Quien viene a Croacia y no desea quedarse es porque no le gustan las mujeres ni el mar. Yo me he quedado, y el vino me lo traigo de España. El resto no es tan idílico.
El próximo 1 de julio Croacia se convertirá en el vigesimoctavo Estado miembro de la Unión Europea y, tras Eslovenia en 2004, en el segundo país de la antigua Yugoslavia en hacerlo.
¿Quién es nuestro nuevo aliado en Bruselas?
¿Un país belicoso con las heridas de guerra aún abiertas?
Mucho se ha escrito de las guerras de la antigua Yugoslavia que tuvieron lugar en la última década del siglo pasado. La de 1991 a 1995 entre Croacia y el Ejército popular Yugoslavo (JNA) que apoyaba a las fuerzas rebeldes de la minoría serbia comenzó siendo una guerra de snipers –francotiradores-, y continuó con tanques, aviones y matanzas sistemáticas. Una guerra absurda y atroz como otras, pero con una gran diferencia: a tan solo dos horas de avión de Madrid o a tres horas en coche de Viena.
Tras casi 20 años desde el final de la guerra, los ciudadanos perciben el conflicto de distinta manera:
Darko, que acaba de cumplir 30 años, era un niño cuando estalló la guerra. Trabaja en el Sabor, Parlamento croata, e intenta ser justo y no guardar rencor: “nos matamos serbios y croatas, la culpa es de los dos”, dice.
Una amiga de 43 años, que es nacionalista croata y tiene en el comedor de su casa un rosario tan grande como el sol y lo preside dos posters de Ante Gotovina, héroe de guerra croata, afirma que jamás pisará Serbia, aunque reconoce que en el país vecino hay gente normal como ella, pendiente del trabajo y la familia, sin odio ni deseos de venganza. Pero está dolida con lo que cree fue un intento de usurpación de sus tierras.
Uno de los dos policías cincuentones que lucharon en las tropas croatas con los que tuve la suerte de pasar cinco horas para arreglar papeles por motivos burocráticos, no tenía reparos en decirme, mientras me miraba fijamente a los ojos, que, por dinero, él iría a cualquier otra guerra, y que si España le necesitase para tales menesteres, él no dudaría en ir. Previo pago, claro. El segundo, más comedido en sus comentarios, pero no en sus acciones –ya que me multó-, me comentaba que él siempre se sintió croata, nunca yugoslavo, y por eso fue a la guerra, para defender lo suyo.
Mi amiga Maja, 27 años, croata de Bosnia, que ha vivido casi toda su vida en Slavonski Brod, ciudad croata separada de Bosnia Herzegovina por un río de unos 20 metros de ancho, nunca me habló de la guerra. Pero un día que estuve allí y le pregunté si había nacido en el pueblo que podíamos ver enfrente, me contestó que ella vivía con su familia diez kilómetros más adentro, pero tuvieron que mudarse porque quemaron su casa. La guerra en Bosnia causó 1,8 millones de desplazados. En Bosnia, croatas y bosnios lucharon juntos contra los serbios, hasta que los croatas se aliaron frente a los bosnios.
En Serbia, Biljana (Belgrado, 1975), profesora para niños con problemas auditivos, sigue preguntándose por qué cuando tenía 24 años durante tres meses se iba a la cama escuchando las bombas de la OTAN caer sobre su ciudad. Ella no quiere saber de política, pero nunca ha estado en Croacia, sus vacaciones las pasa en las playas de Grecia o Montenegro y aunque me dice que algún día le gustaría visitar el país vecino, aún no ha superado la muerte a manos de los croatas de su primo, a quien ella llama hermano, que entonces tenía tan solo 23 años.
Los Balcanes son una zona que ha sido conquistada y colonizada por casi todos los imperios de Europa –en siglos pasados Croacia fue ocupada por los turcos otomanos, por Napoleón o la República de Venecia y luego se unieron al imperio austrohúngaro que dejaron poblaciones con diferentes religiones-. En el siglo XX los Balcanes no fue una zona precisamente tranquila, no en vano, se dice que el detonante de la Primera Guerra Mundial fue el asesinato en Sarajevo del heredero de la corona del Imperio austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando de Austria.
La excesiva crueldad de ustachas croatas y chetniks serbios en la Segunda Guerra Mundial contribuyó a la poca paz en la zona y explica el posterior desmembramiento de la República Federal de Yugoslavia, tras la muerte del mariscal Tito, que era croata.
Pero la historia de Croacia, como me dice Luka –croata no nacionalista, que votó no a la Unión Europea-, frente a su amiga de Zadar –y también votó no a la UE- que cuando lo escucha tuerce el gesto porque es nacionalista, no se puede entender sin hechos como el de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue ocupada por Italia y Alemania bajo el dominio nazi. En esa ocasión el nuevo estado independiente de Croacia (NDH) que se anexionó Bosnia-Herzegovina, fue organizado por los nazis y gobernado por los ustachas, que basaron su política en la diferenciación racial y la supremacía étnica del pueblo croata. Su política de genocidio de la población serbia, gitana, judía y de los antifascistas croatas, llevó a exterminar hasta, según algunas fuentes, un millón de víctimas, de las que medio millón eran serbios.
Al acabar la guerra en 1945, Croacia volvió a formar parte de la segunda Yugoslavia, la de Tito. A la primera Yugoslavia había pertenecido entre 1918 y 1941, y comprendía el área de los actuales estados de Bosnia-Herzegovina, Serbia, Montenegro, Macedonia, así como la mayor parte de los territorios de Croacia y Eslovenia.
¿Ingresa en una UE en crisis porque la suya es aún mayor?
Por las misas razones que Croacia entra en la UE, Islandia sale de las negociaciones de adhesión: por las económicas.
Es muy habitual ver por las calles de Zagreb, a cualquier hora del día y en cualquier estación del año, a gente de cualquier edad, hombres y mujeres, discretamente vestidos, rebuscando en la basura. Algunos buscan botellas de plásticos que cambiarán posteriormente en algunos supermercados por 50 lipas (unos 8 céntimos), otros encuentran objetos que intercambian por algunas kunas (moneda que baila al son del euro) en la chatarrería.
“Otro país que viene a pedir”, pensará Alemania, que dado su actual papel de prestamista en la UE ha sido el último de los 27 en ratificar el Tratado de adhesión, el pasado 7 de junio. Los penúltimos han sido los Países Bajos y el Reino Unido: los holandeses, muy exigentes en lo relativo a derechos humanos, y los británicos, en lo referente a temas judiciales y financieros.
En realidad, Croacia está sumida en la peor crisis financiera desde el final de la última guerra. Un viejo pescador oriundo de Dalmacia, más precisamente de la preciosa localidad de Šibenik, que fue duramente atacada por tierra, mar y aire por las fuerzas del ejército yugoslavo, asegura que la entrada a la UE no será mala, porque simplemente las cosas no pueden ponerse peor de lo que están.
Quizás desconozca que las medidas de austeridad que se avecinan y la política pesquera común de la UE le pueden proporcionar fuertes dolores de cabeza tanto a él como a sus compañeros de profesión. Aunque dudo también que los políticos croatas supieran hacerlo mejor solos.
La economía del país balcánico está en recesión por quinto año consecutivo, el desempleo en 2008 era del 13,4% y se espera que este año llegue al 20,4%. La población envejece (la media de edad es de 41,4 años) y decrece (en 1991 era de 4,7 millones. Hoy son 4,3 millones). La renta per cápita es de aproximadamente el 60% de la media europea y algunos países ricos de Europa ya hablan de una ola de emigración.
Aunque como dice Jany Hansel, que trabaja para la organización humanitaria DESA, en Alemania los esperan con los brazos abiertos: “Alemania necesita trabajadores croatas porque saben sus puntos fuertes”, y es que los jóvenes universitarios croatas están muy preparados.
La entrada en el club europeo perjudicará en principio a la pequeña industria croata, que orienta su producción a los países vecinos. Así, la salida de la CEFTA (Acuerdo centroeuropeo de libre cambio) hará menos competitivos sus productos en los países vecinos, mientras que, por el contrario, aquellos procedentes de la UE estarán libres de aranceles y se prevé que los precios se reduzcan hasta en un 18%.
Los ciudadanos se verán, pues, favorecidos. Hacer la compra en Croacia, donde casi todo se importa (culpa de ello la tienen el mal aprovechamiento de sus tierras), es más caro que en países donde los salarios son mayores, como Alemania o España. Y es que el salario medio en Croacia es de unos 725 euros y el mínimo, de 372 euros. Estos datos explican que el ciudadano medio croata viva asfixiado en créditos bancarios.
Por lo tanto, los 11.700 millones de euros que se van a recibir en ayudas para fondos estructurales y de cohesión se esperan como agua de mayo. Pero… ¡Cuidado si estos fondos no son utilizados de manera práctica e inteligente! Se habrían de utilizar para la puesta en marcha de proyectos en infraestructuras tan necesarias como vertederos o abastecimiento de agua (en 2023 todos los pueblos de Croacia deben estar conectados por una red de alcantarillado que actualmente no existe) o el sistema ferroviario (el actual está obsoleto: los 400 kilómetros en tren entre Zagreb y Belgrado se cubren en ocho horas, y recorrer los también 400 kilómetros entre Zagreb y Sarajevo puede demorar… ¡11 horas!).
Si estas ayudas se pierden en coches o casas nuevas para alcaldes o ministros de turno o en fiestas en yates de ricos empresarios… apaga y vámonos: Croacia podría convertirse en contribuidor neto en la UE, lo que llevaría aparejado una auténtica hecatombe económica e institucional.
Por la cuenta que le trae, más le vale aprovechar estas ayudas, ya que la UE, escarmentada con las frescuras de los países mediterráneos y con casos como los de Bulgaria y Rumanía, a quienes dejó formar parte del selecto grupo de Bruselas sin tener los deberes hechos, no le quitará ojo.
Además hacerlo bien puede ser beneficioso para todos, incluidas empresas españolas especializadas en estos sectores, ya que según señala el agregado económico y comercial de la Oficina del ICEX en Zagreb “es un mercado muy próspero y España debe ser el nuevo socio comercial de Croacia”, asegurando que las pymes españolas deben “posicionarse ya”. Actualmente hay 20 empresas españolas ubicadas en Croacia, algunas de las cuales son Sol Meliá, Renfe, Acciona, Roca, Inditex o Eptisa. No obstante, el agregado indica que Croacia es un país “muy nacionalista” y que actualmente las inversiones extranjeras entran sobre todo por privatizaciones.
¿Es Croacia un país corrupto?
Sin duda. La corrupción está instalada en todos los estamentos de la sociedad. A pesar de ello, la gran mayoría de la población señala como culpables de la actual situación insostenible, a la que asiste de manera pasiva, a los políticos, que con su nefasta gestión y su desmedido amor por apropiarse el dinero del contribuyente para su uso privado, están hundiendo al país.
El ejemplo más claro de corrupción lo representa el democristiano Ivo Sanader, quien fuera primer ministro desde diciembre de 2003 hasta el 1 de julio de 2009, día en el que dimitió por sorpresa, sin que por entonces se conocieran los verdaderos motivos. “Todo apunta a que el haber sido el abanderado de una corrupción galopante y un nepotismo político desmedido en su Gobierno, le llevó a sufrir amenazas y una fuerte presión internacional para que dejase el cargo, en medio de las negociaciones de adhesión a la UE, que él había iniciado”, me comenta una croata que trabaja hace casi dos décadas en una Embajada en Zagreb de un país de la UE.
El ex primer ministro fue condenado a 10 años de cárcel por apropiación indebida de capitales y por recibir 10,5 millones de euros en sobornos (algunos los recibió siendo viceministro de Exteriores en 1994). Pero, como en cualquier país mediterráneo sucedería, ya está en libertad bajo fianza y con tres casos abiertos. Su rocambolesca historia incluye un viaje al cercano país donde fue detenido, Austria, tan solo unas horas antes de que la Fiscalía lanzase una orden de búsqueda y captura internacional y el levantamiento de su inmunidad parlamentaria. Obviamente, le habían avisado.
¿Qué no harían los marineros viendo el ejemplo del capitán del barco? El que fuese ministro de Economía, Damir Polancec, también ingresó en prisión por hacer negocios ilícitos con dinero de las arcas del Estado. Otros muchos se librarán de la cárcel, ya que uno de los estamentos más corruptos del país es el sistema judicial. De hecho el cierre del Capítulo 23, que trata sobre el poder judicial y los derechos fundamentales, se hizo no sin voces contrarias surgidas de la sociedad civil, que argumentaban que dicho cierre debía llevar cambios irreversibles en el estado de derecho, lo cual no ha sucedido.
Una historia que mezcla ambos asuntos es la de Vjesnik, uno de los periódicos más antiguos y con más solera de Croacia, que nació como una publicación ilegal de guerra del Partido Comunista de Croacia en 1940.
Sanja, estudiante de español, idioma que está de moda, y que aquí entienden bastante bien gracias a las telenovelas latinoamericanas y a sus innatas habilidades lingüísticas, trabajó como periodista en él y me cuenta que a partir de 1990, cuando quedó bajo el control de la Unión Democrática Croata (HDZ), partido conservador y entonces en el poder, la censura apareció. Ella cubría juicios a políticos corruptos y le prohibieron escribir sobre los juicios a políticos del partido.
El diario tuvo que cerrar en abril de 2012, tras perder el HDZ las elecciones, ya que estaba subvencionado ilegalmente con dinero del gobierno.
Se queja de que no existe prensa libre en el país, que todo está manipulado, y que el capitalismo no hace más que perjudicar los intereses de los menos afortunados económicamente, que en Croacia, desgraciadamente hay muchos (casi un 20% de la población vive por debajo del nivel de pobreza).
¿En qué han consistido las negociaciones de adhesión?
El país adriático solicitó el ingreso en 2003 y han encontrado en sus vecinos de Eslovenia, otrora la república más próspera e industrializada de la federación yugoslava, uno de los mayores escollos en su camino a la integración europea, ya que amenazaron con vetar la candidatura croata.
Los eslovenos paralizaron las negociaciones debido a un dividendo fronterizo (conflicto referido principalmente a unos 6 kilómetros de frontera en la costa que dividiría la bahía de Pirán, y con los que Eslovenia tendría una salida propia a aguas internacionales) y una disputa financiera surgida tras la declaración de independencia de ambos países en 1991 (la prestamista eslovena Ljubljanska Banka cerró sin reembolsar a unos 130.000 ahorradores croatas).
Croatas y eslovenos no se aman precisamente, y según Dragan, el director ejecutivo de GONG, ONG croata subvencionada por la UE y que desde 1997 lidera en el país la observancia de la democracia, esto ha sido propiciado mayormente por la negativa influencia de los políticos sobre la prensa.
Actualmente la cuestión financiera está camino de ser tratada bajo los auspicios del Banco Internacional de Inversiones, radicado en Basilea, y la disputa territorial se someterá a un arbitraje organizado por la UE, que tampoco iba a permitir que Eslovenia hiciese y deshiciese a su antojo con sus vecinos.
La UE, empero, imponía condiciones como la lucha contra la corrupción y la estrecha colaboración con el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY), además de que cumpliese rigurosamente con los 35 capítulos de las negociaciones de adhesión.
La colaboración a finales de 2005 con la Interpol para la detención del ex general Ante Gotovina, creó gran controversia en el país, ya que es un héroe nacional. Éste fue condenado en abril de 2011 a 24 años de prisión efectiva por comandar la Operación Tormenta, en la que murieron 150 civiles serbios y desaparecieron varios cientos en un ataque contra la autoproclamada República Serbia de Krajina.
Pero en noviembre pasado la sala de apelación del Tribunal anuló la sentencia y lo declaró inocente por falta de pruebas concluyentes. Doble rasero llama a esto la vicepresidenta del Gobierno de Serbia, Suzana Grubjesic.
Al llegar a su país, es recibido como un héroe. Sin embargo, los siete años de cárcel le han valido para pensar y calmarse: invita a la reconciliación con los serbios, y se distancia de la derecha, que fue quien ayudó a su detención y bajo cuyas órdenes había luchado. “Se siente manipulado y traicionado”, prosigue Dragan, quien afirma que es vox populi, que ahora se le puede ver asistiendo a comidas informales con amigos ministros del actual gobierno, de centro izquierda.
El ex general puede ser comparado en términos de fama con el malogrado Dražen Petrović, ídolo nacional. Pero como me dice Zdravko, de la misma quinta que el jugador de baloncesto, “Dražen es único, Gotovina podría haber sido cualquiera”.
Mientas tanto, en La Haya, la labor del Tribunal está cada vez más en entredicho. De hecho el juez Harhoff, miembro del TPIY desde 2007, critica las últimas decisiones del tribunal (casos Gotovina/Markac, Perisic, y los jefes de los servicios secretos serbios) y denuncia presiones de Estados Unidos e Israel para evitar que la jurisprudencia internacional siga responsabilizando por crímenes de guerra a los niveles más altos de la jerarquía militar y política, por miedo a que sus propios oficiales y políticos puedan sufrir persecución en el futuro.
A pesar de que la presión de la UE ha servido para acometer reformas vitales que de otra manera no se hubiesen llevado a cabo, da la impresión de que una vez dentro se acabarán las reformas y el control como ocurriese en Hungría por ejemplo, vuelve a comentar el director ejecutivo de GONG, quien denuncia que el proceso de negociación de adhesión se ha llevado casi en secreto, siendo tan solo conocido por altos funcionarios y solo una vez acabado el proceso, el público ha tenido acceso a los documentos.
Y así, Croacia arrastra una incómoda herencia de los tiempos comunistas, un funcionariado acomodado y protegido por poderosos sindicatos, traducido en una clase política carente de auténtica voluntad para asegurar que las iniciativas de reforma se traduzcan en mejoras tangibles para las vidas diarias de los y las croatas.
Una diplomática escandinava me asegura que el gobierno croata ha hecho nula campaña para explicar qué supone formar parte de la UE, y que organizó el referéndum, primero desde la independencia de Croacia, apresuradamente, contando con irregularidades en la financiación pública de las campañas para la promoción y la publicidad.
La participación electoral en el plebiscito fue del 43,51% con un 66,27% a favor y un 33,13% en contra. En las elecciones al Parlamento Europeo tan sólo alrededor del 21% de los votantes acudió a las urnas. Estas pobres cifras reflejan el alto grado de desafección ciudadana hacia la UE, ciudadanos que desde ya se sienten de segunda clase (véase no formar parte del espacio Schengen). “Aunque sé que seremos tratados como a rumanos y búlgaros, es decir, parias, yo he votado que sí a la UE para que mi hija pueda tener un buen futuro, no por mi”, me comenta otra amiga, cuya hija tiene 16 años.
Según Dragan, Croacia deberá, por tanto, hacer coaliciones en el seno de la UE, para ganar relevancia y poder influir en la toma de decisiones.
¿Cómo quedan a partir de ahora las relaciones con sus vecinos?
El pasado sábado 8 de junio asistí en Zagreb a un concierto del por estos lares famoso cantante serbio Bajaga. Tras la guerra, estuvo diez años sin pisar Croacia, pero el otro día unas cinco mil personas corearon sus canciones durante más de dos horas. La población no quiere oír hablar de odios, de guerras, de venganzas… Muchos saben que sus vecinos son como ellos, tienen los mismos gustos y tradiciones musicales, las comidas son parecidas, y la lengua, la misma.
Otro ejemplo de amor compartido por serbios y croatas es el futbolista croata Robert Prosinečki, también querido en España. Consiguió encandilar a serbios, conquistando una Copa de Europa con el Estrella Roja de Belgrado, equipo al que entrenó hace un año, y también un tercer puesto con Croacia en el Mundial de 1998.
Un último ejemplo en la mejora en las relaciones de quienes hace no mucho se trataban como hermanos: los croatas han entregado de manera gratuita a Serbia unas 5.000 páginas traducidas de acervos jurídicos de la UE en el año de 2010; por su parte, el primer ministro y líder del partido Socialista de Serbia, Ivica Dačić –conocido como pequeño Sloba por ser su mentor Slobodan Milosevic, el ex presidente serbio que incendió la región- visitará Zagreb el día de las celebraciones conmemorativas de la entrada de Croacia en la UE.
Un empresario serbio, que por negocios debe viajar bastante, se lamenta de que el vuelo Zagreb-Belgrado no opere desde que comenzó la guerra. No cabe duda que sería un buen negocio para ambos, y es que Serbia (donde el sueldo medio no llega a los 500 euros, y el desempleo es del 25%) empobrecida tras todos los años de guerras perdidas, se halla sumida en una gravísima crisis financiera sin precedentes. “Ustedes hace cuatro años que tenéis crisis, nosotros llevamos 22 en ella”, me espeta el recepcionista de un hotel en Novi Sad.
La entrada de Croacia en la UE es un ejemplo para los demás países de la región, de los que se ha de convertir en interlocutor, y coliderar junto a Serbia, cuando ésta también ingrese, los destinos de la región.
Tan solo diez días después del ingreso de Croacia en la UE, se cumplirán 18 años del genocidio de Srebrenica (8.372 bosnios musulmanes fueron ejecutados en unos días bajo las órdenes del general serbio Ratko Mladic, hoy en la prisión de La Haya), otro monumento a la estupidez y a la barbarie humana, esta vez en Bosnia, la más castigada por la guerra y que para colmo fue obligada a firmar la paz de Dayton con los que desangraron y desgajaron el país y ponía al mismo nivel víctimas y verdugos.
Esta guerra de la vergüenza, causó casi 100.000 muertos de los que el 65% fueron bosnios musulmanes y el 25% serbios. Dentro de las víctimas civiles, el 83% correspondió a bosnios. La normalidad nunca se ha apoderado de un país que albergó unos juegos olímpicos tan solo 8 años antes de que estallara la guerra, y en este mes de junio miles de trabajadores se están manifiestan en Sarajevo contra las medidas de austeridad del gobierno bosnio para combatir la crisis.
Un amigo bosnio, cien por cien europeísta, que ha trabajado de becario en el Parlamento Europeo, y ahora lo hace con contrato en la Misión de Bosnia ante la UE, me advierte de lo complicado que es su país y me atiborra con una serie de datos mareantes: Bosnia tiene unos 4 millones de habitantes, 2 entidades, 3 presidentes, 10 cantones, 14 gobiernos, 183 ministerios, 12 cuerpos de policía, la gran mayoría de la población es pobre (el 75%, asegura), 550.000 personas desempleadas, 450.000 personas desplazadas por la guerra, y 630.000 pensionistas. Conviven católicos croatas, mayoría en Herzegovina, ortodoxos serbios en la República Srpska, cuya capital es Banja Luka, y musulmanes. Un galimatías que solo con la ayuda internacional más la de Serbia y Croacia podrá salir adelante.
Del mismo modo me desvela el a su juicio, futuro de la región en su camino hacia la integración europea: hay seis países de los Balcanes a los que en 2003 en el Consejo de Europa se les prometió la membresía en la UE: Albania, Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Macedonia, Montenegro y Serbia. La situación en estos países sugiere que necesitarán más tiempo que Croacia para reformar sus sociedades, y la misma cantidad de tiempo en el mejor de los escenarios. En ese caso, Montenegro, por ejemplo, tras implantar las reformas requeridas, podría formar parte de la UE en 2020. Macedonia necesitaría 9 años desde el momento en que arreglase el contencioso que libra con Grecia en torno a su propia denominación como país (si eso sucediese hoy, sería, pues en 2022). Serbia podría hacerlo en julio de 2022, y Albania y Bosnia-Herzegovina en 2024/25, mientras que Kosovo debería esperar hasta 2026/27.
A pesar del interés expresado por Moldavia, Georgia y Ucrania, parece que la promesa hecha a los países balcánicos no se hará extensible a los países de la antigua Unión Soviética.
¿Qué es Croacia?
Croacia es naturaleza, es costa, es sinónimo de aguas azules, cristalinas, como la de los lagos de Plitvice, uno de sus once parques naturales. Linda con Serbia, Bosnia, Eslovenia, Hungría y Montenegro, pero está muy cerca también de Italia, Austria, Eslovaquia o Alemania. Al español le puede sorprender la homogeneidad racial, ya que es muy difícil encontrar etnias distintas a la caucásica, debido a sus leyes de inmigración y al no ser un país de oportunidades. Esto puede cambiar con la entrada en Europa.
“¿Por qué quieres vivir aquí?”, me pregunta Marijana, una peluquera, que no llegará a cobrar 400 euros al mes. “Aquí somos pobres, no hay oportunidades de trabajo. Estás loco”, me remarca. En realidad, la clase media croata, que es nuestra clase media baja, vive en casas pequeñas, donde algún hermano debe dormir en el salón, y el baño puede que no tenga lavabo, y el aire acondicionado es un lujo.
Algo perezosos, pero buenos deportistas, también son amigos de bares y terrazas, y mientras charlan sobre su vida, no tardarán menos de una hora en tomarse un café, ya frío, o sin nada para picar, una cerveza, siempre nacional, de medio litro, que terminarán caliente. En cualquier celebración que se precie estará presente la rakja, el orujo de los Balcanes. Para los que no soporten tanta graduación, las hay de frutas dulces y también de miel, la medica (se pronuncia “medisa”).
A pesar de su cercanía con Austria o Alemania, donde cada uno paga lo que consume en bares y restaurantes, aquí se sigue invitando o dividiendo la cuenta entre cuantos comensales haya, con los problemas que ello pueda conllevar, palabra de andaluz.
Es un país donde no abundan las bodas por lo civil, pues es de fuerte tradición católica (el Vaticano, tras Islandia fue el segundo estado en reconocer su independencia), y la Iglesia tiene gran influencia en la política.
De diferente temperamento, según sean de la costa dalmatina, más temperamentales, o del interior, más recios. Sean de la región que sean, de la más pobre Eslavonia, o de la más próspera Istria, donde todos hablan italiano, las mujeres son de porcelana y sus piernas, kilométricas. Y lo español gusta.
Juan María Martín Castrillón es licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas y Master en Diplomacia y Relaciones Internacionales de la Escuela Diplomática de Madrid. Ha trabajado en la Embajada de España en Croacia durante diez meses, coincidiendo con la presidencia española de la UE. Además ha trabajado en misiones de observación electoral de la OSCE en Albania, Kirguistán y Ucrania y en UNMIT (Misión de Naciones Unidas en Timor Oriental). Actualmente vive en Zagreb, donde colabora con GONG
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