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Mientras tantoCrónica de una muerte anunciada I

Crónica de una muerte anunciada I


 

Es probable que Gabriel García Márquez haya sido un excelente periodista. Prefiero esta vez guardar mi opinión y cedérsela a Pier Paolo Pasolini, cineasta, escritor, polemista y productor, que publicó este artículo el 22 de julio de 1973 en la revista italiana Tempo, refiriéndose a Cien años de soledad, que acababa de ser traducida a la lengua de Carlo Emilio Gadda. En La Argentina ha sido un descubrimienro del sitio Lobo Suelto.

 

El texto:

 

“Parece ser un lugar común considerar Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez como una obra maestra. Este hecho me parece absolutamente ridículo. Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche del tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados a veces con espléndida maestría– por un guionista: tienen todos los tics demagógicos destinados al éxito espectacular.

 

“El autor mucho más inteligente que sus críticos– parece saberlo muy bien: No se le había ocurrido hasta entonces dice en la única consideración metalinguística de su novela  pensar en la literatura como en el único juego que se había inventado para burlarse de la gente… García Márquez es sin duda un fascinante burlón, y tan cierto es ello que los tontos han caído todos. Pero le faltan las cualidades de la gran mistificación, las cualidades que posee, como para dar un ejemplo, Borges (o en menor escala Tomasi di Lampedusa, sí, Cien años… recuerda un poco a El gatopardo, aún en los equívocos que ha despertado en el pantano del mundo que decreta los éxitos literarios).

 

“Los críticos literarios deben tomar nota de un nuevo  género o técnica, que ya pertenece históricamente a la literatura: el guión cinematográfico, y el tratamiento. En el guión y el tratamiento, el autor tiene conciencia de que su obra no es literaria ya que se trata de estructuras provisionalmente linguísticas que en realidad  quieren ser otras estructuras: estructuras, puntualmente, cinematográficas. El autor de un guión o de un tratamiento es tanto más hábil literato cuanto más consigue obtener la colaboración del lector en la visualización de lo que está escrito provisionalmente. El asumir tal provisionalidad (esa voluntad de la estructura de ser otra estructura) forma parte de la técnica literaria del guionista y potencialmente, de su estilo.

 

“Sin embargo, la mayor parte de los guiones y de los tratamientos son pésima literatura como es el caso de este libro. Literatura indigna. ¿Por qué?

“El primer acto del escritor de guiones consiste en identificar al lector con el productor. El que debe colaborar con el autor en la  transformación de la estructura linguística en estructura cinematográfica, es justamente el que paga. El destinatario de la obra es, una vez más, el patrón. Ahora bien: la mayoría de los escritores cinematográficos provienen de una élite cultural: son entonces personas que tienen la obligación, diría social, de considerar al patrón un idiota, un semianalfabeto, un hombre despreciable.

 

“Pero al mismo tiempo, deben hacer que su obra le guste. Y en el momento en que el guionista identifica al productor con un destinatario  idiota, semianalfabeto y despreciable, tiene un solo modo de convencerlo: la degradación de su propia obra. Entonces, la inocente  captatio benevolantiae que todo autor, en distintas medidas, utiliza para obtener la colaboración del lector, termina convirtiéndose en una operación inmoral, que envuelve al autor en la degradación por él planificada con bajeza.

 

“La colaboración del autor con el lector-productor tiene por lo tanto los carácteres de una abyecta complicidad: tiende a hacer de él un cómplice, degradándose a su supuesto nivel de estúpido, vulgar, conformista, cínico conocimiento de las cosas humanas.

 

“Tal esfuerzo por simplificar, por reducir, por desdramatizar, por hacerlo todo comunicable y sin problemas reales, termina volviéndose una atroz forma de adulación del patrón: así, y para decirlo con sus propias palabras, el guionista, aún despreciando al patrón, y hasta por el hecho de verse obligado por él a un comportamiento miserable, se hace  rufián a la par suya.

 

“Pero ningún hombre es apriorísticamente tal como el guionista supone que es el productor: ningún hombre es apriorísticamente inferior a nosotros mismos. Y la primera regla moral de un autor consiste en considerar como su igual al lector: y si luego él identifica a ese lector como un productor, también dicho productor no puede sino ser considerado como su igual. Actuar de modo contrario a esta primera y elemental regla moral vuelve a un autor indigno de su profesión».

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