¿En qué ventana vivía ella? Pasé días enteros al acecho de la literatura.
Lo primero que hice fue pensar en Tamajón, y en «la geometría creativa de las golondrinas». Porque esta casa de Cracovia parece un trasunto de la que nos encandiló en este casi primer pueblo verazmente habitado de Guadalajara cuando, hace ya tres veranos, C y yo nos extraviamos a conciencia por carreteras secundarias en busca de una certeza, o tal vez con la intención de confirmar una sospecha. Bajo el alero de aquella casa anidaban infinidad de golondrinas, y nos quedamos un buen rato aquella mañana de verano admirando su vuelo acrobático. Cada casa encierra dosis concentradas de tiempo. Basta pararse: primero a pensar, luego a indagar. Por el curso del tiempo, por todos los que se empeñaron en retarlo. Cada derrota es una aventura en la condición humana. Y eso sí que vale condenadamente la pena.
No era Cracovia, sino Varsovia (tuve que ir a comprobarlo en los diarios de 1989. Aquel viaje de Madrid a Kiev pasando por Varsovia y Moscú. Pero esa es otra historia del extravío y del conocimiento). En Cracovia sí vivió y murió Wislawa Szymborska. John Berger llamó a su puerta (tal vez no, solo se limitó a dejar una rosa roja). Yo no hice ni una cosa ni la otra. Ni siquiera fui a Cracovia antes de que ella, como una garza, como Tzaplia, remontara el vuelo, huyera de todos nosotros, dejándonos un pliego de cordel, poemas como
No saca de sí mismo
una voz coral.
No declara ante todos y cada uno.
No afirma en nombre de.
No en su presencia
este interrogatorio:
quién a favor, quién en contra,
gracias, nadie.
¿Cuándo nos daremos cuenta? ¿Cuánto vamos a tardar? ¿Es que no hemos leído El proceso en más de una ocasión? ¿No hemos visto lo que ocurre en el tribunal? ¿No hemos buscado desesperadamente al carpintero Lenz? Si leyéramos poesía con más atención, es decir, si leyéramos poemas como los de Wislawa Szymborska, es decir, si pusiéramos atención no diríamos: otro gallo nos cantaría. Eso sí que no. No transigiríamos con tanta maldad como consentimos. La pobreza nos hace cobardes. El miedo, sobre todo el miedo, nos hace cobardes. Es decir, si pusiéramos de verdad atención en lo que hacemos y en lo que dejamos de hacer no diríamos: otro gallo nos cantaría. Porque no hay nada como los lugares comunes y las frases hechas para matar el alma, y la capacidad de retorcerle el cuello al gallo al mismo tiempo que al miedo.
Tampoco cogí aquel tren que bufaba en la estación de mi infancia y que podría haberme llevado –si hubiera tenido el valor que me faltaba– hasta la casa de Tadeusz Kantor en Cracovia, hasta Cricot 2, y sin duda mi vida hubiera sido otra. ¿Lo hubiera sido? No si no lo ha sido ya. Me lo dijo James Salter en nuestra primera entrevista, en el Starbucks que hacía esquina frente a nuestra casa (Park Avenue South y 28th Street, de Manhattan): «Puedes cambiar tu vida en este instante».
Solo ahora reparo en la exposición de Miguel Galano en la galería que tiene el nombre de la calle donde vivía Joseph Cornell en Nueva York: Utopia Parkway. Acaso con una cocina semejante a la de Wislawa, para construir cajas, poemas, viajes inmóviles. Al interior de un mundo donde cabe el nuestro y todavía sobran metros cuadrados. Escribe Juan Manuel Bonet: «Sólo una vez ha estado Galano en Cracovia, pero le ha bastado para empezar a construir una ciudad tan esencial como el resto de las que ha hecho suyas». Habla Bonet, que siente que los pintores como Miguel Galano (Tapia de Casariego, 1956) le hablan al oído de horas grises, de Morandis atesorados como una manera de estar aquí, en la casa del tiempo, desvaneciéndose, de las «horas grises», de la «presencia de la niebla», de «los pájaros girando en su cielo blanquecino», de «las calles oscuras». Y de Adam Zagajewski, el mismo poeta que teme que Europa se convierta en un museo. ¿De nosotros mismos? Cracovia, metáfora y ciudad con habitantes, cañerías, repartidores, pan que ahora mismo están amasando… fiebres, pericia, pupitres, sueños.
Cortesía de la galería Utopia Parkway de Madrid, donde el pintor Miguel Galano expone su serie titulada Cracovia hasta el 15 de noviembre. Los títulos de los cuatro lienzos son: Kazimierz, Ulica Dominikanska, Ulica Marszalka J. Pilsudskiego y Nocturno.