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Mientras tantoCrónica italiana

Crónica italiana

Filosofía para profanos   el blog de Maite Larrauri

 

Cuánto más vieja, más escéptica. Ante muchas informaciones, de las que me llegan por tierra, mar y aire, se me dispara la sospecha. A esta sospecha ha contribuido el conocimiento de los medios fuera de nuestras fronteras. No hay como vivir una temporada en otro país, cuya lengua se conozca bien, para comprobar lo poco que sus ciudadanos saben del nuestro.

 

Hace una semana llegué a Italia y me enteré aquí de que Manuela Carmena había suprimido el belén que se ponía hasta ahora en el ayuntamiento de Madrid. ¿A que vosotros no lo sabíais? Al mismo tiempo, comprobé que la manifestación del 7 de noviembre contra la violencia machista no ocupó ni siquiera una línea de los principales periódicos italianos, Corriere della Sera y Repubblica. ¿A que no dais crédito? Si esto es lo que los italianos de a pie, que son nuestros vecinos, que hablan una lengua semejante al español, saben de lo que está sucediendo en nuestro país en plena efervescencia electoral y política, una se puede preguntar cuántos gramos de verdad encierran las informaciones que nos llegan del mundo.

 

Y no es un problema de engaño, de tergiversación. Esto es lo que yo creía hace años, es decir, que existían periódicos serios y periódicos ideológicos. Y esto es lo que he seguido oyendo en tertulias y entre la gente. Pero ahora creo que el problema es más profundo, más difícil de desentrañar. Porque está claro que no se trata de saber si en efecto Carmena ha decidido que el belén no se pone, que es muy posible que sea verdad, sino de preguntarse por qué en Italia eso se convierte en noticia y en cambio la manifestación del 7N no. Y la respuesta no puede ser otra que la intención de ir ganando batallas calladamente, batallas de consenso, de manera que cuando se llega a las confrontaciones políticas ya se tiene mucho terreno ganado.

 

Un ejemplo. En esta semana me he visto envuelta en una discusión en la que los diferentes grupos feministas están delimitando sus posiciones y produciendo manifiestos. A ver si adivináis de qué discuten las feministas italianas ahora mismo. Por mucho que rebusquéis en vuestra cabeza, no se os ocurrirá: están discutiendo del vientre de alquiler o, como dice algún grupo al que no le gusta esta denominación, de la gestazione per altri (GPA), o sea, gestación para otros. Y esta es una discusión que ocupa a los principales periódicos italianos.

 

¿Por qué?, os preguntaréis. ¿Qué ha sucedido o está sucediendo para que eso ocupe tanto espacio ahora? Pues, nada más fácil: que la ley de parejas de hecho, finalmente, ha entrado en el parlamento. Aquí, de matrimonio homosexual, ni soñarlo. Pero incluso así, se han disparado las alarmas en torno al derecho de las parejas homosexuales a tener hijos. Y entonces empiezan a oírse cosas increíbles.

 

Cuando digo “increíbles” lo digo desde una perspectiva española, claro está. ¿A que no podéis creeros que una periodista feminista escriba en su periódico de gran tirada nacional, desde el horror que le produce la idea de los vientres de alquiler, que “sólo la iglesia ve el sufrimiento de las mujeres”? ¿A que os costaría entender que una feminista se declare en una reunión homófoba en cuanto a las parejas gays masculinas, pero no en cuanto a las parejas lésbicas femeninas? ¿A que saltaríais de sorpresa si una política de izquierdas, en el fragor de la discusión, apelara a los números y afirmara que en Italia hay 80.000 parejas gays masculinas con hijos obtenidos ilegalmente mediante vientres de alquiler (en un país en el que no puede haber un registro de eso porque se trata, en efecto, de una práctica perseguida por la justicia)?

 

Es evidente que lo que pase o no pase en el parlamento italiano con respecto a la ley sobre las parejas de hecho será una consecuencia no sólo de las fuerzas presentes en las instancias políticas sino también y sobretodo de lo que la población piensa. El Vaticano está en las cabezas de la gente y cuando llega al parlamento, ya ha ganado. Gramsci tendría ante sí un ejemplo de hegemonía grandioso: la hegemonía se consigue cuando una fuerza social es capaz no sólo de ser dominante sino también dirigente. La dominación necesita de los aparatos del Estado, la dirección del consenso.

 

El consenso puede medirse por lo que una sociedad autoriza a ser pensado o a ser dicho. Es, en efecto, una especie de autorización social. Yo no entiendo que la periodista feminista que dice que la iglesia es la única que ve el sufrimiento de las mujeres tan sólo está diciendo lo que piensa. Lo que veo es que puede decirlo sin escándalo. Y eso pone de manifiesto el consenso ya logrado.

 

Por eso en la contraposición de hegemonías, cuando emergen unas fuerzas sociales que quieren dar la batalla por una sociedad mejor es importante romper el consenso existente. Y para ello no basta con desconfiar acerca de lo que leemos u oímos como información, sino que también hay que cuestionarse a veces los términos de las discusiones, de las dicotomías. Cuando te dejas pillar por las preguntas del otro, ese ya ha ganado (lo hemos visto en las elecciones catalanas).

 

 

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