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Crónica de la revolución desindustrial

 

“Crónica de la revolución desindustrial” es una frase que puede leer quien se acerque al Museo Reina Sofía de Madrid y vea la exposición de fotografía de Chris Killip. Porque una de las cosas que cuenta con sus imágenes es el proceso de desindustrialización que tuvo lugar en el Reino Unido durante los años ochenta: cómo se cerraron gran parte de las minas del norte de Inglaterra. O los astilleros.

 

Ahora que lo pensamos: qué plan tan bueno ir primero a ver el documental de Ken Loach del que hablábamos aquí y luego acercarse a ver la exposición.

 

Si la Revolución Industrial tuvo consecuencias terribles para los trabajadores que sólo pudieron aminorarse con las luchas por sus derechos protagonizadas por éstos, la desindustrialización no se va a quedar corta en efectos perversos. En otro lugar contábamos cómo, según sociólogos como Ulrich Beck, si las sociedades no se organizan de otra manera, vamos a tener que empezar a acostumbrarnos a convivir con elevadísimas tasas de paro. Beck se atreve a hablar de sociedades postlaborales. Y no le llame apocalíptico o le acusen de subirse a tales teorías porque la crisis acompaña y hace más vendibles sus argumentos: éstos son ya hasta viejos, ni se olía la crisis actual cuando Beck y otros observadores de la sociedad escribieron estas teorías. Por lo tanto, quienes estén esperando que a partir del próximo año comience a crearse empleo, que no se hagan ilusiones: será escaso y la mayoría será precario.

 

Así están siendo los últimos contratos que se están firmando. Pongamos, como ejemplo, los del mes de septiembre. De acuerdo con el Ministerio de Empleo, fueron 1,392 millones. De ellos, 107.000 fueron indefinidos. Los 1,285 millones restantes, temporales. En comparación con el mes de septiembre del año anterior, el número de contratos indefinidos decreció un 9%, mientras que el de contratos temporales aumentó un 11,5%. Además, en el caso de los indefinidos, más de la mitad fueron a tiempo parcial o fijos discontinuos. No es algo coyuntural. No es sólo por la crisis. Ya sucedía antes, cuando todo iba bien. Cojamos un mes magnífico: octubre de 2007, cuando se firmaron 1,9 millones de contratos de trabajo. De ellos, sólo 190.000 eran indefinidos. El resto, 1,678 millones, eran temporales.

 

La industria española sigue destruyendo empleo

 

Volvamos a la industria, que era nuestro tema para hoy. Merece la pena porque ésta ha sido el único sector que, históricamente, ha sido capaz de crear empleos de calidad de manera estructural, casi por necesidades de la producción. Y además ha proporcionado muchos puestos de trabajo, puesto que es un sector tradicionalmente intensivo en mano de obra. Pero al capitalismo posmoderno no le gusta ni la calidad del empleo ni tener demasiados trabajadores. Tanto una como los otros son males a extinguir. Y, por lo tanto, la industria también lo es. Una economía de servicios, sobre todo los de bajo valor añadido, es el caldo de cultivo ideal para la flexibilidad y la precariedad. 

 

Pero, por el momento, en España, las manufacturas continúan destruyendo empleo. En el segundo trimestre de 2013, según la Encuesta de Población Activa (EPA), la ocupación aumentó en 154.800 personas en el sector servicios y en 37.500 en la agricultura. Pero se siguieron perdiendo puestos de trabajo en la construcción (26.500) y no sólo: también en la industria (16.800). En el año 2000, el número de trabajadores remunerados en la industria superaba los 2,6 millones, a finales del año 2011, que es el último ejercicio del que el Instituto Nacional de Estadística dispone de datos había bajado hasta los 2 millones.

 

De los contratos indefinidos firmados en septiembre, 107.000, sólo 9.457 fueron a trabajadores del sector industrial (el doble que a los de la agricultura), frente a los 89.000 del sector servicios.

 

Sólo el 19% de la población está ocupada en las manufacturas

 

Hasta aquí podemos extraer alguna conclusión sobre los daños sufridos por el sector industrial en los últimos años. Pero hay más evidencias. El Instituto de Estudios Económicos publicó este verano una nota con datos de Eurostat que revelaba que si en 2007 el 25% de los trabajadores de la UE-27 estaba empleado en la industria, en el año 2012 ese porcentaje se redujo hasta el 22,6%.

 

En España se encuentra por debajo de esa media: en el 19,1%, cuando en el año 2007 este porcentaje aún se encontraba en el 27,4%. ¿Las peores cifras? Las de Grecia y el Reino Unido, donde rondan el 15%. ¿Las mejores? Las de los países de reciente incorporación a la Unión, como la República Checa, con un 36,3%, o Eslovaquia, con un 31,6%.

 

En Italia la industria aún emplea al 26,2% de los trabajadores y en Alemania, a un 24,7%.

 

Pero el último informe anual del Ministerio de Industria, de 2012, muestra una peor situación todavía. El porcentaje de empleo equivalente a tiempo completo apenas alcanzaría el 13,3% del total, por debajo del 18,1% en que se situaba en el año 2000.

 

La industria no sólo ha perdido peso en el empleo. También lo ha hecho en su contribución al Valor Añadido Bruto (VAB), es decir, a la creación de riqueza. Ésta se ha reducido desde el 17,9% de 2000 hasta el 13,3% del año 2012. Con estas cifras, el peso de la industria en España es inferior al que en promedio tiene la zona euro en su conjunto y, en especial, al de países como Alemania o Italia. Así, la aportación española al VAB de la zona euro es de apenas un 9,9%, frente al 37,4% de Alemania.

 

¿A qué se debe ese escasísimo peso de la industria en España? Vamos a esbozar varias hipótesis.

 

Hipótesis sobre la desindustrialización

 

La primera la comentan Mikel Buesa y José Molero en una obra dirigida por José Luis García Delgado, España, Economía: ante el siglo XXI: la caracterización de España como una economía industrial constituye un fenómeno relativamente reciente. De hecho, en los albores de la década de 1950, la mayor parte de la población activa aún se ocupaba en tareas agrarias.

 

Esto no dice mucho de la clase empresarial española. Nunca le ha gustado arriesgar. Ha preferido vivir de las rentas. O de concesiones administrativas. O de antiguos monopolios estatales. Hagan un repaso de la composición del Ibex-35 y de las principales multinacionales de España. ¿A qué sectores pertenecen mayoritariamente? Constructoras, es decir, concesionarias de obra pública, telefonía y electricidad. Y luego están los bancos, cuyo negocio tampoco es que sea de lo más innovador del mundo. Pero muy pocas se dedican a “fabricar cosas” para luego venderlas.

 

Avanzamos en el tiempo y nos encontramos con la reconversión industrial realizada en los años ochenta por parte, primero del Gobierno de la UCD y, a continuación, a partir del año 1982, del socialista. En el blog de Fedea encontramos este post escrito por Pablo Díaz Morlán y Miguel Ángel Sáez García sobre algunos aspectos de este proceso centrado en el metal. Resumimos su tesis: el Gobierno de Felipe González cedió ante los sindicatos, que querían proteger la industria preexistente en Asturias y el País Vasco, y no apostó por la fábrica de Sagunto que era el germen de una industria del acero puntera. Al final, España se quedó sin Sagunto y sin las factorías del norte que, con el tiempo, se demostraron inviables.

 

Pero, en su conjunto, como comentan Buesa y Molero, la reconversión industrial marcó un antes y un después. Si hasta el desencadenamiento de la crisis de la segunda mitad de los setenta fue muy relevante, durante las últimas décadas ha perdido peso. España, que casi no tuvo revolución industrial, está sufriendo con toda su saña la desindustrial. Porque, con la recuperación económica que comenzó a partir de 1985, la construcción pasó a ser el sector que más crecía, también los servicios lograban avanzar a mayor ritmo que el conjunto de la economía, pero la industria no logró restablecer la capacidad impulsora de que había gozado antes de la crisis y fue reduciendo su participación en el valor añadido bruto.

 

Como comentan Espinosa de los Monteros y Boceta Álvarez en un resumen de la historia de la industria española, este proceso coincidió con la aparición de los nuevos países industrializados, los del sureste asiático, que agravó la situación de algunas producciones españolas, especialmente la textil, el calzado y la siderurgia, dado que tiraron los precios.

 

En total, en el periodo que se extiende entre 1974 y 1985 se perdieron alrededor de 815.000 puestos de trabajo en la industria. Por comunidades autónomas la más afectada fue Cataluña, con 287.000; seguida del País Vasco, con 119.000; de Madrid, con casi 73.000; y Andalucía, con 58.000 empleos manufactureros perdidos.

 

En tercer lugar, nos encontramos la deslocalización. Como explican Buesa y Molero, durante las primeras fases de la industrialización de España, sobre todo desde los años sesenta, un montón de multinacionales se ubicaron en nuestro país porque producir aquí les salía más barato. Pero, sobre todo a partir de los años noventa, se produjo el fenómeno contrario: muchas compañías españolas, pero también extranjeras salieron de España en busca de menores costes, por ejemplo, en los países del Este de Europa, curiosamente los que hoy en día emplean a una mayor parte de la población activa en el sector manufacturero. España ha buscado siempre competir por precio (también ahora) y eso impide que aquí se instale un tejido industrial fuerte con visos de permanencia. Y, quizás, también sea la razón de que actualmente siga pesando demasiado la industria de baja complejidad tecnológica y demasiado poco la de muy alta complejidad tecnológica.

 

Paro estructural desmesurado

 

Por todas estas razones se puede llegar a comprender la evolución del paro en el sector industrial en comparación con la del conjunto de la economía. En 1976 la tasa de paro global estaba en el 3,84%; la del sector industrial, en el 2,84%. En 1985, la tasa de paro global rozaba el 22%, mientras que la de la industria se situaba en el 16,22%. En 1994, la tasa de paro total era del 24,17% y la del sector manufacturero, del 12,9%. Pero en uno de los mejores momentos de la economía española, si la tasa de paro se colocó en el 11,37%, la de los trabajadores industriales no pudo bajar del 10,81%. ¿Podemos decir que el sector industrial tiene un nivel de desempleo estructural extraordinariamente elevado? Además, en la última crisis, el retroceso de la industria ha sido mucho más intenso que el del conjunto de la economía, según reconoce el propio ministerio del ramo.

 

Pero estamos orgullosos de ser una economía de servicios. Incluso nos lo dibujaron como una fase superior del capitalismo. En los años noventa, nos vendieron que eso de fabricar cosas era de pobres. ¡Para eso ya estaban los chinos, que trabajaban mucho más barato! ¡O lo países del Este de Europa! Y, ahora, queremos llevarlo hasta el extremo, con Eurovegas y su proyecto gemelo catalán.

 

No sé qué es peor: cerrar la industria para abrir Eurovegas y Marina d’Or o para desarrollar un mastodonte financiero, como en Londres. Yo me quedo con las ciudades industriales que puso en marcha Tito. Zenica es una maravilla, aunque tenga su planta de ArcelorMittal y todo su humo prácticamente en el centro urbano. 

 

Nos gustan mucho las cifras. Pero nuestro apego a la fábrica tiene también mucho de sentimentalismo. Tanto como el de esta canción. Hubo una época, que recuerdo aunque creo que no había nacido, en que la máxima aspiración era trabajar en una fábrica. Suponía tener un horario y un buen convenio colectivo. Dignidad. Conciencia. Chris Killip lo explica cuando narra cómo hizo las fotos de los trajabores de una factoría de Pirelli en Inglaterra. Sin duda, con ellos se haría un calendario mucho más digno que ése en el que todos están pensando.

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