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Corazón de hierro

A las doce de la noche, del 8 de julio, día de su cumpleaños, recibió la primera llamada de felicitación. Sus padres se acordaban de ella desde el otro lado del océano. A las doce y diez, su vecina llamaba a la puerta, cargada con una tarta y una botella de champán. A través de Facebook recibió una cascada de buenos deseos. A las cinco de la  madrugada, el primer sms, de tres amigos que buscaban esparcimiento: “¡Como sabemos que odias madrugar, despierta! ¡Felicidades, te queremos mucho!”.

        Cuando Nune (Armenia, 1988), la Venus de Milo con los brazos de Dafne, bajó del trono, de su casa barcelonesa de Horta-Guinardó, para dirigirse al Metro (Línea 4, parada de Via Júlia), se encontró con una conocida.

       De las tres frases que se cruzaron, una tuvo formato de beso en la mejilla, de esos insustanciales que vuelan como las taloneras aladas; las otras dos frases llegaron envueltas en piropos y parabienes (“¡qué guapa que estás!”).

        La mañana en la que Nune, gerente armenia que desde los 13 años vive en Cataluña, cumplía 20 años, hizo una transferencia de mil euros a su hermana Astghik, estudiante de Gestión y Organización de Empresas en la Universitat Politècnica de Catalunya. Las dos, junto con otras ocho amigas, la mayoría de ellas armenias y entre los veintipocos y los cuarenta y muchos años, han decidido formar una especie de “banca ética”, un corro de préstamos y fideicomisos sin las comisiones preceptivas de las entidades financieras al uso. El mecanismo es el siguiente: “Cada mes, cada una de nosotras diez ingresamos cien euros en una cuenta abierta en Caixa Catalunya para la ocasión. El ingreso se ha de efectuar entre el día 1 y el 5. Y entre el 5 y el 10, se ingresa la suma, es decir, mil euros, en la cuenta de la persona a la que le toca recibir el dinero. Este mes de junio lo ha recibido Astghik, mi hermana”, responde Nune, muchacha aficionada a la arqueología (las ruinas del Peloponeso, el Partenón…), a los cócteles en las terrazas de los hoteles de moda, a las cenas con postres de nombres kilométricos, a las compras en el Passeig de Gràcia, a las películas románticas (Tal como éramos, de Sydney Pollack, 1973) y a los thrillers sobre la mafia (la trilogía de El padrino, de  Francis Ford Coppola, y La prueba, de Roger Donalson, “qué buena”).

       ¿Qué hará Astghik con este dinero?

       La idea se le ocurrió a Anna I (la numeramos para no confundirla con Anna II), hermosa ama de casa de 26 años vecina de la casandra Nune, que desea viajar a su Armenia natal: “Para mis caprichos”. “En Armenia, esta cultura económica  existe desde hace mucho. Mis abuelas ya participaban conjuntamente en este tipo de operaciones para poder hacer frente a imperiosas necesidades”, evidencia Anna I, sirena de ceñido vestido negro, con finos tirantes  tipo espagueti.

       Cuando participan hombres, el importe es más elevado.

       En julio, los mil euros se cargarán a nombre de Anna I, que viajará a Ereván con su marido para celebrar una fiesta sorpresa a una de sus hijas, Endza. Anna I ha retomado los estudios de Filología Hispánica, en la Universitat de Barcelona.

        En agosto le toca recibir el dinero  a Anna II, lista como la Fantasía, hija del Sueño, y licenciada en Filología Rusa. Madre de dos niños, posee la residencia permanente, y trabaja en los programas de educación vial patrocinados por los consistorios municipales del área metropolitana de Barcelona. Aún no sabe en qué  empleará el dinero.

       En septiembre, Cindi, con la voz del birimbao. Trabaja en una carnicería en Via Júlia, en Barcelona. “Quiero viajar a mi país, Colombia, y este dinero me ayudará”, confía.

       En octubre, Nar, niñera de profesión, con un hijo. “Aún no sé qué haré cuando lo tenga”, duda.

En noviembre, Nanea, ama de casa, madre de dos chicos creciditos. “Con mis mil euros, pagaré la matrícula de la universidad de mi hijo Artur, que quiere estudiar arquitectura técnica”, asevera.

     En diciembre, enero y febrero, el turno es de Milena, Tatev y Emma, respectivamente. Se llevan bien entre sí y no se ponen peros, ni se chinchan ni se miran el ombligo. Les gusta la luz del sol. En la mitología griega, el canto del gallo hace huir a los demonios. Y ya se sabe, la Discordia es hija de la Noche.

       En marzo del 2012, Nune, que ejerce de tesorera, recibirá de las demás la cantidad de mil euros. “Ahorraré”, jura y perjura, y posiblemente cruze los dedos, maléficamente. Según la diosa Alethia, cuesta mucho encontrar la Verdad.

       No existen cláusulas de penalización en el caso de que una de ellas se demore en el pago. Acordaron fiarse y no liar la perdiz. “Nos hemos juntado las que sabemos que no vamos a fallar”, explica Nune, que defiende este sistema de minicrédito sin depósito ni intereses.

       El documentalista islandés Gunnar Sigurdsson, autor de Maybe I should have, sobre la crisis financiera del 2008, declaró en una entrevista al diario La Vanguardia: “Los bancos dicen que no podemos vivir sin ellos, pero podemos”. Estas chicas, que hace una década se instalaron en España con sus maridos, están aprendiendo a vivir por su cuenta, a gestionar sus intereses, a pensar en clave de negocio, no como una permuta, sino como una oportunidad de enriquecer su porvenir. “La mayoría están muy ligadas a sus maridos, y su única función es ser buenas amas de casa. Algunas no sabían ni cómo hacer una transferencia. En realidad, durante muchos años, esta ha sido una de las pocas formas de sacar adelante proyectos sin la tutela del padre de familia”, expone Nune, que se puede tomar once capuchinos con nata y dormir a pierna suelta.

       El día de su cumpleaños, a Nune le regalaron unos pendientes con piedras de Swarovski, las colonias Mango y Pachá Ibiza y el perfume Dolce & Gabanna, un vestido de fiesta de Karen Miller manufacturado en Londres, ropa de Victoria’s Secret, unos zapatos con plataforma y tacón del calibre 12 milímetros, una camiseta y una falda de Zara, un bolso de mano de Valentino, un peluche, un ramo de rosas que tocaba el techo, un juego de lápices caleidoscópicos, media docena de tarjetas de felicitación, un póster de la gimnasta rítmica Alina Kabaeva con su firma estampada, una comida en un restaurante de lujo y un poema: “Para la diosa morena”. Y entre 20 y 30 agradecimientos de amigos y parientes (básicamente, una cohorte de primos).

      Cubierta de regalos y una vez satisfecho su más urgente propósito (comprarse otro vestido ajustado, uno de esos little black dress de la Princesa de Asturias y de la polifacética J. Lo), ahora se propone algo peor que hacer dieta: esconder la Visa y ahorrar o morir. La muerte tiene corazón de hierro.

 

 

Jesús Martínez es periodista. En FronteraD ha publicado, entre otros, La suma de dos da 89. Paquistaníes en Barcelona, Facebook d. C. y El Gran Houdini y el clan de los Jodorovich

 

 


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