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Críticas y diarios

Siempre me he preguntado qué sucedería si hubiese un apagón de críticas literarias y cinematográficas, si durante un tiempo el lector o el espectador se guiaran por su propio criterio, por sus gustos e inclinaciones y no recibieran la influencia de alguien supuestamente experto que juzga a veces con prepotencia una obra sin importarle las consecuencias. Que fuese el librero (especie por desgracia en extinción) quien me aconsejara y no la publicidad interesada de los suplementos literarios muchas veces en manos de las propias editoriales. No sé si éstas o las productoras de cine aceptarían con agrado tal circunstancia o lo estimarían como una memez.

Pienso todo esto tras leer el primer tomo de los diarios de Rafael Chirbes (Diarios/A ratos perdidos 1 y 2/Anagrama, 2021) con un prólogo excelente de su amiga Marta Sanz y sobre la opinión que él tenía al respecto. Para el fallecido escritor valenciano los críticos no eran precisamente su debilidad: “Uno de los embustes de la crítica literaria se produce en esa circunstancia tan frecuente en la que el crítico busca referentes elevados para envolverse, y envolver su propio vacío. Cubre su desnudez con trajes ajenos”.

No reprimía precisamente sus pensamientos. No dejan entrar, escribe en sus Diarios, al que huele a pobre y utilizan desde los altares la cita culta como forma de legitimación para vapulear al débil. Cuenta Chirbes la anécdota sufrida en sus propias carnes cuando se quedó sin el Premio Herralde en 1988 pese a que la editorial Anagrama y su director, Jorge Herralde, le aseguraron que sería suyo. Al final el galardón recayó en otro escritor, cuya novela era de una calidad notablemente inferior. Mimoun, ése era el título y con el que debutaba en la literatura, quedó finalista. La novela se vendió muy bien pese a que la recensión que publicó uno de los críticos de El País fue demoledora. Chirbes quedó bastante afectado.

Este hecho sería un ejemplo en que el público no siempre se guía por los criterios del experto que escribe sobre un libro o una película. Pero la mayoría de las veces no ocurre así. No faltan casos de autores o directores que han recibido palos injustificados de un crítico, cuyos gustos a veces son muy discutibles o peor aún, están influidos por las editoriales o las productoras para su propio provecho y tienen traducción inmediata negativa en la opinión del público. Abundan autores que han paseado sus manuscritos por editoriales y que han sufrido el rechazo o el silencio sin que apenas se preste atención a la obra. No pocos de ellos terminan abandonando su aspiración y otros han tenido que soportar portazos o juicios desconsiderados, pero que gracias a su tenacidad y al convencimiento de que su producto es bueno han logrado el éxito más tarde.

Yo me he preguntado muchas veces cuáles son los criterios de quien hace una crítica de un libro o de una película. Son más los críticos que carecen de obra propia más allá de sus artículos desde los que emiten sus comentarios. Autores frustrados o miedosos a la hora de escribir un ensayo o una novela o con una aspiración inconfesable de que algún día serán ellos quienes confeccionen un guión de éxito. Autores, como sostiene Chirbes, que se parapetan en su torre de marfil y revisten sus escritos con citas huecas, campanudas y supuestamente intelectuales para así exhibir cuánto saben o esconder precisamente sus carencias.

Hay una anécdota de Luis Buñuel donde en una conferencia de prensa un periodista le expone con firmeza una versión particular del episodio final de El ángel exterminador. El cineasta aragonés se queda sorprendido y confiesa que jamás lo había considerado así. Hay críticos que elogian un libro o un filme de no fácil comprensión para así pretender demostrar su inteligencia y sus conocimientos. Cuanto más extraño más se ensalza. Esto abundaba sobre todo entre la crítica progre en los ochenta. La comedia norteamericana en general se recibía como un subgénero del imperio capitalista. Hay otros más osados que directamente escriben el artículo sin haber leído el texto basándose en el resumen que distribuye la editorial o juzgan una película sin verla previamente. Recuerdo el caso de un conocido crítico que se marchó de la proyección de una cinta en un festival y publicó al día siguiente un artículo muy negativo. Tuvo la desfachatez de confesar que había abandonado la sala a los pocos minutos de iniciarse el filme porque no soportaba todo lo que había realizado hasta entonces el cineasta. Eso mereció la protesta del autor y una carta suya al director del diario que fue publicada. Pero el periodista no recibió ninguna reprimenda y continuó exponiendo sus opiniones con más virulencia y con el mismo desdén.

Pero volviendo a los diarios de Chirbes, fallecido prematuramente en 2015, uno de los reputados suplementos literarios nacionales lo considera como el mejor libro del año 2021. A mí, que por otra parte aborrezco lo de las clasificaciones literarias como si se tratara de una carrera ciclista, me parece un poco exagerado. Y eso que reconozco que son comentarios y reflexiones muy interesantes en algunos momentos, especialmente todo lo que concierne a sus diversas estancias en París y su turbulenta historia sentimental con su amigo François. Abarcan el periodo comprendido entre 1984 y 2005.

Me pregunto si quien escribe diarios pretende que se lean o más bien son reflexiones para uno mismo, reflexiones en el diván psicoanalítico siendo el propio autor quien dirige e interpreta la terapia. En algún momento Chirbes se pregunta si lo que queda plasmado en sus diversos cuadernos es algo íntimo. Parece claro que pese a sus dudas desea que todo ello sea leído, como no puede ser de otra manera: un escritor escribe para que lo lean. En cualquier caso, hay momentos en los que sostiene que esos escritos no son para nadie.

Ha habido escritores que lo hicieron para que se conocieran sus experiencias, sus dudas, sus conocimientos históricos y políticos como fue el caso de Stefan Zweig o de Winston Churchill; su drama juvenil como el diario de Ana Frank o la supervivencia en un campo de concentración como Primo Levi durante el nazismo. Pero también Kafka, Proust, Dostoievski o en España Plá sintieron esa necesidad. No hay presidente estadounidense contemporáneo que no haya escrito sus memorias como diarios, tentado por contratos multimillonarios. Algunas francamente malas como las de Reagan, decepcionantes como las de Obama y algo más interesantes como las de Clinton. En Europa no recuerdo ahora ninguno que me haya merecido la atención.

El libro de Chirbes es un compendio de reflexiones y dudas a través de su amplio y envidiable tesoro de lecturas desde los clásicos a los contemporáneos. Es un letraherido. En ese sentido para el lector es un vademecum útil de recomendaciones literarias. Escribe desde la pasión romántica y rebelde, desde la marginalidad sobre sus viajes, el sexo, ciudades, paisajes etc. Sus viajes en tren de París y Madrid son maravillosos. No reniega de sus raíces valencianas y en realidad se refugia en su pueblo hasta que le llega la muerte.

La vida del escritor no siempre es fácil. Más bien está repleta de altibajos emocionales, frustraciones y a veces de infelicidad. Su razón de existir está en la escritura. Sin ella todo resulta más fatigoso. Chirbes vivió intensamente, a juzgar por sus diarios, fue feliz a momentos y sintió la insatisfacción en muchos más.

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