Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoCorrida de beneficencia (10)

Corrida de beneficencia (10)


Los muertos aparecen y desaparecen como si fueran motas de polvo. Es ridículo y hasta hilarante cuando las autoridades sanitarias me intentan explicar que es debido a un nuevo método de cálculo. Un buen día Cataluña comunica más de medio millar de fallecidos de una tacada y otro el Gobierno central reduce en casi dos millares la cifra total. Forma parte de esta realidad irreal, en ocasiones surrealista, en la que vivo desde hace dos meses y medio.

Hay muertos vivos y vivos muertos. Hay algunos que se hacen los muertos para defraudar al fisco y otros en cambio que aunque creen haber muerto están muy vivos para las personas que aún lamentan su pérdida. Los hay antiguos y otros nuevos, en la terminología del responsable médico del centro de coordinación de alertas y emergencias sanitarias, mi paisano y controvertido Fernando Simón. Unos murieron según una determinada validación mientras que otros se salvaron de la quema merced a otro cálculo.

Me imagino recibiendo al mediodía a uno de esos rastreadores de la brigada antivirus, que me comunica: «Siento decirle que, conforme a nuestras estadísticas, usted falleció ayer y por tanto dejará de percibir la pensión a partir del próximo 1 de junio».»¡Pero, qué me dice, si he quedado con una amiga para hacer un viaje tan pronto como sea posible y acabo de hacer la declaración de la renta!», respondo. «Lo siento mucho, señor. Pero así me lo ha manifestado el doctor Simón para que proceda su familia a recibir la herencia. Mi más sincero pésame», añade muy circunspecto. «¿Y con los libros, qué hago?», pregunto agitado. «¡Y yo qué sé, señor mío! Supongo que será una carga pesada para sus deudos. Podía haberlo previsto. ¿No le parece? Que se los coman esas ratas ilustradas de las que tanto habla en sus notas locas. Y ahora, permítame, tengo que avisar al del quinto, escalera D, que por un error estadístico dijimos que había dejado de existir, pero afortunadamente no es así: sigue entre nosotros. ¡Aunque para lo que se nos viene encima, no sé qué decir!»

Mi evolución es como sigue: fui asintomático al inicio de la catástrofe, morí del susto cuando vinieron unos perros negros feroces a mi dormitorio, resucité al encontrarme con algunas amistades en mi ciudad accidental y volví a perder la consciencia una vez que tres ratas ilustradas aparecieron una madrugada en mi cocina, me hablaron de un estudio sobre la conducta humana que les había encargado la Columbia University y entré finalmente en fase de alucinación, desconozco si sin retorno, cuando se me ocurrió montar un festival taurino con ellas y tres toreros políticos con fines benéficos en la plaza de Las Ventas madrileña.

¿Regresaré del sueño? ¿Me apetecerá volver? ¿Me adaptaré a la maldita nueva realidad? Empiezo a tener mis dudas. Cuánta pereza, le comento a McFarlane, en la videoconferencia psicoanalítica Málaga-Kingston que hemos mantenido esta tarde. Le confieso que el coronavirus y, naturalmente, él con sus comentarios me han movido mi suelo existencial de tal modo que no sé bien ahora si soy hombre, mujer, niño o neutro, que si ahora es de día y no de noche y que si la providencia me llevará definitivamente a dormir el eterno sueño de los justos (aunque bien injustos fueron algunos de ellos en vida).

Si realmente dejara de existir y si la comunicación de ese grosero rastreador fuera exacta, no sería una gran tragedia. Ni para mí ni seguramente tampoco para mis seres más queridos. ¿Qué habría dejado en vida? Cuatro lecturas mal comprendidas, cuatro libros sin éxito, una modesta biblioteca, un divorcio, ningún hij@, amores rotos y muchos quebraderos de cabeza. De mis meninges más bien.

Pero curiosamente sentiría mi muerte esta tarde, porque eso significaría perder la maravillosa vista del mar, mi nuevo gran amor, socializar con el pequeño pero buen ramillete de amigos que poseo y continuar acudiendo a un cine de la ciudad a ver películas en versión original una vez que tengan a bien reanudar las sesiones. Ah, bueno, y tal vez para conocer cómo ha terminado la Liga de fútbol. El resto, sinceramente, me importa menos, porque aunque sigo al minuto la política nacional y también la internacional cada vez me asquea más. Y eso que admito que la política forma parte de mi vida y de la de los demás, aunque no lo reconozcan.

En cualquier caso, muerto o vivo tengo tarea, y mucha, si pretendo que el festival de Las Ventas salga perfecto. No puede haber un solo fallo, me digo. Todo sea por ayudar a reducir las filas del hambre. «¡Y no lo habrá, señor Melancholicus!», me tranquiliza Freddy, la rata líder de las tres, mientras tomamos un gin tonic y unas almendras en una de las mesas de la cafetería del madrileño hotel Wellington. «Por nuestra parte no quedará», agrega. No hay nadie en el lugar. Sólo nosotros.

Todo el Wellington está a nuestro servicio, de mí y de ellos, Freddy, Teby y Abigail. La dirección estudia la apertura del establecimiento en un par de semanas, pero tiene muchas dudas de que pueda conseguir el volumen de clientela de antes. «Demasiadas restricciones. Nos va a costar mucho volver a la normalidad o a la nueva normalidad, como afirma el Gobierno», me cuenta su director.

Horacio está en el vestíbulo haciendo una de esas llamadas de las que luego me entero por la prensa. Me anuncia que Reconquisto, el líder de la ultraderecha, se retrasará un poco porque está en una conferencia de prensa triunfal sobre lo que él asegura ha sido un «éxito rotundo»: las manifestaciones de protesta en coche contra el conducator. «Están crecidos. Y anuncian que van a hacer más actos como ese».

Mi amigo me comunica que ha cerrado ya una comida en el hotel con autoridades municipales, el cardenal arzobispo de Madrid, el presidente de Cáritas y otros destacados representantes de la sociedad civil: «Guárdalo en secreto, pero es muy probable que asista el Rey en persona. No lo sabremos hasta el último minuto por razones de seguridad. Está muy entusiasmado con la idea del festival. Le parece una idea magnífica y más en este momento». «¿Y el Emérito?», pregunto suave. «¡Deja en paz a ese señor, que ya tiene suficientes problemas con lo suyo! ¡No sé si acudirá a Las Ventas! De todos modos, si estás tan interesado en saberlo se lo preguntas al hijo directamente si finalmente viene a almorzar hoy al hotel», contesta malhumorado.

Horacio se desahoga un poquito conmigo. Se le nota agitado, nervioso, como si quisiera pero no se atreviera a decirme algo importante. «¿Qué ocurre? ¿Quieres tener más protagonismo acaso?», pregunto. «No seas cretino. No es eso», responde. «El ambiente está tenso. Muy tenso, Bosco», agrega.

Me explica que el ministro del Interior ha decidido reforzar la vigilancia fuera y dentro de la plaza, porque le han llegado noticias por diversos canales de que la ultraderecha quiere reventar el acto y los populistas preparan un gran abucheo contra el monarca y más si finalmente aparece su padre. «Vamos, que las pitadas al himno nacional y su presencia en las finales de Copa son nada en comparación con la que están urdiendo esto majaderos», se queja Horacio. «¿Pero hasta el punto de que se suspenda la corrida por temor a alteraciones de orden público?», le pregunto. «No lo sé. Pero hay nervios», sentencia.

Mejor seguir muerto ante lo que se avecina. ¿Y a mí por qué se me ocurrió un día organizar un exótico festival de ratomaquia con la que está cayendo?, pienso. Y decido continuar durmiendo el sueño de los justos para siempre o durante un rato.

Más del autor

-publicidad-spot_img