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Mientras tantoCorrida de beneficencia (24)

Corrida de beneficencia (24)


Voy en taxi por mi ciudad accidental y reparo en un cartel: Preparados. Me pregunto preparado yo personalmente para qué. «Salimos más fuertes», reza uno de los eslóganes del gobierno de coalición. Las cuñas publicitarias en la radio y los anuncios en televisión irritan mis tímpanos y mis ojos cuando me anuncian que hemos ganado al virus y por tanto es momento para suscribir una póliza de seguros, comprar a plazos ese coche que habíamos pensado antes de la crisis o degustar un delicioso plato en un restaurante que acaba de reabrir las puertas.

Lo hemos conseguido. Qué estupendo. Fuimos fuertes durante el confinamiento y ahora ha llegado el momento de disfrutar. Eso escucho en la radio o en la tele cuando estoy lúcido, lo cual es mucho decir. Comento con el taxista las últimas previsiones del Banco de España: el PIB puede caer hasta un 15,1% y el desempleo alcanzar el 23,6% durante el presente ejercicio. La recuperación económica no llegará hasta dentro de tres años. «Sí, lo vamos a pasar muy mal. Tendremos que pagarlo todos», comenta resignado el conductor. Unos más que otros, digo yo para mí mismo. Hay una cosa evidente: salimos, pero lo hacemos más pobres. Y en el caso particular nuestro con un clima de crispación política insoportable, del que por ahora no se ha contagiado completamente la calle.

Leo que al Emérito lo va a investigar la fiscalía del Supremo por presunto delito de fraude fiscal y blanqueo de dinero por el cobro de comisiones saudíes en la construcción del AVE a La Meca. ¿Le temblarán las canillas al padre de Felipe VI? Tengo muchas dudas de que llegue algún día a ser procesado, pero, en cambio, sí creo que tarde o temprano abandonará el país a fin de no poner más en peligro la Monarquía.

Continúo leyendo una información que recoge la revista científica Nature sobre un estudio de once países afectados por el Covid-19, entre ellos España, realizado por el Imperial College de Londres. Según la investigación el confinamiento habría evitado la muerte de 450.000 personas en nuestro país y de tres millones en todo el planeta. Si el estudio es riguroso supone un balón de oxígeno para el Gobierno. Pero no hay que olvidar que ese mismo centro académico hizo al inicio de la pandemia unas proyecciones alarmistas que anticipaban cifras enormes sobre el número de fallecimientos. Y un apunte más, que supongo hará sonreír al conducator y a Vicedós: la fiscalía solicita archivar el caso sobre la manifestación feminista del 8-M y su implicación en el crecimiento de contagios por no encontrar pruebas de delito.

No le ha salido mal la jornada a mi gobernante, pero estas pequeñas victorias difícilmente apagarán el fuego social y las sombrías previsiones económicas. Algunos de los ministros deben soñar que entre Europa, un impuesto a las grandes fortunas y una reforma fiscal que permita recaudar más al Estado saldremos al paso de este martirio lo que permitirá que durante al menos ocho años siga en el poder la coalición socialista-podemita. Vicedós ya se lo ha adelantado al líder conservador: nunca gobernarás, lo sabes y por eso lo único que buscas es provocar una tangana, en un símil futbolístico ahora que la Liga reanuda la actividad.

Al regreso a la cueva voy al farmobar a tomar mi frivolité de relajantes diaria. Me gustaría departir con algún cliente circunstancial antes de caer en brazos de Morfeo. Intercambiar opiniones sobre generalidades. Por ejemplo, como hacen los británicos, hablar  sobre el clima o cómo regar sin exceso las plantas de mi terraza. Aunque de eso se ocupa mejor mi discreta ama de llaves, consciente de que yo soy un manazas con la regadera.

En fin, no hay clientela en el farmobar y como de costumbre tengo que aceptar la única compañía de mademoiselle Solitude, a veces agradable cuando es deseada pero otras no tanto cuando es impuesta. Por eso he dicho al principio que tengo serias dudas de que después de la pandemia salga más fuerte y preparado para el combate de la vida.

El sueño me traslada casi inmediatamente a la plaza de Las Ventas, donde el calor remite algo conforme avanza la tarde. Sospecho que los espectadores deben de escuchar las noticias mientras se desarrolla la ratomaquia, porque en el bando de los de la camiseta morada retornan los gritos contra el Emérito: «¡Borbón al paredón!». «¡Devuelve lo que has robado, bribón!». Miro al palco presidencial y percibo de nuevo nervios y angustia. No hablan entre ellos. Mientras, los de la camiseta verde insultan a Vicedós y a su pareja y ministra de Igualdad y chillan: «Gobierno comunista. Justicia corrupta». Intuyo que se han debido enterar del movimiento judicial sobre la manifestación del 8-M.

El respetable calla cuando desde megafonía se anuncia la última faena de la tarde entre «don Reconquisto, aguerrido líder de Vox,  y la dulce y agraciada señorita roedora Abigail, prestigiosa socióloga de la Columbia University de New York». De nuevo se escuchan algunas voces de rechifla por la pomposidad y cursilería del presentador, que parece más que un comunicador taurino el introductor de un desfile de modelos.

Los del tendido de ultraderecha jalean la presencia de su caudillo y estallan en una gran ovación cuando sale vestido con jubón verde, pantalones camperos de igual color y unas gruesas botas negras con espuelas. Me pregunto para qué llevará las espuelas y si está autorizado de hacerlo.

La plaza exclama con un oh de admiración y sorpresa cuando Reconquisto aguarda la salida de Abigail en la misma puerta de toriles y se hinca de rodillas. Un silencio expectante que rompen por megafonía los primeros compases del acto tercero de la ópera wagneriana de Las valkirias. Sale desconcertada y desconfiada la rata. Reconquisto la espera y levanta el capote para que el animal pase. Aplausos estruendosos llegan desde las gradas afines al torero y también desde las primeras filas de los tendidos bajos. «Olé tus huevos, Reconquisto. Humilla a esa cosa maloliente, cobarde e ilegal», le grita desde el callejón del cuatro un señorón ensortijado.

Mal empezamos, me digo con cierta inquietud. He percibido un gesto de enfado de Abigail, como si se hubiera sentido burlada con el capotazo del diestro. Escucho perfectamente que Reconquisto le grita: «vamos, guarra, embiste, no seas cobarde». En una de esas el animal se revuelve con malas artes. Temo que vaya a agredir al envanecido matador. Éste se da cuenta del peligro, mueve la bota derecha y cuando Abigail se lanza y supera el trapo la cuchilla de Reconquisto roza la pata izquierda de ella y le produce un pequeño corte en la extremidad delantera, que mancha con sangre la arena. El animal chilla pero no parece que la herida sea grave, porque prosigue.

Atruena Wagner con la cabalgata de las valkirias. La oficialía de la Luftwaffe instruía a los cadetes de la aviación nazi con la ópera del compositor alemán y los estimulaba con imágenes de tanques destruyendo al enemigo.  ¿Cómo olvidar a Robert Duvall, tocándose sus genitales y extasiado por el olor a bombas de napalm que los helicópteros norteamericanos arrojaban contra un poblado vietnamita en Apocalypse Now al compás de la ópera de Wagner?

Sospecho que al líder ultraderechista le gustaría acabar con la rata, que su toreo no fuera de salón sino de muerte como marcan los cánones de la fiesta. Sin embargo, eso violaría lo pactado previamente: será un espectáculo de ratomaquia con fines sociales que no concluirá con el sacrificio del toreado, es decir, de la rata. Mis temporales inquilinas me lo exigieron en la cocina de mi casa en mi ciudad accidental y yo me comprometí a ello. Y lo pactamos mi amigo Horacio y yo con el Gobierno y todas las fuerzas políticas.

Pero al ver el combate tan desigual entre el diestro y el roedor temo que en cualquier momento se pueda producir la tragedia. Sin embargo, Reconquisto, de repente, rebaja la tensión y se interesa por la herida de Abigail. «¿Estás bien, rata? ¿Quieres que paremos?». A lo que ella responde muy cortante: «No. Sigamos. Venga, acabemos de una vez».

Reconquisto desea terminar a lo grande. No podría ser de otro modo. Su carácter le obliga y se debe al exaltado grueso de seguidores suyos que le incita: «You are the best. You are the champion. Eres el Zidane de la política. Te llevaremos a Moncloa, líder querido». Es entonces cuando el caudillo se acuerda del salto de la rana, inventado por El Cordobés, que no era precisamente un maestro del toreo fino. Da un par de saltos con el capote hacia adelante y hacia atrás, que responde de mala gana la socióloga de la Columbia. El estruendo en las Ventas es inmenso. Las palmas echan humo, como diría Juan José Castillo, aquel locutor que transmitía los agónicos partidos de la Copa Davis en los sesenta.

El dirigente de Vox se acerca al tendido de los encamisados verdes, que le gritan, le jalean, le tiran botas de vino, habanos, claveles, móviles y hasta un sujetador negro del que supongo se habrá desprendido una dama de su camada. Abandona el ruedo sin esperar a Abigail. El rostro de ésta muestra contrariedad. Cuando pasa cerca de mí le pregunto si le duele la herida y si necesita auxilio. «No, gracias, Mr Bosco. Eso es lo que quería este señor: humillarme». «No se preocupe, Abigail. Para mí no lo ha conseguido».

 

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