Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
ArpaCrónica desde la plaza ateniense de Syntagma tras el ‘sí’ de Tsipras

Crónica desde la plaza ateniense de Syntagma tras el ‘sí’ de Tsipras

 

El voto de confianza que la mayoría de los ciudadanos griegos entregó al gobierno de Syriza sufrió una duro golpe el 12 de julio, domingo, cuando Bruselas dio por bueno el plan de “rescate” presentado por la delegación encabezada por el primer ministro, Alexis Tsipras. Desde entonces, un silencio raro se adueñó de las calles de Atenas. Al 608, que recorre la transitada avenida Patission, subieron y bajaron rostros desencantados, gente sin hablar, justo en esta, la ciudad de las palabras. En el barrio Petralona, las abuelas siguieron su silenciosa y acotada rutina, cargaron las verduras de la feria, hicieron alguna parada en los zaguanes vecinos. “Para mí las cosas seguirán igual o peor”, dijo Katina frente a un quiosco, con su batón azul y el pelo recogido, a medio teñir. Varios cientos de abuelas atenienses protestaron la noche del 15 de julio en la plaza Syntagma, junto al Parlamento, donde se aprobaría finalmente el memorándum con nuevos y duros recortes sociales. También había miles de jóvenes, familias enteras, miembros de organizaciones sociales y sindicales. Pero esta vez no fue como las anteriores. Serían las nueve y pico cuando se escuchó el primer estruendo que desconcertó a casi todos. Después se vio fuego. Luego el aire se llenó de humos. Y hubo más explosiones, llamas y gases lacrimógenos. Las abuelas corrieron, los niños tropezaron, algunos turistas lloraron. “Esta es una situación muy difícil, ahora sólo podemos  mantenernos unidos, trabajando y presionando al gobierno”, resumió Dominiki, una madre soltera, desempleada, votante de Syriza. Poco antes de que la manifestación se disolviera, Dominiki acusaba al gobierno de haber perdido una gran oportunidad. “Hacía mucho tiempo que no veíamos estas muestras de unión y solidaridad. Es lo único que puedo rescatar de la crisis. Por eso pienso que el gobierno tendría que haber preparado una alternativa, pero no fue así y ahora nosotros vamos a pagarlo”, agregó enojada.

 

Esta grave crisis, como todas, ha disparado la ansiedad. Los atenienses fuman como fuman los pueblos en las posguerras. Dominiki arma su cigarrillo sin mirarlo, lo prende y lo termina deprisa. “¿A quién se le ocurre pararse frente a un tanque con una flor?”, preguntó. La plaza estaba repleta de preguntas sin respuesta, aunque todavía quedaba algo de esperanza. Yorgos por ejemplo se aferró a su último argumento. “Yo apoyo a Tsipras porque es un hombre honesto que no le debe nada a nadie. Los de la oposición son unos ladrones”, aseguró. Frente al Parlamento, un cartel naranja mostraba un gran oxi (no, en griego) derrumbado, antes de ser barrido por los enfrentamientos entre la policía y un grupo de manifestantes. Otro cartel rezaba: “No a la dictadura de la Unión Europea y sus monopolios”. Otro: “No al memorándum de la vergüenza”. Y más allá: “Estamos en guerra, no te rindas, es hora de levantarse”.

 

Dimitris estaba junto a otros militantes del Partido Comunista, que no acompañó la convocatoria al referéndum ni tampoco las negociaciones en Bruselas. “La crisis es una oportunidad para que los grandes capitalistas encuentren nuevas formas de ganancia. No es posible someterse a estas imposiciones”, dijo. Para Dimitris la política de la Unión Europea “multiplica continuamente los callejones sin salida” y ha demostrado, una vez más, “que no puede haber ningún tipo de negociaciones a favor de los trabajadores dentro de sus fronteras”. Junto a Dimitris, Theo puso un ejemplo que sobre la productividad de su país: “Estamos importando naranjas de España y aceite de oliva de Alemania. ¡En Grecia, el país de las naranjas y las olivas! Esto tiene nombre: Unión Europea”.

 

Syntagma se llenó de cánticos contra la troika y el acuerdo entre el Eurogrupo y el gobierno griego. Quedó patente que, tras medio año en el poder, se ha abierto una brecha entre Syriza y la ciudadanía, una relación que hasta el referéndum se mantuvo sin grandes fisuras. “Para los líderes de Syriza la salida de Grecia de la eurozona es un tabú. Ahora estamos ante un gobierno que se planta en contra de los intereses del pueblo, aprobando un plan que es incluso peor que el que rechazamos en el referéndum. No hubo alternativa porque el gobierno no hizo nada”, protestó Christos. “Syriza dañó las esperanzas y la resistencia del pueblo griego. Ahora la sociedad tendrá que seguir su propio camino por fuera de los partidos políticos que la traicionan”, añadió. Aris estaba junto a su numerosa familia. “Con este memorándum vamos a seguir empeorando. Yo voté a Syriza, pero está claro que no tenían un plan B, sólo había dos planes A: euro o euro”, remarcó Aris antes de salir corriendo, improvisando mascarillas para proteger a sus hijos de los gases. “Volveremos a salir a la calle, no van a conseguir asustarnos”, aseguró otro Dimitris, atragantado por la rabia, en plena huida.

 

 

 

 

Gabriel Díaz es periodista uruguayo/español. A los 21 años viajó a Bosnia, después a Sierra Leona, Ruanda, Israel, Palestina, Guatemala y Colombia, entre otros países. Actualmente sigue de cerca los claroscuros de la llamada pacificación de las favelas, en Río de Janeiro. En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, La anunciaciónMujeres de Ruanda, reconstrucción y control políticoEl efecto Marina en el escenario político brasileñoEl coleccionista.

Más del autor