Cuenca, 27 de octubre de 2023
Con esta publicación me propongo ofrecer a los lectores una pequeña antología de mi poesía, a la vez que, sin explicar el poema como objeto artístico, hablo, sucintamente, de las mínimas circunstancias que originaron su gestación, cosa que, pienso, puede resultar algo útil para la comprensión lectora.
El pasado día 5 tuvo lugar, en una vistosa sala del museo de la Fundación García y Chico de Cuenca, un recital de mi poesía. Lectura poética que introdujo impecablemente el poeta, escritor, periodista y miembro de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, José Ángel García, con su preciosa voz radiofónica y sus mesurados y valiosos contenidos. Así José Ángel comenzó a presentarme:
Este entrañable espacio va a servir de marco a la voz poética de Amador Palacios. Además de poeta, Amador es también traductor, ensayista y biógrafo y, sin óbice de que su hacer sea conocido y reconocido en el ámbito nacional, es un escritor castellanomanchego se mire por donde se mire; porque ya me dirán si no es castellanomanchego de pura cepa – aunque cuando él naciera, paradojas de la Historia, esta región, esta Comunidad Autónoma, no existiera como tal– quien, cual él, nace en Albacete, crece en Toledo, vive y trabaja luego en los ciudarrealeños predios de Alcázar de San Juan, mantiene una especial relación literario-afectiva con esta nuestra Cuenca donde hace no mucho que ha plantado residencia y, bueno, también de cuando en cuando se da un garbeo por Guadalajara para visitar a su primo. Un poeta con nada menos que quince títulos de poesía publicados, amén de dos antologías, pero también, como he apuntado, traductor, especialmente del portugués pero también del francés y del latín, incluso con alguna puntual incursión en la lengua inglesa de la mano de Edgar Allan Poe. Asimismo, ensayista de la poesía española durante la dictadura franquista, biógrafo de Ángel Crespo y Dionisio Cañas y uno de los especialistas de aquel tan peculiar fenómeno literario del Postismo, con un saber que le ha llevado, incluso, a redactar una autobiografía apócrifa de uno de sus principales integrantes, Gabino-Alejandro Carriedo. Un hombre que, tan contradictorio como cualquier otro, se ve muy atraído, a la par, por el espiritualismo de Thomas Merton y el pesimismo radical de Emil Cioran; y es que, al fin y al cabo, no deja de ser un escéptico permanentemente subyugado por la religiosidad, ora pagana, ora cristiana, aspirando, en el fondo, a una espiritualidad laica.
Antes de mi turno, José Ángel García me hizo un par de oportunas preguntas, muy aptas para entrar cabalmente en mi poesía. Valoré ante el público, con hondura, sus palabras antes de agradecer especialmente a la pintora María Luisa Chico, titular de la Fundación García y Chico, su generosa disposición al propiciar esta lectura en su buen y original museo, cabe sus expresivas pinturas.
Al recital que iba a comenzar antepuse una preciosa cita de Thomas Merton, ese escritor norteamericano que es de mi absoluta predilección, y que ya había mencionado José Ángel García en su presentación. Escogí la cita, más que nada, para contrarrestar la posible relevancia que pudiera tener el comenzar la lectura de mis poemas in promptu. Con la sana intención de suavizar el evento: Ningún escrito sobre las dimensiones meditativas y solitarias de la vida puede decir nada que no haya dicho antes mucho mejor el viento de los pinos.
El primer poema que leí figura en la contracubierta de mi segunda antología publicada, Las palabras son nocivas, título que es media frase de una cita de Herman Hesse: “Las palabras son nocivas para el sentido secreto de las cosas”. Dije que a ver qué le parecía a la pintora María Luisa Chico el poema, ya que, a mi juicio, es una composición que tiene más de plástica de que de conceptual, con sus versos trazados como líneas y su estructura simétrica en sus breves y ajustadas estrofas; conformación geométrica y ciertamente espacial sobre su decurso verbal:
En el amor no hay aritmética; aunque le sobra geometría. Entre los ojos, líneas tensas. Llenas de ángulos las caricias. Paralelo es el abrazarse y el besarse cosa cilíndrica. Y el acto es perpendicular y esféricos los que dormitan.
El siguiente poema que recité se titula “Extraño madrigal” y en él habla una voz femenina enamorada del Vampiro, de Drácula. La verdad es que la célebre novela de Bram Stoker de algún modo es una historia de amor y, más aún, la versión que del libro realizó el director cinematográfico Francis Ford Coppola:
Como sabes, soy rubia, la tez pálida, los labios pronunciados; como sabes también, siempre que puedo impido que aparezcas detrás de las molduras, embebido de verde oscuridad; siempre, a que te definas en mi cuarto e impresiones tu aliento en el espejo azul de la penumbra. Mas hoy quito los ajos del alféizar y de detrás del televisor. Curiosidad insana siento por que, a causa de ti, mi piel blanca se erice y un helor me recorra la, por ti denostada, intersección geométrica del cuerpo que, a la noche, inmolarás, y se abran las pupilas, y en ellas te trasciendas. Cercenaré barreras herrumbrosas para lograr tu niebla diamantina, esa dicha abisal, esa estupefaciente consecuencia nimbada de la sangre.
Seguidamente ofrecí tres sonetos, acogidos los tres al título, independientemente del de cada uno, “Tríptico de sonetos sobre una cita de Apuleyo”. Esa cita del escritor romano trata del proceso de beber, de beber vino: Prima cratera ad sitim pertinet, secunda ad hilaritatem, tertia ad voluptatem, quarta ad insaniam. Naturalmente, traduzco: La primera copa pertenece a la sed, la segunda a la alegría, la tercera a la lujuria, la cuarta a la locura. Cada cual luego haga las multiplicaciones pertinentes:
SED El caudal de la copa confiada está dispuesto para ser bebido por mi labio continuamente ardido en mi incompleta vida trasnochada. Irrefutable en su razón sagrada, ¿podrá neutralizar a ese temido parásito viviendo en el latido que yo me palpo entre el pecho y la nada? La copa oscura con su faz discreta, tímida incluso en el sombrío ambiente, no exige. Yo soy quien me vuelco a ella. Porque la sed de este silencio aprieta. Porque pide un alivio la querella. Porque somos deseo mayormente. ALEGRÍA La copa sin alzar, en la postura de uno de esos dibujos de Gregorio Prieto, bebo metido en el jolgorio: momento muelle de esta tesitura. De unos minutos antes la amargura pasó disuelta en el recordatorio del gesto que evitaba el perentorio flujo de la existencia obrando dura. Brindo, después de la última ablución, requiriendo que no se extinga el voto que ahora pongo en el curso del Destino sin comprender marchita la ilusión pero creyendo cierto lo aún ignoto. El hachís no consuela como el vino.
El último verso de este soneto está tomado del tratado de Charles Baudelaire Los paraísos artificiales. Opio y hachís.
LUJURIA, LOCURA Las palabras afloran en la boca desde un plano interior de sensaciones creadas desde súbitas pulsiones motivadas por una pieza loca. Y toda sensación parece poca para el drogarse de los corazones. Muy pronto se desatan las pasiones en un desasosiego que revoca. Y así me veo en situación terrible desconectado de la realidad y del mundo perdiendo su sostén. Pasa en mis carnes una hora punible donde sólo cosecho necedad sintiéndome poseso de Verlaine.
Entonces dejé un momento el ejemplar de esta antología, Las palabras son nocivas, para leer un poema, en el móvil, publicado recientemente en este mismo medio, FronteraD, poema que glosa una cita del filósofo y gran escritor Emil Cioran, también predilecto mío y que asimismo nombró antes José Ángel García. La cita es ésta: La afabilidad es mi máscara. Algún que otro amigo, después de ver el poema, me comentó que la cita nos la podíamos aplicar más de uno. Se puede sentir asco por el entorno mundano, pero ser afables parece ser obligado. Fernando Pessoa, a quien también el mundo le producía mucho desencanto, decía que debíamos llevarnos bien, pues, en definitiva, somos compañeros de viaje. El poema dice así:
Siendo una de tus máscaras, no obstante, A tus espaldas la estación hosca De tu aflicción Surte quejidos macilentos. Los puentes, sin embargo, bajo la atmósfera turbulenta, Guardan cierta nobleza al ocultar A los poetas desdichados. ¡Cuán malograda está la melodía De aquel demiurgo que empleó la flauta Para dar dulce vida a todo lo que existe! “La muerte canta noche y día su canción sin fin”. Con esta tan rotunda nitidez Del verso del poeta de la India Subyace tu desgracia adoptando la forma De taimadas sonrisas, sonrisas que se amoldan A tu resignación, a tu alma embelesada. Los trenes continúan Risueños deslizándose. Pero Los cementerios de automóviles También tienen cipreses.
Otros amigos me comentaron el final del poema (Los cementerios de automóviles / También tienen cipreses), aseverándome que estaba bien. Yo me alegré con esta afirmación, pues se dice que un buen mérito de un poema es su final, sorpresivo, imaginativo. Me preguntaron si era un guiño irónico, un ramalazo irracional o surrealista. Yo contesté que los versos procedían únicamente de una mirada que eché a un lado de la carretera en un viaje que hacía precisamente a Cuenca. Yo conducía y miré al siempre cochambroso cementerio de coches, que tenía a un lado una fila de cipreses. Eso es todo. Lo que quiere decir que de lo cotidiano puede surgir cualquier forma poética ingeniosa.
Volví otra vez a coger la antología, que ya, en ningún momento, solté. El siguiente poema se titula “Al regreso de rey don Sebastián” y está inspirado en Fernando Pessoa y en el mito del sebastianismo. Me explico: el rey don Sebastián de Portugal reinó en el siglo XVI y vivió sólo 24 años. Apodado “el Deseado”, llegó al trono a los tres años de edad. Fue débil y estaba un poco mal de la cabeza. Fue nieto de Carlos V y sobrino de Felipe II. Se le ocurrió luchar contra el turco, aunque su tío se lo desaconsejaba vivamente. Se empeñó y tuvo lugar la batalla de Alcazarquivir en el norte de Marruecos, perdiendo los portugueses estrepitosamente. El cuerpo de Don Sebastián nunca fue encontrado. Por cierto, en esa batalla también murió el gran poeta español Francisco de Aldana, que era militar, general, en esa batalla, del ejército de don Sebastián, aunque Aldana tampoco estuvo muy de acuerdo con el enfrentamiento. A partir de entonces se creó el mito sebastianista, en el que aún parecen creer algunos raros intelectuales portugueses. Confiando en ese mito, se espera que el rey don Sebastián regrese a Portugal en un caballo blanco para fundar el Quinto Imperio, superior a los imperios anteriores y no económico ni guerrero sino eminentemente cultural. En el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa hay una tumba vacía que se espera ser ocupada algún día por ese trastornado monarca. La cosa es que el poeta Fernando Pessoa escribe algunos textos por los que el lector puede deducir que la reencarnación del rey don Sebastián es él mismo y que ha vuelto, no en un caballo blanco, a fundar el Quinto Imperio. En mi poema, Pessoa aparece conmigo viajando en un tren nocturno dirigiéndose a Lisboa desde Madrid, trasmutado en un caballero británico gordo, abstemio y no fumador, cuando en realidad el gran vate portugués era muy delgado, bebía como un cosaco (murió de cirrosis hepática) y fumaba como un carretero:
Si él renaciera en este mundo, a esta vida, usaría pasaporte británico y viajaría en el Lusitania Expreso una noche cualquiera de julio. No tendría las mismas facciones que se perpetuaron aquella Navidad. Sería grueso, con barba, tal vez cano, quizás más viejo, llevaría navaja en el bolsillo del pantalón y no hablaría una palabra de portugués. De llegar a posarse en este renaciente Quinto Imperio, él no será reconocible y vendrá disfrazado de ciudadano abstemio, de modélico súbdito que no fuma… Mas una tosecilla insistente y su extraño silencio lo delatarán.
“Canción de cancionero”, poema que vino a continuación, también se inspira en Fernando Pessoa, en concreto en uno de sus tres más famosos heterónimos, en Ricardo Reis, que escribió un conjunto de poemas inspirados en la poesía del romano Horacio. Reis escribió poemas en verso libre, con el tono horaciano, pero también otros en los que se atiene a un ritmo estrófico y una rima rigurosos:
Con esta nueva calma que me alumbra voy abriendo las puertas —menos una— y cerrando en la penumbra las ventanas abiertas. Repta por el jardín la luz de nuevo, al igual que los trenes que mueren. Yo, desde mi andén, elevo ajustados desdenes. El día pasará como un desquite, con larga dejadez; cumpliéndose su tiempo en alambique de triste placidez. Y por la noche, cuando esté sumido en mi lecho de rosas, intentaré ensoñar sin dar sentido recóndito a las cosas.
Seguidamente leí un poema que remite a una visita que hice, de joven, a una prostituta. Ella se llamaba, o se hacía llamar, Laura; su nombre da título al poema. Yo no fui a un burdel, pues esa chica recibía sola en su casa, en la metrópoli madrileña, a través de un anuncio en el periódico. Laura era alta, delgada, con la piel muy blanca, el rostro grácil. Mi experiencia fue anodina, lo normal, media hora en la cama pagando el precio de 5.000 pesetas, pues aún no había euros. Antes he dicho que un acto cotidiano puede generar la poesía. Un acto cotidiano naturalmente transformado. En mi poema, la prostituta Laura es Laura de Noves, amor platónico del poeta Francesco Petrarca. Hay dos amores platónicos sumamente emblemáticos en la historia de la literatura: esta Laura de Noves y, sobre todo, Beatriz Portinari, amor platónico de Dante. En el poema aparece también Petrarca, no como un cliente sino, digamos, como el chulo de Laura:
Laura encubre su cuerpo blanco en un angosto apartamento de la extensa urbe, dedicada a una antigua profesión. Francesco, sobre todo si su cabeza está caliente, se relame de gusto pensando en un solemne cuerpo blanco. Laura pasa sus días junto al altoparlante oyendo parcas melodías y el tráfico del bulevar, cuando no ha de cumplir los menesteres del oficio remoto. Y al humear la taza entre sus manos sospecha que el destino le depara algo grande. Cuatro veces al año Francesco la visita y gastan más de una hora en hacer el amor.
Un poema breve, muy breve, un poco heavy, por uno de sus versos que exhibe una intensa sonoridad:
Hoy me miro al espejo y al Cristo que reflejo en el espejo le pregunto por qué me ha abandonado.
Le tocó el turno a un poema muy consuetudinario, reflejando un suceso muy ordinario: un entierro. “Calle y entierro” es su título. Lleva una dedicatoria: A nadie:
En la vida, una tarde sin quererlo se organiza un entierro. La calle queda despoblada (afilada, en silencio) cuando sacan al muerto, se lo llevan…; sólo miseria queda en la calle, un cielo ceniciento sobre la calle. … Al cabo se vuelve del entierro —¡falta uno!— y se vuelve a poblar, con su rumor, la calle. Ah, vida mía, ya es de noche otra vez.
Pasé a leer el poema “Madrigal”. Su origen remite a una noche, a altas horas, en que yo estaba en un bar, en una discoteca. La música muy alta, mucho humo. Se podía fumar entonces en los bares. Bebí mucho, muchos cubatas, fumé muchos cigarrillos y hasta bastantes porros. Pronto me sentí mal. Salí a la puerta del bar, para airearme, pero pronto perdí el conocimiento. No estuve mucho tiempo inconsciente. Conmigo estaba mi mujer, mi mujer de entonces, que me llamaba para espabilarme; de pronto oí mi nombre, pronunciado por su dulce voz. Creí recuperarme del todo, mas la verdad es que estuve un par de días fastidiado. He aquí el poema:
En la vida han pasado dos días de sensaciones que recordarlas es aborrecible, y pensamientos tristes. Las ansias de infinito o existencia con cierta ingravidez nos llevaron a la desolación más absoluta, la miseria del cuerpo, cayendo al suelo, desforjándose en muelles y abismales gehenas que luego, ¡menos mal!, sólo fueron catarsis. Hasta que oí mi nombre pronunciado por ti desde la brisa.
El siguiente poema fue “Sono”, titulado así, en gallego. En gallego y en portugués (ambos tienen su origen en el galaico-portugués), nuestra sola palabra “sueño” tiene dos formas. Si significa tener sueño es “sonho” (“soño” en gallego), mientras que soñar con algo es “sono”. En el poema cuento un sueño que tuve. Lo titulo en gallego porque el ambiente del texto está localizado en Galicia, en la bella Costa da Morte gallega:
Soñé que fabricaba esperma en una playa poniéndolo en el mar cual espuma de Venus; de ella y el movimiento del mar nació una virgen. Mi compañera y yo le pusimos por nombre simbólico Lourida, obviando su morada, pensándola en el mito. Al cabo de los años la vimos convertida en hermosa muchacha de edad adolescente y figura inmutable que se baña desnuda nas caldeiras do Castro y que toca la gaita en fiestas marineras y que tiene prestigio entre sus convecinos por su origen ignoto, porque nada de perlas: encontrada impoluta y serena en la orilla. A veces nos cruzamos con ella: no saluda mas fija, con su gracia perpetua y ojos grandes, nuestra faz complaciente. Apurando este sueño me despierto empalmado.
Ya iba finalizando el recital. El poema que iría a leer a continuación se refería a un entorno que conocían prácticamente todos los asistentes, pues habla de las lagunas de Cañada del Hoyo, muy cercanas a Cuenca, y muy bellas, la verde, la negra, la azul, al lado de otro conjunto paisajístico impresionante: las Torcas, conformadas como unas lagunas vacías que donan una visión muy llamativa y abrupta:
Puede recomenzarse la Divina Comedia entre las tres lagunas: verde, negra y azul, así configuradas; siempre las vi dantescas en su cono invertido. Primera, el purgatorio con sus excursionistas, confortabilidad y su color terreno, tierra de piedra y pino para penar y holgarse en tibieza absoluta frente al remordimiento, manteniendo esperanza. La negra tiene acceso fácil, como de arroyo, es siniestra y muy bella para temples románticos: allí, por voluntad propia puedes bajar sin que un salto lo impida. La azul, la más grandiosa laguna de las tres, profunda, impenetrable, saca un trozo de mar, guarda un espejo, el cielo, gloria, sólo mirada. La mujer, la diablesa intuitiva y profana, no fuma pero enciende una visión insólita, convirtiendo el reflejo del mogote en adobe, el cristal en Alhambra, con ventanas, con hálitos, a punto de expandir por la laguna, en ántrax, la figura de Osama.
Naturalmente Osama es Osama bin Laden, responsable de los atentados del 11-S en Nueva York, que acababa de ser asesinado en Pakistán por un comando de fuerzas de operaciones especiales de Estados Unidos.
Y ya me dispuse a concluir con la lectura de un muy pequeño poema, una coplilla burlesca titulada “Messi”, naturalmente el nombre del futbolista:
Hay gente práctica, deísta. Cansada de los curas pederastas coge al astado por las astas y ficha, como Dios, a un futbolista.
Di las gracias y recibí unos aplausos que no duraron poco, por lo que me vi obligado a hacer un bis. Ya tenía pensado lo que iba a leer. Escogí un poema titulado “El instante” y dediqué su lectura a mi amiga Luz González Rubio, que estaba presente. Luz es novelista, además de copiosa articulista y reseñista. Vive en Cuenca, es casi vecina mía y nos vemos muy a menudo. Me invita con frecuencia a comer en su casa, mucho más amplia que mi coqueto cuchitril. Desde su privilegiado balcón se obtiene una vista del río Júcar inigualable. Ella me animó, antes de la lectura, para que leyese el poema “El instante”. Yo me encogí de hombros. Un instante es algo a primera vista inaprehensible, pero del que se pueden decir muchísimas cosas. Aquí va:
Ese instante de calma que precede a la nieve como aquel otro instante que antecede a la música cuando el rígido maestro desciende su batuta y ordena la audición, como aquel otro instante que preside, emotivo, la visión del océano, como aquel otro instante que se pone delante de un rebato previsto, como aquel otro instante que preludia los besos, la sonrisa esperada, la salida del sol, como aquel otro instante que anunciará, medroso, el final de los mundos, como aquel otro instante anticipado al sueño, como aquel otro instante que adelanta, sarcástico, la sombra de la muerte.