Imaginen que el hijo de un etarra en la Euskadi profunda escribiera, en los años duros del terrorismo, un panfleto de letras gigantes con esta reflexión: “ETA, montaña de mierda”. Es que no sé ni si hoy se puede decir en algunos sitios. Pues es casi más fácil que lo que hizo Peppino Impastato. Hijo de mafioso en un pueblo de mafiosos, Cinisi, cerca de Palermo, tenía solo dieciséis años cuando empezó a imprimir un pasquín llamado L’idea socialista y, un año después, en 1966, tituló con un par de pelotas: ‘Mafia, montaña de mierda’. Su padre, un afiliado menor del clan local, le dio una paliza y lo echó de casa. Pero Peppino no paró ahí. Estuvo una década denunciando los desmanes mafiosos del municipio y llamando a las cosas por su nombre, empezando por el capo local, nada menos que Gaetano Tano Badalamenti, jefazo de Cosa Nostra y uno de los grandes narcotraficantes de la red mafiosa.
Peppino llegó aún más lejos en 1977 con un programa satírico de radio, Onda pazza, que se emitía en su emisora, Radio Aut. En el programa se cachondeaba del capo en plan Gomaespuma, con parodias e imitaciones, y todo el pueblo lo oía a escondidas los viernes por la tarde. Era una “transmisión sátiro-esquizo-política sobre problemas locales” y su sintonía, una canción de Ombretta Colli llamada Onda loca.
El programa del 7 de abril de 1978 se llamó ‘Wéstern en Mafiópolis’, sobrenombre que había puesto a Cinisi, donde mandaba Tano Sentado. Empezaba con el himno local de Mafiópolis: el sonido de alguien que orinaba, seguido del ruido de un retrete y de ráfagas de tiros. Después parodiaba un pleno municipal donde se trampeaban licencias urbanísticas en torno al nuevo aeropuerto de Palermo, construido en Cinisi. “Si el edificio mide diecisiete metros, ¿por dónde pasarán los aviones?”, pregunta uno. “Les hacemos un túnel”, le responden. En realidad Peppino estaba revelando, en vísperas de las elecciones, un apaño secreto que era desconocido para el público. Impastato manejaba buena información y lo aireaba todo sobre la corrupción y la especulación inmobiliaria. Por ejemplo, expropiaciones abusivas de una tercera pista del aeropuerto de Palermo, totalmente inútil y sin criterios de seguridad, pero que era un negocio más para los clanes mafiosos. Y también hablaba del narcotráfico, algo que entonces nadie había sacado a la luz, ni la Policía ni el juez Falcone, que trabajaban en ello en secreto. El aeropuerto y la droga estaban muy relacionados: Badalamenti y los Corleoneses habían presionado para que la terminal se construyera allí, un lugar absurdo, porque así don Tano podía controlar tranquilamente sus envíos de droga, mientras Riina y los suyos esperaban hacer negocio con la expansión urbanística de Palermo hacia el aeropuerto, unos terrenos que eran suyos.
En la Sicilia de esos años, donde no se movía una hoja contra la Mafia, que oficialmente no existía pero compadreaba con el poder político, aquello era un sacrilegio suicida. Peppino ventilaba con desparpajo todos los manejos de Tano Badalamenti con los políticos democristianos y socialistas de la zona, algunos de los cuales hicieron carrera, como Leonardo Pandolfo –blanco de los primeros ataques de Impastato–, que fue alcalde socialista de Cinisi de 1966 a 1971 y luego llegó a diputado.
Un mes después de la emisión de aquel programa sobre los chanchullos mafiosos del aeropuerto asesinaron a Peppino de forma atroz, a sus treinta años. Le molieron a palos, lo torturaron, lo pusieron en las vías del tren con una carga de dinamita y lo hicieron explotar. Sus restos quedaron esparcidos en trescientos metros. En ese momento, el loco de la radio se disponía a entrar en política y había presentado su candidatura a las elecciones de ese año. Peppino conocía el percal. Su tío, Cesare Manzella, había sido capo de Cinisi y miembro de la primera Commissione. En la primera guerra de la Mafia tuvo el honor de ser el primer muerto con coche bomba en Sicilia, en abril de 1963. Era un sistema copiado a los primos de Estados Unidos, cuya influencia hizo que en la isla empezara a llevarse más el estilo gánster. El coche era un Alfa Romeo Giulietta, la marca de la casa en casi todos los atentados de esa época. Le sucedió Tano Badalamenti, que también era pariente de Impastato. Tiene fotos con él de niño y jugaba en su casa. Distaba cien pasos de la suya, en la misma calle. Ese es el título de la película que dio a conocer a Peppino a muchos italianos en 2000, I cento passi, de Marco Tullio Giordana, premiada en el Festival de Venecia. Porque lo cierto es que hasta entonces, como otros héroes de la lucha contra Cosa Nostra, era muy desconocido. No fue solo omertà, el Estado también hizo su parte. El cadáver de Peppino apareció el mismo día que el del primer ministro y líder democristiano secuestrado por las Brigadas Rojas, Aldo Moro, el 9 de mayo de 1978. Naturalmente el suceso de Cinisi quedó eclipsado. Es más, se ventiló como un atentado frustrado en la vía férrea de un extremista de izquierda destrozado por su propia bomba.
Eran tiempos muy turbios, los años de plomo, y la historia podía sonar creíble. Pero Peppino, pese a su militancia izquierdista, renegaba de las Brigadas Rojas y, dentro del comunismo, era un bicho raro, porque denunciaba su tibieza con la Mafia. En su radio hasta cargó contra los porros y contra una comuna hippie que había en su pueblo, en Villa Fassini, porque para él eran una forma de evadirse de la realidad, que él veía a cien pasos. Pero, al margen de eso: sin ser Sherlock Holmes y con lo poco que hemos contado, ¿a ustedes no se les habría ocurrido que su muerte podía ser cosa de la Mafia? Pues parece que los carabinieri no se lo plantearon en ningún momento. Como en otros casos raros italianos no se sabe si es chapuza o conjura, o ambas cosas. Fue todo muy extraño. Registraron la casa de Peppino y se agarraron a un escrito pesimista para decidir que fue un suicidio. A los mafiosos ni los interrogaron, y eso que la dinamita provenía de canteras de su propiedad.
Como sucede a menudo en Italia, la batalla por la verdad quedó en manos de personas, no de instituciones. Y aún hoy sigue abierta. Fue una pelea solitaria de la familia y los amigos de Peppino, que encontraron piedras con restos de sangre en la caseta donde lo torturaron, una prueba que luego sería decisiva. Su madre, Felicia, y su hermano, Giovanni, rompieron públicamente con su familia mafiosa, algo sin precedentes que abrió por primera vez una grieta en el silencio secular de los clanes. El primer centro de documentación sobre la Mafia, que se había fundado antes de su asesinato, en 1977, tomó su nombre. Y en 1979 se celebró en el pueblo la primera manifestación contra la Mafia de la historia de Italia, con 2.000 personas.
En 1984 la Fiscalía de Palermo probó por fin el origen mafioso del delito, pero la sentencia de 1992 sostuvo que no podía determinarse el culpable. Revelaciones de pentiti permitieron reabrir el caso, pero Tano Badalamenti, ya en prisión desde 1984, no fue condenado hasta 2002. Murió dos años después. La victoria simbólica de Impastato llegó en 2011, cuando la casa de Badalamenti, a cien pasos de la suya y confiscada por la Justicia, fue cedida como sede de la asociación que trabaja por su memoria.
Otra cosa que suele pasar a menudo en Italia es que el único modo de intentar saber la verdad es averiguar quién jugó al despiste. Son los famosos depistaggi, obra de autoridades o servicios secretos, que aparecen en multitud de asuntos sucios italianos a sembrar pistas falsas y desviar las investigaciones. El caso al final se hace enrevesado e incomprensible, pero paradójicamente es esa propia acción de despiste, una vez descubierta, la que permite al menos intuir por fin la verdad sobre el asunto. Probarla ya es mucho, pero en Italia uno se acaba acostumbrando a conformarse con eso. En el caso de Peppino, una comisión parlamentaria aprobó en 2000 un informe sobre la responsabilidad de las autoridades en las sospechosas pesquisas que se realizaron y la Fiscalía de Palermo comenzó a investigarlo en 2011 a petición de la familia. Así han salido más cosas raras. La mejor: ha aparecido la señora que vigilaba un paso a nivel en el lugar del crimen, una testigo clave, y admite que esa noche vio “algo”. Resulta que nadie le preguntó nada y en su día los agentes enviados a interrogarla aseguraron que había emigrado a Estados Unidos, pero la mujer, que ahora tiene ochenta y ocho años, no se ha movido nunca de su casa. Nadie la buscó. Y es que encima su yerno es carabiniere.
Las polémicas investigaciones del caso las llevó el general Antonio Subranni, una figura controvertida que encontraremos en las siguientes páginas en otros asuntos raros, sospechosos de connivencia con la Mafia. Otro aspecto aún más misterioso es que en los noventa surgió la hipótesis de que el propio Badalamenti fuera confidente de los carabinieri. También en este caso, a raíz de algo que pudo haber sido un intento de eliminar testigos y pruebas, su contacto, el mariscal Antonino Lombardo, murió en extrañas circunstancias en 1995. Se pegó un tiro. Pero el caso es que desaparecieron sus apuntes confidenciales de su despacho.
Ya hemos visto que es frecuente que desaparezcan papeles. También se los llevaron de casa de Peppino durante el registro posterior a su muerte. Los agentes confiscaron documentación sobre otro extraño suceso que el joven estaba investigando. Se trata del asesinato de dos carabinieri en 1976 en una comisaría de un pueblo cercano, Alcamo Marina. Este caso también lo había llevado el general Antonio Subranni, de forma muy peculiar. En un principio acusaron de la muerte de los dos carabinieri a cuatro jóvenes. Uno de ellos se ahorcó en su celda, algo realmente curioso porque solo tenía un brazo, y los otros tres fueron torturados. Solo en 2012 se ha establecido que eran inocentes, tras reabrir el caso un tribunal por las revelaciones de un agente con remordimientos que aguantó el azote de su conciencia durante casi tres décadas. Dos de aquellos chavales lograron fugarse en aquel entonces. Pero uno, Giuseppe Gulotta, se ha comido veintiún años de cárcel y quince de libertad vigilada. Un tribunal declaró que no tenía nada que ver y era inocente el 13 de febrero de 2012, exactamente treinta y seis años después de su arresto. Ahora se quiere procesar a los cuatro carabinieri responsables de esta barbaridad. Los fiscales creen que Peppino quizá averiguó algo del crimen y su muerte puede estar relacionada con lo que había descubierto. En tal hipótesis, la Mafia habría actuado subcontratada, aunque ya tenía sus buenos motivos contra Peppino. Hay más y todo les sonará. Los dos policías asesinados en la comisaría de Alcamo Marina habrían descubierto casualmente un cargamento de armas de Gladio. Es la organización militar secreta de la OTAN, conocida solo en 1990, preparada para actuar en caso de invasión soviética, aunque hay indicios de que en Italia trabajó en las cloacas del Estado con fascistas y criminales. Todo se está investigando. Dentro de otros treinta años podremos seguir comentando asombrosas novedades.
El oficial jubilado de los carabinieri Renato Olino confesó las torturas a un diario en 2007 y el caso se reabrió al año siguiente. La estructura Gladio salió a la luz en la investigación de un atentado neofascista en Peteano, nordeste del país, en 1972, en el que murieron tres carabinieri. Uno los autores habló por primera vez de ello en el juicio en 1984. Pero no fue hasta 1990 cuando se llegó a probar su existencia, cuando el juez Felice Casson descubrió la pista de misteriosos depósitos de armas ubicados en todo el país. En julio de 1990 descubrió en los archivos de los servicios secretos documentos del plan internacional Stay Behind, que en Italia se denominó Gladio y también acabó ocupándose del enemigo interno, una posible victoria comunista en las elecciones y luego el terrorismo de extrema izquierda de las Brigadas Rojas y otras organizaciones. En octubre de 1990, el primer ministro, Giulio Andreotti, reveló oficialmente su existencia. Al igual que en otros países occidentales, nació a principios de los cincuenta con un acuerdo de la CIA y el servicio secreto militar italiano (SIFAR, en las siglas de la época), al margen del Gobierno y del Parlamento. Solo algunos altos cargos italianos lo conocían y participaron en su planificación. Uno de los principales, Francesco Cossiga, que luego fue primer ministro (1979-1980) y presidente de la República (1985-1992). Es evidente que en Sicilia hubo ya en la posguerra un embrión de Gladio, un modelo piloto, en los pactos con la Mafia, fascistas y la banda de Giuliano. En un cierto sentido, la Mafia habría actuado en la segunda mitad del siglo XX de Gladio siciliana.
Cuando Giovanni Falcone dejó el Tribunal de Palermo en 1991 para trabajar en Roma en el Ministerio de Justicia confesó a sus amigos que su mayor espina era no haber podido investigar las ramificaciones de la estructura de Gladio en Sicilia, que tenía una de sus bases, el Centro Escorpión, en Trapani.
Impastato es uno de los mártires del periodismo contra la Mafia, una triste lista abierta por Mauro De Mauro, en 1970, y donde luego siguieron otros reporteros valientes como Mario Francese, en 1979, o Giuseppe Fava, en 1984. Nada pone más nerviosa a Cosa Nostra que estos locos aislados que de repente rompen el silencio social sobre los criminales y que pueden llegar a convertirse en un ejemplo peligroso para sus intereses. Como otro ciudadano heroico, Libero Grassi, un empresario textil de Palermo que se negó a pagar el pizzo, el impuesto periódico que Cosa Nostra exige a todos los comerciantes como extorsión. Grassi no solo se plantó, sino que en enero de 1991 publicó una carta en Il Giornale de Sicilia dirigida a los mafiosos: “Quería advertir a nuestro desconocido extorsionador que se ahorre las llamadas de tono amenazante y los gastos en mechas, bombas y proyectiles, porque no estamos dispuestos a pagar y nos hemos puesto bajo protección de la Policía. He construido esta fábrica con mis manos, llevo toda la vida trabajando y no pienso cerrar”. Se convirtió en un símbolo nacional de resistencia a la Mafia. Pero en Palermo el día a día era otra cosa. Se hizo el silencio en torno a él y sin ningún apoyo social, ni siquiera de las asociaciones de empresarios, fue asesinado meses después, el 29 de agosto de 1991.
Este es un fragmento del libro Crónicas de la Mafia que acaba de publicar Libros del KO.
Íñigo Domínguez Gabiña es periodista, corresponsal de El Correo y del grupo Vocento en Roma desde el año 2001. También se he ocupado de Grecia y Balcanes y series de reportajes un poco surrealistas de viajes de verano. He tenido una fugaz experiencia de guionista en el cine, con la película The listening (2006). Crónicas de la Mafia es su primer libro. Escribe un blog sobre Italia