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Mientras tantoCoro de pringaos

Coro de pringaos


El político sube al estrado, se sitúa frente al atril y, tras saludar a los periodistas, comienza su discurso. Ante esta escena tan cotidiana, siempre intentaba escuchar el mensaje; sin embargo, de un tiempo a esta parte, algo distrae mi atención: un grupo de acólitos se sitúa detrás del representante político y, después de cada una de sus frases, asiente. Por cada frase, una cabezada. ¿Que dice algo irrelevante o redundante? A cumplir: otra cabezada. Y todos a una. La cuestión es asentir.

Dependiendo del partido político, el argumentario cambia. Pero lo de los cabezazos es una cosa que se lleva ahora muchísimo. Siempre he relacionado la oratoria con la retórica y la persuasión, cuestiones que cada uno debe trabajar por su cuenta, pero parece que se me olvidaba algo fundamental: el coro de pringaos. Uno puede crear un discurso fascinante y conmovedor, pero nada refuerza más el mensaje que los cabezazos de tu grupo de amigos. Qué cerca teníamos el progreso, y nosotros sin darnos cuenta.

Leí por ahí que la costumbre de rodearse de su séquito no es sino un modo de transmitir unidad. Pero imagino que no van por ahí los tiros, porque esta gente sabe mucho, y trabaja con especialistas, con ¡expertos en la materia! Así que eso no puede ser, porque es evidente que ver a personas asintiendo vehementemente no transmite unidad, sino sumisión. Y estoy seguro de que ese riesgo solo lo asumen porque los beneficios son superiores.

¡Qué discursos! ¡Qué regocijo para el espectador! Nada de incoherencias, nada de titubeos: todo precisión, claridad y contundencia. Ellos lanzan las palabras y, de un cabezazo, sus acólitos rematan el discurso.

Aunque debo decir que a mí me distrae tanta reverencia al líder, tal y como he comenzado diciendo. Pero la culpa es mía, que no estoy a lo que estoy. Últimamente no me centro, y me da por pensar tonterías. En el caso de los coristas pringaos, por ejemplo, me pregunto si tienen más funciones además de la de asentir, si desde pequeñitos sintieron que esa era su vocación o, peor aún, si cobran por cabezazo. Es que menudo oficio el de acólito.

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