Los médicos solemos ser gente observadora y por nuestra particular posición detectamos con frecuencia problemas emergentes. Una tarde del final del verano de 2008 pedí una caña en un bar del sur de Madrid. Cuando el camarero me replicó “¿Con hielo?”, empecé a pensar que algo grave estaba pasando. Al detener mi atención sobre mi interlocutor, comprobé que era un hombre de origen eslavo y que su anterior ocupación estaba inequívocamente relacionada con la construcción.
Algo importante estaba sucediendo. Me lo confirmó poco después la llegada a mi consulta de un hombre corpulento, físicamente sano, pero destrozado psicológicamente. Su mujer traducía sus palabras y me indicaba que desde que se quedó en el paro no dejaba de llorar.
Con frecuencia, el abordaje del médico a los problemas de la gente se concreta en recetar pastillas. La prescripción de un fármaco apropiado es la síntesis de todo el proceso diagnóstico – terapéutico. Pero, ¿qué puede hacer el médico ante un claro problema social? La crisis económica puede generar ansiedad, depresión, intentos de suicidio y patología psicosomática. Este es un hecho que se ha visto en las consultas de todos los médicos generales y de familia de España desde hace 2 años.
Creo que nuestro papel como agente social está muy minusvalorado en la actualidad. Nosotros, los médicos, detectamos la crisis por sus repercusiones en la salud, mucho antes que la mayoría de los políticos por sus efectos económicos. Sin embargo, ni como individuos, ni como colectivo, hemos tenido una voz clara y audible sobre el problema que se venía encima, que está en la sociedad y que amenaza su salud y bienestar. Quizá nuestra visión de las cosas, de cómo perjudican especialmente a los inmigrantes, a los que ya vivían en precario, a los débiles o enfermos, habría puesto las cosas en claro muy pronto.
Cualquier salida postulable para la crisis tiene que tener muy claro a quién está perjudicando sin piedad. Este es un aviso para navegantes, oportunistas y demás candidatos.