alemana, en especial con el que será su amigo Goethe, en Jena, en cuya universidad impartió clases de historia. En Marbach se encuentra no solo el Archivo de la Literatura alemana, donde investigué unos días, uno de los principales archivos de Europa en este campo, sino también, a pocos metros, en un edificio más antiguo, el Museo Nacional Schiller, que, desgraciadamente estaba cerrado por reformas. La estatua de Schiller me miraba cada vez que pasaba por ahí, caminando desde el Collegien Haus (la residencia de los investigadores) hasta el Archivo. ¿Y qué me decía? Yo veía a Schiller paradójicamente solo, entre vallas metálicas, típicas de obras. Símbolo de la renovación y de la universalidad de la literatura alemana, adquirida a fines del siglo XVIII, ejemplo de escritor luchador en favor de la Revolución francesa y de la libertad, Schiller me miraba pesaroso. ¿Por qué será? “La soledad de Schiller entre verjas metálicas”, parecía el título de un libro, bastante alegórico…
Y, sin embargo, una hermosa poesía figuraba en el zócalo de la estatua. «Graciosa Amanda» —y no olvidemos que la gracia estaba asociada en su pensamiento a aquello que en una persona es voluntario, pero teñido de involuntaria espontaneidad— nos creemos libres, pero tú lo eres de verdad. Hay en tí una «eterna juventud unida a una inagotable abundancia y recoges en el árbol de la vida el fruto dorado al mismo tiempo que la flor».
Tengo entendido que actualmente, en Alemania, se lee menos su obra, que su recepción ha perdido fuelle. Schiller estudió medicina en la estela de su padre. De joven, quiso encontrar en el cuerpo la sede de la voluntad, de aquello que nos hace ser visceralmente (y valga la redundancia) libres. En el interior del cuerpo no encuentro yo respuestas. Solo encuentro órganos y sangre, cromosomas y genes… Tal vez en el cuerpo en toda su integridad.¿Qué es lo que nos hacía ser hombres?, se preguntó él, años después. Y su respuesta era la libertad. Se me antoja pensar que hoy en día no creemos tanto en ello, o bien porque hemos querido igualarnos en exceso a los animales, o a los ciberhumanos, o bien porque en las sociedades democráticas donde vivimos no tenemos príncipes arbitrarios o reyezuelos absolutistas contra los que luchar, como Schiller…O porque ya no viven éstos en un castillo o en un palacio, al lado de nuestra aldea, como otrora, sino en alguna villa de lujo, remota, de los Estados Unidos o de Europa. ¿Qué “bandidos”, por cierto, podemos alistar en favor de la libertad si, como he visto en un reportaje sobre Singapur, hace poco un hombre al que le habían condenado más de veinte años por tráfico de drogas y al que le habían torturado y maltratado en la cárcel, declaraba a la cámara de televisión que estaba contento del sistema autoritario, ultra-tecnificado y ultra-controlador de su Gobierno?
Cuando escribí en 1998 el que sería más tarde, demasiado tarde, mi primer libro publicado, De una sensibilidad por venir. Ensayos de estética contemporánea, un librito de Friedrich Schiller me acompañó y me inspiró una serie de sondeos sobre el arte contemporáneo. Se titulaba éste Sobre poesía naif y poesía sentimental y fue publicado en 1796. En él venía a decir el dramaturgo alemán que los griegos, en la Antigüedad, tenían una comunión tal con la naturaleza y los dioses que, como en Homero, su poesía solo podía expresar esa cercanía, sin mediación alguna, no como con Cervantes o Shakespeare, en los que se empezó a dejar sentir ya el desgarro de la separación entre el hombre y la naturaleza y, en consecuencia, la nostalgia o la ironía. Lo primero era la actitud naif y lo segundo la actitud sentimental. Los dioses, como diría en otro lugar, “a casa volvieron ociosos”, “al país de los poetas”, inútiles ya en un mundo moderno que no los comprendía y se regía ya no por lo sagrado y la poesía, sino por la utilidad. ¡Hasta qué punto resuenan estas palabras en quien haya leído a María Zambrano! En ese mi primer libro intenté ver, entre otras cosas, si en el arte contemporáneo seguía siendo un esquema válido. Me pareció que, con independencia de lo ajustado de sus juicios sobre la Grecia antigua, el afán, en unas cuantas manifestaciones artísticas de finales del siglo XX, por acceder a nuevas formas, táctiles, de aprehensión de lo sensible, escondía una torsión de la bipolaridad señalada por Schiller, como si todo nos pareciese irremisiblemente mediado en nuestro trato con la naturaleza y, pese a ello, buscásemos, todavía, nuevas formas de restablecer una nueva alianza con ella.
Schiller, en un ensayo dedicado a la “primera sociedad humana”, influido por Kant y Rousseau, pero ya con cierto perfil personal, sostenía que el ser humano debía recuperar por medio de la razón el estado de inocencia que perdió otrora. Después de miles y miles de años de abandono del estado natural, debía por su propio esfuerzo, acceder con esfuerzo a un paraíso del conocimiento y de la libertad. El hombre, en este paraíso —y aquí deja de lado a Rousseau para adoptar de una manera curiosa las ideas de Kant—la “obediencia a la ley moral grabada en su corazón” llegaría a identificarse con la obediencia al instinto, propia de los animales y las plantas. Y en un epigrama venía a decir por estas fechas, a finales de los años ochenta del siglo XVIII, algo parecido: “¿Buscas lo más alto y lo más grande? La planta te lo enseñará/Lo que está desprovisto de voluntad, que sea por tu propia voluntad. ¡Eso es!”. El hombre se encarama a un árbol no porque busque comida, como un pájaro, sino porque quiere ver el horizonte, tener una vista. Pero ese querer ver horizonte es su profunda y extraña naturalidad. Es un deber hecho necesidad. Qué piruetas estaba dando la historia en aquel entonces, cuando Schiller escribía esas líneas …Por entonces, a los combatientes por la libertad, en Francia, se les arrancaba de cuajo la cabeza y yacían, segundos después, en el cadalso como un amasijo de carne…
Schiller es un síntoma, un síntoma de que por mucho que quisiéramos ser como los combatientes de la libertad, no lo podríamos ser ya, que la necesidad, otrora atribuida por el dramaturgo a la naturaleza, a la espontaneidad, se ha adueñado de muchas dimensiones de nuestra vida social, solo que sin espontaneidad. Ciertos aspectos importantes del mundo social, no digamos del mundo tecnológico, económico y político, en especial a nivel mundial, se han vuelto, en cierto sentido, el reino de los barones contra los que luchaban los bandidos. Antes, podían ganarlos. ¿Ahora? Tenemos una nueva “naturaleza” impasible, sorda a los gritos de la libertad, los cuales resuenan, a veces, sin ningún eco, con vahídos o quejidos, apenas.
Pero yo no venía a Marbach para preguntarme por la libertad, ¿o sí?, sino para preguntarme por algo que se me escapaba. ¿Qué es lo que hace que un lugar sea poético y no sea un lugar del pensamiento? Necesitaba a otro poeta para guiarme en esta búsqueda, pero no lo sabía. No un pensador-poeta, como Schiller, sino un poeta-pensador. Un río y un árbol me iban a acompañar.
Le Mans, a 28 de junio de 2024.