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Corrida de beneficencia (4)

Pensaba antes de acostarme, a la luz de la última encuesta del CIS, sobre el contradictorio comportamiento que tenemos los españoles con nuestros gobernantes: aplaudimos durante el día el confinamiento, pero le damos a la cacerola al caer el sol violando todas y cada una de las medidas de los protocolos dictados por nuestras autoridades políticas y sanitarias. O todo o nada. No hay matices en este país donde un buen día hace ya bastante me crearon mis difuntos padre y madre. Moriré sin saber si fui un hijo deseado. Al fin y al cabo era el último de una saga de seis retoños, cinco varones y una fémina. Nunca me atreví a preguntarlo. Además, hubiese sido una pregunta trampa. No me habrían dicho la verdad.

Me irritan sobremanera las rotundidades con las que más de las veces se expresan o actúan los servidores del bien público. Ejemplos no faltan a diario como que Donald Trump se esté medicando con un fármaco todavía no autorizado o que Vicedós haga una finta para criticar los escraches ahora cuando antes los defendía por considerarlos un buen jarabe democrático, el mejor que supuestamente tenía el sufrido ciudadano. Todo es según el cristal con que se mira. Por eso yo no me identifico con el energúmeno de la Casa Blanca ni con la coalición que aquí me gobierna ni con la desnortada oposición y, por supuesto, menos aún con el chillido de la ultraderecha. No quiero que me griten, que me impongan, que no duden de nada para ocultar su inseguridad, su improvisación y su interés en beneficio propio como antaño me ocurría con los curas cuando iba a un elitista colegio de jesuitas.

¿Entonces, con quién se identifica usted, señor mío?, me pregunta paciente McFarlane. A lo que yo respondo: «Probablemente con el mar, pero ni de eso estoy seguro, porque cuando se pone bravo me da susto». ¿Es necesario identificarse con éste o aquél, con esta ideología o la contraria?, le pregunto. Yo ya abracé dos y salí bastante escaldado. «Le entiendo. No crea. No es muy distinto a lo que a mí me ocurre. Llegados a una edad, la mejor compañera es Mademoiselle solitude«. Me llama la atención que el psicoanalista jamaicano recurra al francés. No lo hace nunca. Qué extraño personaje. Ya lo he incorporado a mi rutina. Si un día me faltara lo echaría de menos. «Joseph-Marie, ¿tiene por casualidad el móvil de Diana Krall?», le suelto. Se queda completamente desconcertado. Tal vez no sabe quién es. Lo noto en la imagen de su rostro reflejada en la pantalla de la tablet. «No se preocupe Mac. Es una de mis estúpidas bromas, pero si lo tuviera le pediría que llamara a la pianista canadiense para poder bailar esta tarde con ella I got you under my skin sin rozarnos siquiera por culpa del maldito coronavirus. Invitaría a los de arriba y los de abajo para darles envidia».

Puesto que soy consciente de que conforme avanza la tarde mi lucidez se desvanece, opto por tomarme un yogur, dos galletas, un kiwi y un té. Bloqueo todos los relojes de la casa y por supuesto el del móvil, aparatejo dictador, que apago. Me dirijo al baño, me cepillo bien los dientes para evitar tener que ir antes de la cita prevista a mi dentista y revuelvo en mi pequeño maletín farmacológico con el fin de seleccionar un ligero cóctel de somníferos. Debo tomarlos si quiero continuar fantaseando. Y ahora a esperar a que se me cierren los ojos. Cosa hecha.

Hay mucha tarea por delante. He realizado enormes progresos, pero falta ahora pormenorizar al detalle todo el programa de la inédita y espectacular tarde de toros devenidos en ratas en la flamante y remozada plaza de Las Ventas madrileña. Y eso no se me da muy bien, la de organizar eventos. Yo prefiero estar en la sombra, asesorando, proporcionando ideas, pero llevarlas a la práctica eso es otro cantar. Que lo hagan los demás. En cambio, Horacio, mi amigo periodista, está muy dotado para tal misión. Además, como se ha apoderado sin ningún pudor del proyecto, considero justo que sea él quien se arremangue para hablar con el Ministerio del Interior, el Ayuntamiento y los propietarios del coso taurino para que no se escape nada. Aún más sabiendo que el Rey y la Reina han confirmado su asistencia. La del padre es todavía una incógnita.

«Debes venir ya mismo a Madrid. Tú y tus ratas, naturalmente. Hay mucha tensión en el ambiente después de las caceroladas en el barrio de Salamanca. Moncloa desconfía con la reacción del público. Ya sabes, los taurinos suelen votar por lo general al PP o a Vox. Quiere llevar a bastantes simpatizantes socialistas para contrarrestar. Y los podemitas, ni te cuento. A esos no se les escapa nada.  Deben de pensar que Las Ventas tiene el aforo del Bernabéu en sus mejores tiempos», afirma. «¿Crees que al final acudirá el Emérito?», pregunto. «No lo sé. De veras. Radio Macuto da por seguro que irá, que él quiere estar dado que es un espectáculo con fines benéficos. Zarzuela ya ha anunciado que la Familia Real va a contribuir con una suma importante. Pero en círculos próximos a Palacio me confiesan que el padre tiene un poco de miedo a la gente por las delicadas circunstancias que atraviesa. Hace tiempo que no se le ve en ningún acto público».

No hay nada como tener contactos e influencias. Lo que a cualquier mortal le resulta imposible, para un privilegiado no hay obstáculos que valgan. Puede volar, por ejemplo, si es necesario esta misma tarde de Málaga a Bariloche sin pagar y naturalmente infringiendo todas las normas sanitarias debidas a la pandemia. «Para eso están. Para que las violen los poderosos y sean castigados aquellos ciudadanos que las incumplan», afirma con bastante cinismo mi amigo Horacio.

Todo eso viene a cuento al preguntarle cómo iremos mis peculiares inquilinos y yo hasta la capital del Reino dado que está prohibido viajar de una región a otra por el momento. «No te preocupes por eso. No seas cobardica. En cinco minutos te llamo, te explico y te confirmo. Sois gente VIP», afirma entusiasta Horacio, a quien noto cada vez más implicado en esta loca aventura basada en una realidad irreal.

La patronal se ha sumado también al acto. Su presidente, un vasco de buen talante con quien mi amigo tiene buena relación, se ha encargado de organizar y financiar con el visto bueno del Ministerio de Fomento, o como rayos se llame ahora, nuestro desplazamiento por ferrocarril a Madrid y el alojamiento en el céntrico Wellington, el hotel de los toreros. «¡Chico, ni el poderoso Kim Yong Un tiene tanto privilegio como vosotros!», grita al teléfono. «¡Y eso que las dos terceras partes del pasaje lo conforman roedores, ilustrados, pero ratas puras y duras».

Y es verdad, una locomotora y un solo vagón de AVE, clase preferente a nuestra disposición, con la única compañía del maquinista, dos empleados más y un par de azafatas. Apenas dos horas de viaje sin paradas. Y un establecimiento hotelero de cinco estrellas. actualmente cerrado, abierto exclusivamente para nosotros. Sin duda, el dictador norcoreano podría tener envidia del trato que nos darán.

Yo no salgo de mi asombro. ¿Por qué este súbito interés de las fuerzas vivas nacionales, políticas, financieras, empresariales, sindicales y culturales en respaldar sin fisuras esta aventurada fiesta ratera, que difiere bastante de lo que es propiamente una corrida de toros? ¿Han valorado seriamente lo que puede representar? De acuerdo, el fin es muy loable, financiar los comedores sociales, pero de ahí a que el Gobierno en pleno, Florentino Pérez, el jefe de Estado Mayor de la Defensa, el cardenal arzobispo de la capital, afamados deportistas y figuras de la cultura hayan anunciado una aportación y que estarán presentes la tarde de lidia en Las Ventas…

Es increíble la reacción solidaria que a veces tenemos en este país cuando uno menos lo espera y cuando el ruido y la crispación nos alejan de la unidad entre todos tan necesaria para salir de la catástrofe. ¿Será verdad lo que he soñado esta madrugada o quizás la fantasía me ha jugado otra vez una mala pasada? Voy semidespierto a la cocina para informar de los preparativos del viaje a Freddy, Teby y Abigail, las tres ratas ilustradas de la Columbia University, pero allí no hay ni rastro de ellas ni de sus crías ni tampoco de las pequeñas camas que me explicaron instalaron para poder descansar junto al lavadero. Todo está en silencio.

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