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Cortona y Arezzo

La discliplina galánica es imperturbable. Se alza al alba, nada un buen rato y se pone a planificar las visitas de la jornada. Negocia con Lerici, tras comprobar que tiene algo de comer en el frigorífico, que ella se libre de las visitas culturales y se pueda quedar descansando y chateando por el móvil a la vera de la alberca y nosotros tres, M., Triple M. y un servidor, nos dirigimos hacia el norte, camino de Cortona y Arezzo.

Cortona pasa por ser la ciudad habitada ininterrumpidamente más antigua de Italia. “Cortona: madre de Troya y abuela de Roma”, afirma el dicho popular cortonés, aludiendo a los versos 162-171 del libro III de la Eneida de Virgilio. Aníbal la conquistó poco después de la batalla del Lago Trasimeno, que tuvo lugar a dos pasos de aquí. Durante la Edad Media, para defenderse de la vecina Arezzo, Cortona fue basculando en sus alianzas. Primero con Perugia, para enfrentarse a Arezzo cuando esta era gibelina perdida. Después con Florencia. En 1258 la ciudad fue ocupada y saqueada a modo por los aretinos con el apoyo entusiasta de los gibelinos cortoneses, como solía ocurrir en estas ocasiones. Tres años después, los güelfos de Cortona retomaron el control, esta vez apoyados por Siena, que en aquellos momentos estaba controlada por los güelfos. Sé que resulta difícil seguir estos meandros, pero uno se acaba acostumbrando. Esta guerra de moros y cristianos local continuará cuando lleguemos a Arezzo. En las cercanías de Cortona se rodó Bajo el sol de la Toscana, película que solo recuerdo por la presencia impresionante en ella de Diane Lane. Creo que, si ella tuviera una casa aquí y me la encontrará en la plaza de Cortona o la de Arezzo, me daría un infarto. Como dijo Juanita Narboni, “Mierda de cine, el daño que le ha hecho a una”.

Tomamos café en la plaza Luca Signorelli [1] en frente del duomo de Cortona, la concatedral [2] de la Asunción. Aquella mañana ninguno de los tres estaba muy locuaz. Yo empecé a pensar que tal vez les debería haber dejado venir solos, pero es que también Lerichi quería quedarse sola. En fin, un poco de más sí que estoy a veces en este viaje. La iglesia, planta románica sobre ruinas de un templo etrusco, es sobria y no se anda con florituras, parece una fortaleza. En la nave de la derecha, a la que está adosada una logia en la parte exterior, se encuentra el sepulcro del último Gran Maestre de la Orden Soberana de Malta, Giovanni Battista Tommasi, muerto en 1805, supongo que del disgusto después de que Napoleón, en 1798, camino de Egipto, terminara con el dominio de la Orden sobre las Islas de Malta, Gozo y Comino. No está mal, lo de Napoleón. Terminó con la Orden de Malta, con la República de Génova, con la República de Venecia y con el Sacro Imperio Romano. Ya, puestos, de propina, acabo terminando con su propio imperio después de Waterloo y los cien días [3].

Cortona es diminuta, y su casco medieval aún más. Después de dar un paseo y ver alguna iglesia (M. entra siempre en todas las iglesias con las que se topa) nos dirigimos a Arezzo, donde M. había quedado con su amigo austriaco Karl Lubomirski y su esposa. Naturalmente, al llegar M. y triple M. se llegaron a la Catedral de Arezzo, con la doble advocación de los santos Pedro y Donato, para echar unas preces y hacer un poco tiempo antes de la cita con Lubomirski y Lubomirska. Yo les acompañé y no me arrepentí. En la catedral me di de bruces con la tumba de Guglielmino degli Ubertini, obispo y señor de Arezzo entre 1248 y 1289, es decir, hasta el año de su muerte en el campo de batalla de Campaldino, el 11 de junio de 1289. ¿Por qué para nosotros es importante la batalla de Campaldino? Porque en ella luchó como feditore, es decir, en la primera línea, un joven florentino de buena familia (aunque ni noble ni caballero): Dante degli Alighieri. El obispo Ubertini fue al combate empuñando una maza, toda vez que estaba obligado a cumplir el precepto medieval consistente en que los hombres de iglesia no podían hacer correr la sangre. Estoy de acuerdo en que una maza como arma corta menos que una espada, ahora bien, considerar que usar una maza significaba no hacer correr la sangre me parece una interpretación muy traída por los pelos. El caso es que el jefe de armas del campo gibelino (el día de la batalla había gibelinos de toda Italia, como los condes Guidi o los Montefeltro [4]), cayó en el campo de batalla y no tuvo que soportar la derrota y la ocupación de Arezzo por los güelfos florentinos. Dante –y por supuesto, todos nosotros- tuvo más suerte y vivió para contarla. Y aquí nos lo contó, en el Canto XXII del Infierno:

Vi caballeros levantar el campo
dar inicio al asalto, desfilar
y alguna vez huir para salvarse;
vi en vuestra tierra, oh, aretinos, muchas
avanzadillas y otras correrías,
algazaras, torneos, lides, justas,
unas veces al son de trompas, otras
de atabales, campañas o señales,
con instrumentos nuestros o foráneos,
pero no vi jamás partir infantes,
galopar caballeros, zarpar naves
al toque de tanta chirimía.
(Inf., XXII, 1-12)

Veamos el relato de Dino Compagni [5] del fragor de la batalla:

“Llovían dardos: los aretinos eran pocos y sufrían heridas en el flanco, que estaba descubierto. El aire estaba cubierto de nubes, se levantaba muchísimo polvo. Los soldados de infantería de los aretinos se ponían de cuclillas bajo los vientres de los caballos con los cuchillos en mano y los destripaban. Sus feditori corrían, y en las filas centrales murieron muchos de ambos bandos. Aquel día muchos que tenían fama de valientes actuaron como viles, y muchos de los que jamás se había hablado obtuvieron reconocimiento.” [6]

Ocurrió lo que tenía que ocurrir, “los aretinos fueron derrotados, no por vileza o por poca valentía, sino por la superioridad de los enemigos. Se vieron obligados a huir: los mercenarios florentinos, que estaban acostumbrados a las derrotas, los mataban. Los villanos no tenían piedad.” [7]  En el canto V del Purgatorio, uno de los capitanes que perdieron la vida en Campaldino, Buonconte da Montefeltro, le refiere a Dante cómo halló la muerte. Sin embargo, su cadáver no fue hallado y Dante no deja de tener curiosidad por saber lo que ocurrió con él:

Yo nací en Montefeltro, soy Buonconte;
ni Giovanna ni nadie se preocupa
por mí: por eso voy tan cabizbajo.
Yo le dije: “¿Qué albur o qué violencia
tan lejos te llevó de Campaldino
que no se halló jamás tu sepultura?”
(Purg. V, 88-93)

Dante, como decía más arriba, afortunadamente para la literatura y nuestras vidas, sobrevivió a la batalla y siempre estuvo orgulloso de haber participado en ella. No podía dejar pasar la oportunidad de referir, aunque fuera de modo oblicuo, su participación en ella en su magnum opus. Ubertini, el obispo de Arezzo, quien “conocía mejor los oficios de la guerra que los de la iglesia” según el prior florentino Compagni [8], como ya he dicho más arriba, no tuvo tanta suerte y no sobrevivió a la jornada. Durante siglos, sus restos mortales reposaron en una iglesia de un lugar cercano a la batalla, Certomondo, al pie del Castillo de Poppi. El 11 de junio de 2008, día del setecientos diecinueve aniversario de la batalla, tras el preceptivo sufragio por su alma, sus restos mortales fueron depositados en la catedral de Arezzo, donde les rendimos cumplido homenaje. Eso sí, en vez de una maza, junto a su báculo episcopal, por desconocimiento o deliberadamente, se había colocado una espada.

[1] El gran pintar del Infierno del Duomo de Siena era de Cortona, como me informa el marqués.

[2] Concatedral porque comparte dignidad con las otras dos catedrales de la diócesis, la de Arezzo y la de Sansepolcro

[3] Bonaparte era incansable en lo de poner punto y final a instituciones seculares, supongo que para que no hiciesen sombra a su gloria. Esto me recuerda aquel grafiti: “Dios ha muerto (Nietzsche). Tú sí que has muerto (Dios)”.

[4] Los principales lugartenientes del obispo Ubertini en el campo de batalla de Campaldino fueron Bonconte da Montefeltro, Guido Novello de los Condes Guidi, Guidarello di Alessandro da Orvieto y Guglielmino Ranieri dei Pazzi di Valdarno. La mayor parte de ellos no sobrevivieron a la batalla.

[5] Dino Compagni era uno de los seis priores que gobernaban Florencia en el tiempo de la batalla

[6] Via Alessandro Barbero, Dante, El Acantilado, Barcelona, 2021, pp. 18-19.

[7] Ibidem, p. 19.

[8] Via, Alessandro Barbero, Op. Cit. p. 12.

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