19 de enero de 2020 – Tutóia, MA (región nordeste)
Le debo una disculpa a este diario. He abandonado el proyecto durante semanas. Han sido días ajetreados, sin tiempo objetivo para la escritura o con el tiempo mermado por distracciones, lo que equivale a hablar de un tiempo útil que en su ser –la verdad de las cosas– es inútil. Nada peor que escribir bajo la influencia de disrupciones externas, pues la concentración flaquea y los resultados son apenas flecos sueltos sin la cohesión debida.
A fecha de hoy, cuando esto se publica, la temporada de lluvias ya es un hecho en la línea del ecuador. Las jornadas están corriendo nubladas y nubosas, con una humedad ambiental elevada y el mismo calor pegajoso de siempre. La lluvia aquí es bonita, con aire a romanticismo decadente. Escribo desde Tutóia, el municipio más al este de Maranhão, en la divisa con el estado de Piauí. Allí –dicen– se encuentran algunos de los estudiantes más inteligentes del país según resultados del Informe PISA y pruebas del ENEM. Un extenso manglar y uno de los deltas oceánicos más grandes del planeta (el Delta das Américas) son los atractivos. Y, entre tanta duna y vegetación, con el Atlántico rompiendo a diez minutos de donde duermo y su viento doblando las ramas de los cocoteros en dirección sudeste, la lluvia adquiere otro cariz.
Tanto es así que hoy he amanecido admirando el cuadro que preside nuestro salón, después de la segunda mudanza en menos de medio año. Es un lienzo aún sin enmarcar que representa, precisamente, la época lluviosa del trópico. Busco por palabras clave en mis soportes de escritura de finales de 2019, y decido rescatar esto que sigue:
26 de septiembre de 2019 – São Luís, MA (región nordeste)
Inicio un círculo personal interesante. Desde que llegué a Brasil, me faltaba recibir correo, pistoletazo de salida de cualquier nuevo hogar, y decorar la casa. Aún tengo pendiente lo primero, pero hoy he comprado un cuadro que podría bautizar de ‘Lienzo portugués’, por los recuerdos que me trae de la ciudad lusa de Oporto. Con ello, inicio ese particular ritual de asentamiento que es decorar el salón. Escribo esto desde la capital, São Luís, desde un hotel del centro histórico donde estoy alojado hasta que solvente algunos trámites burocráticos. Una antigua casa colonial de amplias estancias, con un pequeño patio interior y balcones al empedrado en cuesta de esta parte ludovicense declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997.
Después de una charla amistosa con un pernambucano de Recife llamado Alfeu, a quien conozco en unas instalaciones de descanso dentro del complejo, me pongo a pensar en la obra recién adquirida. El cuadro representa alguna parte del centro histórico donde me encuentro, pero no logro ubicarlo con exactitud. Me gustaría anotar en la parte trasera del lienzo dónde fue pintado, dónde estuvo el caballete del autor. Aparece un grupo de edificios al fondo, y un par de viviendas y una iglesia que parecen señoriales en primer y segundo plano. Dentro del cuadro llueve, y el artista no ha capturado del todo mal la visión borrosa del agua, con esas pinceladas deslizantes en la calle. Por encima de todo, me gusta el uso del color. Lo he comprado por doscientos reales brasileños (algo menos de cincuenta euros al cambio) en un puestecito esquinero de la Rua Portugal, tras regatear el precio con habilidades marroquíes.
Me pregunto quién será el autor del cuadro, si tiene firma en el frontal del lienzo. Respuesta afirmativa, la tela está firmada abajo a la derecha. Hago una búsqueda rápida en Internet y encuentro un canal de YouTube de un artista de Piauí que presenta trazos muy similares a los de nuestra obra. ¿Será? De ahí derivo, no sé muy bien cómo, a un sitio web que constituye una galería vitual donde descubro que el probable autor del cuadro podría ser un joven nacido en Teresina que vive en São Luís desde hace años.
Días después de escribir esa entrada en mi diario desde el hotel donde me alojaba en São Luís, y siendo incapaz de ubicar en Google Maps la iglesia reflejada en la obra, decidí escribir al artista a una dirección de correo electrónico que aparecía en la página. Según mi servidor, el correo fue despachado el día 29 de septiembre, tres días después de comprar el lienzo. Le felicité por su trabajo y le comenté que había descubierto que mi cuadro –su cuadro, en caso de ser obra de su ingenio, como imaginé por la citada pesquisa– tenía un hermano gemelo, pues había a la venta en su web un lienzo del mismo tamaño llamado ‘Tiempo de lluvia’ en portugués (acrílico sobre lienzo), en el que aparecía representada la misma iglesia que en el mío pero desde la calle opuesta. «Como é que o senhor chamou essa outra tela que eu comprei?».
Hoy me he acordado de todo esto a merced de la lluvia de domingo que repiquetea sobre las ventanas de madera –aquí siempre madera– en esta parte del Brasil. Casi cuatro meses después, sigo sin respuesta del supuesto autor. Supongo que viviré con la incerteza del cuadro que preside mi salón.