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Mientras tantoCorrida de beneficencia (23)

Corrida de beneficencia (23)


Suelo ir a contracorriente de todos y de todo. Y en mi confusión y desconcierto me contradigo. Bien que se encarga de recalcármelo el torturador McFarlane, mi psicoanalista jamaicano. Digo esto porque confieso tener algo de debilidad sentimental por el taciturno ministro de Sanidad. He aquí algunas de sus opiniones: «Acertar la quiniela del domingo el lunes no me interesa mucho». «Visto lo visto todos llegamos tarde a esto. Todo Occidente». «Ha sido una cura de humildad para todos».

Tiene una mirada melancólica, de filósofo catalán. Lleva tres meses sin ver a su mujer e hija, encerrado en el ministerio y recluido por la noche en un apartamento monclovita. Quizás por eso le cuesta sonreír. No sé sí ha sido un buen gestor (seguramente no), pero siempre envidié su autocontrol cuando le caían bofetadas verbales por todas las esquinas y jamás perdió los nervios. El seny funciona en este individuo, que llegó al Gobierno con otra función y se encontró con una presa rota y el agua que se venía abajo. En mis primeros sueños lo vi entrar sin hacer demasiado alboroto en mi piso, junto a Vicedós y al sonrisitas líder de la oposición. Me pidió un libro de reflexiones de Montaigne y en la madrugada siguiente me lo devolvió por medio del vicepresidente.

Ahora cuando observo sus imágenes noto que le ha crecido el pelo y que el tupé está más domado y el tic nervioso en el ojo también. Me gustaría invitarlo a casa un día con su familia y conversar de cualquier cosa menos de política a esta especie de monje catalán. Me solidarizo con él porque ha tenido que sentirse muy solo, frustrado e impotente en los peores momentos de la pandemia. Camina con más seguridad, como si supiera que el conducator, que hizo la semana pasada un elogio personal de él y del doctor Fernando Simón, le fuera a premiar con unos días de asueto para irse a su pueblo de La Roca del Vallés donde tomarse una caldereta y hacer una excursión en bici por la ruta de Céllecs.

Hoy he pasado una jornada bastante regular metido casi todo el tiempo en cama por una jaqueca. Ha cambiado el tiempo en mi ciudad accidental y eso altera mi cabeza y aún más mi frágil sistema nervioso. He esperado a que me sintiera mejor, he comido ligero y luego, con más precaución que anteriores veces, he entrado en el farmobar para trasegar un orfidal mezclado con un vaso de agua. Los excesos se pagan a mi edad, me he dicho mientras me tragaba con asco el somnífero. Pero sin estímulo de relajantes no hay fantasía que valga lo cual me impide seguir narrando lo mejor que pueda el espectáculo de Las Ventas, que ha llegado ya a su mitad.

Tardo en cerrar los ojos. Leo un poco una novela de un novel escritor australiano sobre una particular visión del fin del mundo y caigo en el sopor de la noche. Al poco oigo ya la música del intermedio en Las Ventas. Más pasodobles y el respetable regresando del bar tras tomar una cervecita y un bocadillo de serrano. ¿Qué habrán hecho en el entreacto el Rey, el Emérito, conducator y su cañera cordobesa vicepresidenta? ¿De qué hablan los vips cuando no hay guión escrito ni asesores de por medio? En eso Berlusconi era un maestro. Distendía las pausas de las cumbres europeas contando chistes a sus colegas con gran enfado de Chirac. A Vicedós lo he visto bajar hasta la grada donde están las huestes moradas y departir con uno de ellos, aparentemente el cabecilla. ¿Habrá calmado a la fiera o por el contrario les habrá animado a continuar con la bronca? Entre la calma y la tensión, sospecho que le gusta más lo segundo. Desde el otro lado, los seguidores de Reconquisto, al descubrir su presencia han comenzado a insultarle: «¡¡Marqués de Galapagar!!», ¡¡Piojoso leninista, te vamos a cortar la coleta, a ti y a tu nena!!». Vicedós no se ha arredrado y les ha respondido con una sonrisa. Tiene tablas.

El presentador anuncia la salida del segundo diestro como si fuera un espectáculo de sala de fiestas provinciana. Y algo casposo afirma: «A continuación, la guapa y sin par Isa, presidenta de la Comunidad de Madrid, toreará de salón a don Teby, investigador roedor de la Columbia University de New York». Hay cierta rechifla por el tono entre algunos espectadores de los tendidos altos.

Sale primero Isa, con su gorra y su traje de pichi castizo, como si fuera una estrella del rock, saludando a izquierda y derecha. «Cómetela a bocados, guapa, que tú puedes», se oye desde uno de los tendidos bajos. El deseo es contrarrestado por una voz fuerte y desgarradora que sale de entre los de la camiseta morada, que deja un poco desconcertada a la torera conservadora: «¡¡Ida, eres peor que el virus!!». Al grito responde el coro podemita con «Ida, Ida, Ida», jugando con las iniciales del nombre y el apellido de la torera de la coleta.

Le echa arrojo la circunstancial matadora al esperar al frío de Teby en la misma puerta de toriles. Allá que sale la rata neoyorquina un poco desnortada mientras por megafonía suenan las trompetas que anuncian el Capricho italiano, la pieza escogida por Isa. Ha sido hábil eligiendo la obra orquestal de Tchaicovsky, porque la rata sintoniza pronto con el inicio grandioso de la trompetería y con pequeños saltitos se apresta a embestir a la torera. Ésta, tranquila, serena y con temple, exhibe una serie de pases de revolera largamente aplaudidos por los aficionados. De momento, los insultos se han desvanecido. Teby está colaborando, lo cual agradecen sobre todo los entendidos: «Bravo, campeón, maestro de maestros». «Eres mejor que un vitorino».

Cuando los violines y las trompetas inundan las Ventas con el precioso Capricho italiano llega la apoteosis. Lo nunca visto en la historia de la tauromaquia y de la ratomaquia. Isa tira el capote a la arena, se acerca a Teby, le dice unas palabras que no llego a entender pero que no parece sean agresivas, pues el roedor asiente con la cabeza y permite que la líder conservadora se abrace a la rata y comiencen a bailar primero agarrados, luego separados y por último brincando en círculo por todo el perímetro del albero. No se oye ni un respiro. El espectáculo es majestuoso y simpático. Desde luego, la música es capaz de cerrar heridas y unir a los humanos, sin importar credos o ideologías, pienso yo.

Isa, con la coleta al viento, corre tratando de apresar a Teby en un juego como pactado. Éste da saltos y volteretas, consciente de que por mucho que ella lo intente jamás podrá alcanzarlo. A veces se detiene para tomar aire, pero cuando parece que lo va a cazar toma carrerilla y escapa. El público ríe y aplaude. También el monarca y su padre, que entusiasmados se han levantado del asiento para reconocer el exotismo del número. La suerte concluye con dos verónicas de la política del PP bien acompañadas por el roedor. Torera y animal se abrazan en el centro del redondel y se dirigen juntos hasta la salida de toriles.

«Madrid no se rinde, presidente», clama Isa ante el griterío de sus seguidores y el pataleo de sus adversarios mirando al palco donde se encuentra mi gobernante, que sonríe. Eso enciende de nuevo la plaza y reaparecen los insultos de uno y otro signo. «Esta señora parece en mujer a Vicedós. Es un tanto inoportuna en sus declaraciones. Encrespa a la gente», me comenta un señor que está siguiendo de cerca como yo el espectáculo desde la contrabarrera. El ganadero salmantino, que ha oído el comentario, se encara con él: «¡Pero, qué dice usted, señor mío! ¡Isa los tiene bien puestos y el otro los porta en la coleta!». La discusión no crece pues mi improvisado acompañante prefiere callar.

De nuevo la música, pero la racial y taurina como se merece la tarde madrileña de ratomaquia. Justo cuando se dispone Reconquisto a concluir el programa toreando a la hembra Abigail, despierto despavorido al escuchar una voz que viene del salón de mi casa. «¿Hay alguien allí?», grito pero no encuentro más respuesta que esa misma voz monótona. Me levanto de la cama, somnoliento y aún dolorido por la cabeza, y me dirijo hasta el lugar. El televisor está encendido. A lo mejor olvidé de apagarlo la noche anterior en medio de la tontera que me invadía.

Allí, en la pantalla está él, mi gobernante, que ya no lleva corbata de luto de días pasados y que habla y habla, repite y repite durante más de una hora, y cuando improvisa evidencia que sus dotes de oratoria no son tan buenas como yo creía al principio. «¡Pero, tío, eres Dios o qué! Tienes el don de la ubicuidad. Te acabo de ver en Las Ventas y ahora estás con tu perorata tradicional, que ya no es sabatina sino dominical». Él detiene un instante su discurso, fija su mirada en mí, sonríe, me hace un guiño que no entiendo y prosigue con su homilía. Cada vez se le ve más a gusto con el ritual. Me pregunto si lo suspenderá cuando acabe el estado de alarma o se tomará unas semanas de descanso, por su propia salud y la de sus compatriotas, y lo retomará con más brío en otoño.

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