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Mientras tantoCorrida de beneficencia (y 26)

Corrida de beneficencia (y 26)


El padre del rey Felipe VI le ha dicho crípticamente a un veterano columnista amigo suyo que está tomando «aguantaformo» para combatir su propia enfermedad, la de no ser procesado en el Tribunal Supremo por presunto delito fiscal y blanqueo de capitales en el cobro de comisiones saudíes por la obra del AVE a La Meca y otras gratificaciones. Ignoro si el remedio tendrá un efecto placebo. De momento, el PSOE guarda silencio pero su socio de coalición es partidario de abrir una comisión de investigación al respecto en el Parlamento.

Casi tres décadas y media han tenido que esperar los suecos para que la justicia de su país concluya que el asesinato del primer ministro Olaf Palme fue obra de un diseñador gráfico que se suicidó en el año 2000. ¡Y no están completamente seguros de que sea así! Los norteamericanos aún se preguntan más de medio siglo después si el magnicidio de John F. Kennedy fue obra únicamente de Lee Harvey Oswald o la Mafia pudo estar implicada. En España no tenemos del todo claro si el entonces rey Juan Carlos dudó en las primeras horas del golpe del 23-F y tardó bastante en dirigirse al país.

Me he despertado con estas reflexiones, no sé muy bien con qué propósito y a qué me conducen. Después de ducharme y desayunar he probado el fármaco juancarlista, el «aguantaformo», para soportar un rato la sesión de control parlamentario al Gobierno. «A mí, Señor, me ha durado escasamente diez minutos», le comunico al Emérito. A la quinta pregunta he apagado el televisor, he caminado por el paseo marítimo de mi ciudad accidental, he almorzado ligero, he dormido un cuarto de hora de siesta, he visto un capítulo de la maravillosa serie The Crown -¡cuánta soledad hay en el poder!-, me he tomado un yogur, me he cepillado los dientes, me he puesto el pijama de verano y me he encomendado a Dios y al Diablo para saber cómo termina la corrida de Las Ventas no sin antes visitar el farmobar y trasegar los consabidos somníferos. Cuando se me acaben me sentiré desvalido.

En los chiqueros de Las Ventas se ha logrado suscribir el llamado pacto de la ratomaquia por el que Freddy se dirigirá en unos instantes al respetable para hacer un llamamiento a la unidad y la concordia en un momento de tanta crispación. Ha pedido que estén presentes los tres toreros, Monaguillo, Isa y Reconquisto, que serán acomodados en unas sillas justo detrás de Freddy, Teby y Abigail en el centro del albero. El portavoz ratuno ha adelantado a los presentes que su discurso no será largo y ha solicitado que por los altavoces suene antes el primer movimiento de la Séptima de Beethoven, interpretada por la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Herbert Von Karajan.

Ningún problema en esa petición. Uno de los miembros del Mando Único se lo comunica por teléfono al encargado de megafonía: «Muy bien. Eso es fácil. Oye, estoy poniendo música taurina porque la gente no sabe bien si ha terminado el espectáculo o actúan de nuevo las ratas en otro número en plan Bombero Torero. Tú ya sabes». El del Mando Único no está para muchas bromas y se limita a explicarle que Freddy pronunciará unas palabras y que lo comunique cuanto antes al público. «Okey. Así lo haré», responde el presentador.

Cuando entramos de nuevo a la plaza escucho ya los primeros compases de la sinfonía. Es emocionante. Vibrante. Nunca me canso de escucharla. Hace unos meses un cretino me dijo con voz engolada, no sé si para epatar, que Beethoven no había sido un buen compositor. ¿Lo sería acaso él?, me pregunté. Seguro que era uno de esos críticos musicales que quieren ir a contracorriente para hacer destacar su opinión.

El presentador anuncia solemne que «don Freddy, en representación de las tres distinguidas ratas investigadoras pronunciará unas palabras de agradecimiento al respetable antes de poner fin así al espectáculo». Tímidos aplausos y algún que otro silbido cuando aparece el trío roedor enfundados en sus uniformes anaranjados, acompañados de sus crías. Han decidido con acierto despojarse de esas ridículas falditas rojas con el logo de la Columbia University que exhibieron durante el toreo.

Se apaga la Séptima. Silencio en Las Ventas. Freddy comienza su parlamento un tanto nervioso.

«Madrileños y madrileñas y pueblo de España en general. Abigail, Teby y yo queremos ante todo agradeceros vuestra presencia y paciencia con nosotras. Somos ratas de biblioteca y no tenemos ninguna experiencia en el arte del toreo» (Una voz:»¡Para ser la primera vez lo habéis hecho muy bien!» Aplausos).

«Mirad, vivís y vivimos, humanos y animales, un momento muy delicado como consecuencia de la pandemia. Es la hora de la unidad, de la concordia y del diálogo (Una voz: «Pues que tomen nota los del PP». Silbidos). Tenemos que ayudarnos los unos a los otros. No debemos despreciar ni odiar a nadie (Una voz: «¡Aplícate el cuento, Coletas!». Bronca). En el mundo hay sitio para todos». (Más bronca. Una voz: «¡Los Borbón al paredón!»).

«Como decía Martin Luther King, tan en boga hoy tras el último episodio racial en Estados Unidos, nuestro país de acogida, no saciemos nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Los remolinos de la violencia continuarán sacudiendo el planeta hasta que emerja el esplendoroso día de la justicia» (Voces contra Trump y algunas contra los negros y también contra el candidato demócrata Biden. Bronca cuando desde el tendido de la ultraderecha un individuo grita: «¡No queremos ilegales! ¡Cerremos nuestras fronteras!»).

«Necesitáis humanidad, bondad y dulzura. La tragedia que sufrís, que sufrimos, la superaréis si estáis unidos. La libertad no morirá» (Gritos contra la monarquía. Hay una pelea en el tendido donde están los de la camiseta  morada y los de la elástica verde. Vicedós pide calma a los suyos con las manos. El Rey y su padre miran inquietos el incidente).

«Luchad por un mundo nuevo, digno y noble, que os garantice un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad» (Aplausos. Una voz femenina: «¡Que Dios te oiga!»).

El momento es emocionante. Los espectadores escuchan con atención. No abroncan a Freddy, que se está ganando sin pretenderlo el apoyo popular y presentando casi su candidatura a la presidencia de gobierno del país que sea. Efectivamente, como me adelantó él, el discurso está sacado casi literalmente del que pronuncia Chaplin en El gran dictador y algunas frases de Luther King en la memorable Marcha por la Libertad de 1963: I have a dream!  ¡Sueño que algún día los valles serán cumbres!»

«En nombre de la democracia, nosotras tres, Freddy, Teby y Abigail, os pedimos estar unidos. Luchad por el mundo de la razón, eliminad el odio y la intolerancia. Un mundo donde la ciencia y el progreso os conduzca, nos conduzca a todos, humanos y animales, a la felicidad. Gracias, Madrid. Os queremos. Hasta siempre» (Una voz : «Freddy, presidente». Otras más corean la idea. Cerrada ovación).

El de megafonía se está ganando el sueldo, porque de nuevo suena la Séptima, Beethoven bajo la batuta de Von Karajan. Hay más aplausos. Teby se acerca a Freddy para abrazarlo y felicitarlo. Justo en ese momento se oyen un par de explosiones cortas y secas, de disparos que proceden desde el tejado de una de las andanadas. Todo es muy rápido, aunque al mirar hacia arriba veo a un individuo con un fusil telemétrico. ¿Cómo habrá llegado hasta allí?

Las dos ratas caen fulminadas. Los proyectiles han reventado sus cuerpos negros. La sangre llega incluso a salpicar a Isa, la presidenta madrileña, que se lleva las manos al rostro. En medio del pánico, Abigail se revuelve y en su desesperación da un salto para agredir a Reconquisto. Éste parece como si previera la acción. La esquiva y cuando aterriza en la arena la aplasta con la bota hasta convertirla en un revoltijo informe de vísceras. Las crías escapan. La imagen es repugnante.

El caos es total en la plaza. Gritos y enfrentamientos. Es entonces cuando yo me despierto, sudado y gritando: «Justicia. Que se haga justicia. Hay que coger al culpable». Sospecho que tanto los vecinos del cuarto como los del segundo se han removido en sus camas pensando que el del tercero está loco de atar. Basta ya de tantas pesadillas, me digo en plena zozobra. La culpa es de Joseph-Marie McFarlane, mi psicoanalista jamaicano que se dedica día sí y día también a entrar con el bisturí en mi cerebro.

 

 

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