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Mientras tantoCosas que siempre te dije

Cosas que siempre te dije


 

La política se hace verdad (o no) a través de la palabra, así que resulta penoso el bombardeo vacuo y reiterado que padecemos por tierra mar y aire en los últimos meses desde todos los altavoces de la comunicación. Sólo se oyen los nombres de los partidos y de sus líderes, las palabras encuesta, porcentaje, alianza, escaño, votos y por descontado, corrupción. Los periodistas parecen atascados ahí y hasta divertidos con las nuevas noticias, también penosas, sobre nuevos casos. Otros y otras se muestran más pesimistas y agoreros (ahí estoy yo).

 

Mientras tanto, la cruda realidad sigue por ahí, en algún lugar distante de las redacciones y los despachos. Los que por fin consiguieron una sentencia favorable a sus protestas por un tráfico aéreo tan bajo y constante que no les deja dormir, ni casi vivir, ahí siguen, esperando que alguien haga cumplir los fallos de los tribunales a alguien.

 

Desde hace años oímos y leemos que si un grupito de forajidos decide entrar en tu vivienda cuando te vas de vacaciones, cambiar la cerradura y atrincherarse allí hasta que consigue un dinero, con la ley en la mano no se puede hacer nada. Salvo que tengas la idea peregrina de meterte en una denuncia como es debido, mientras te las arreglas durante años a que el sistema judicial resuelva. Pero tranquilos, ya hay empresas que se dedican a mediar con los forajidos, y cuando estos obtiene algo de efectivo aceptan irse (a repetir jugada). Años, y a ningún gobierno se le ha ocurrido cambiar la ley para que esto sencillamente sea imposible (¿registro de la propiedad, testigos, ausencia de arrendamiento?).

 

Es asombroso el país en que vivimos. Por muy de acuerdo que estés con el avance del  ciclismo en las ciudades ¿alguien competente ha pensado en el riesgo constante de atropellos a peatones en las aceras? ¿o es que estamos esperando a que se empiece a morir gente para regularlo? Cosas así no ocupan casi nunca la atención de los programas de radio ni de televisión, ni de los periódicos, demasiado ocupados en el glamour, los fooddies y los tekkies, que dan mucha publicidad.

 

El civismo está en horas bajas, colegas, y siento mucho denotar tanto pesimismo. La gente de mi barrio –y es un barrio rico– deja las bolsas de botellas y las montañas de papeles y cajas fuera de los iglús, tiene grandes y bellos perros de raza cuyos excrementos voluminosos adornan las aceras, aceras que los porteros barren con diligencia hacia la calzada y los alcorques de los árboles, que a su vez se convierten en basureros y ceniceros de los paseantes. No creo que haya un solo alcalde o alcaldesa en España que haya tenido el valor de prohibir (eficazmente) que las motos circulen a toda pastilla sin silenciador, night and day. Si existen, ¿a qué esperan para contarlo? Me encantaría celebrarlo con ellos.

 

Bueno, pues yo creo que todo esto se corresponde muy bien con la pobreza y el desatino con que se habla y se escribe; en la calle, desde los micrófonos y desde toda clase de tribunas. Una cosa va con la otra. Si no sabes pensar, no sabes hablar. Cosas que he oído o leído a lo largo de las últimas semanas:

 

“Hay la posibilidad de que el PP considere que es posible”, en la radio, dicho por un tertuliano.  En el tren, los carteles me ofrecen “Restauración a la plaza” (¿à la place?), y en el barco que cruza el Estrecho, tan elegante, hay decenas de televisiones conectadas a diferentes cadenas que trasmiten a voz en grito, mientras la megafonía nos da mensajes (de bienvenida, supongo); leo un artículo que comenta cosas del idioma que da por aceptada y usada por todos la palabra basquetbol, palabra que nadie usa, aceptadísima como está baloncesto.

 

El padre de Diana Quer –la chica desaparecida en Galicia este verano–, dice ante el micrófono: “En modo alguno voy a confrontar”. Confrontar (confundido a menudo con enfrentar) es un verbo transitivo, y aquí la frase nos deja colgados en un intransitivo que no explica nada: ¿Confrontar qué con qué? ¿Confrontarme con quién? Es una nueva plaga, usar los transitivos como intransitivos. Adivinamos que el atribulado padre no quiere abrir un conflicto más, un enfrentamiento, pero seguro que su frase habrá hecho fortuna y ya tiene seguidores. Con suerte, será una plaga pasajera. Otro ejemplo del problema que tenemos con el verbo poder: “Considero que es mi derecho poder publicar estas fotos”. Yo creo que su derecho será publicarlas, pero en fin. Y como broche final, esta frase, también de la radio: “Y no nos consta que el partido se autohable”. Ale, ahí queda eso.

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