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Mientras tantoCruce de Caminos, Canales y Puertos

Cruce de Caminos, Canales y Puertos

Cinesporas en el blogo aerostático   el blog de Federico Volpini

Divagaciones en una tarde de ocio

Se aburre el tiempo a veces. Lo que no es de extrañar, con el tiempo que lleva el tiempo ahí. Aunque el que no hace nada, jamás, es el espacio. El tiempo es más activo: le hace al espacio, para que sucedan en él, cosas sin pausa. El espacio está quieto, pero el tiempo no para. La aguja en el tapiz, que borda y borda y borda. En todos los espacios, a la vez y sucesivamente. Desde siempre. Desde que el tiempo es tiempo y, antes del tiempo, ¿qué? Antes del tiempo el “antes” no tendría sentido. Igual el tiempo es-lo-que-es-no-cambia-el-tiempo y el espacio es con él, se transforma el espacio, como el agua en el planeta Tierra, la misma cantidad, hay teorías: líquida, que se adapta a la forma de lo que la contiene, informe gaseosa, nieve, hielo, según qué tiempo haga, espacio y tiempo juntos, misma materia inerte pero nunca la misma, cambiante, la materia. Y el tiempo, invariable, que no puede tocarse y que lo toca todo.

Las tardes son así. Consultas el reloj y el tiempo no ha pasado. Te aburres. Te haces uno con el tiempo.

Robert & Robert

Parece que Robert Graves escribió The Shout hacia 1924. Cinco años antes de su primer éxito literario, Adiós a todo eso, texto autobiográfico que recoge su experiencia en la Primera Guerra Mundial (en 1996 se usan estas memorias para algún capítulo de The Great War and the Shaping of the 20th Century), con el que Graves pretendía, sobre todo, hacer dinero para sufragar la costosa curación de Laura Riding, que los unió a él, a su esposa Nancy Nicholson y a Laura en una Trinidad, 1926/1929, pasión, talento, hecha cuarteto cuando Laura incorpora al poeta irlandés Geoffrey Phibbs.

Laura, encaprichada de Phibbs. Graves, obsesionado por Laura. Phibbs, enamorado de Nancy. Y Nancy, allí.

¿Costumbres de los tiempos? Con El grito Graves se sitúa como personaje, el marido de Rachel, en la incómoda situación de ceder su lecho a un inquietante, seductor, recién llegado, que es y que no es Crossley, quien refiere la historia, o nada de eso ocurre de verdad, imaginación, sueños, El grito. Las cosas, sin embargo, están para materializarse. Es la labor del tiempo. Disponiendo el espacio.

 

El grito. 1978. Jerzy Skolimowsk

¿Por qué El grito? Porque los gritos matan. Y porque los relatos de Graves, Relatos ingleses, Relatos romanos, Relatos mallorquines (Robert Graves en Deià, desde 1929, sólo ausente durante la Guerra Civil española hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial), dibujan un mosaico del espacio y el tiempo. Tiempo, el cine, en un espacio estático. A los Relatos ingleses pertenece El grito. El inglés viaja.

Pongamos Robert Wyatt.

Robert Wyatt, se cuenta, había ido a Mallorca con alguna asiduidad durante su adolescencia, donde, leemos, les sirve de cicerone, a él y a su amigo Kevin Ayers (cita requerida), el propio Robert Graves, amigo de la familia Wyatt. Puede haber ulteriores relaciones.

En 1962, Robert Wyatt, acompañado de su maestro, el batería norteamericano George Neidorff, se instala en Mallorca, dispuesto a una estancia algo más prolongada, no muy lejos de donde vive Robert Graves. Wyatt tiene dieciséis años. Tal vez el tiempo, una máquina blanda, ya lo ha seleccionado para un juego. Es el destino, que puede ser, o no, juego de decisiones, pero que se vuelve necesario una vez que ha ocurrido.

Londres. Abril de 1929. Robert Graves y su mujer Nancy Nicholson comparten casa con Laura Riding y con Geoffrey Phibbs. Una mañana, Laura se asoma a la ventana. Quizás propone un reto: una versión es esa. Nadie la toma en serio. Laura amaga un par de veces. Graves trata de retenerla. Nancy tira de Graves, apartándolo de Laura. Laura se vuelve hacia la habitación, exclama “Adiós, amigos” y se arroja desde el cuarto piso. Graves sale corriendo, parece como que, desorientado, trata de atraparla a su paso por el piso inferior y se arroja, a su vez, desde la ventana del tercero.

Esa escena rompe el matrimonio Graves y pone fin a la relación de Phibbs y Riding que, claro, no saltan al vacío, Nancy y Phibbs, ninguno de los dos.

De la caída, Graves resulta ileso y Riding con la cadera rota, cuatro vértebras machacadas y al aire la médula espinal.

Unos meses después, nos encontramos a Robert Graves y a Laura Riding residiendo en Mallorca.

Así. De golpe.

De golpe, Robert Wyatt.

 

Soft Machine en Bruselas. 1971

 

Robert Wyatt inició su carrera musical en el David Allen Trio. Fue, después, miembro de Wilde Flowers. De Wilde Flowers pasó a Soft Machine. Desencuentros. La banda cada vez es más jazz y a Wyatt le queda cada vez menos espacio para cantar. En agosto de 1971, tras varios experimentos con otros músicos, Robert Wyatt abandona Soft Machine y crea, en octubre, Matching Mole: un juego irónico, traduciendo al francés, Machine Molle, “máquina blanda”, el nombre de Soft Machine; aunque, también, Matching Mole significa “El topo concordante”, “El topo que encaja”. Y de topo, la cabeza cubierta por un pasamontañas, se presenta Robert Wyatt con Matching Mole en Rockenstock.

 

Matching Mole en Rockenstock. 7 enero 1972. El batería enmascarado.

 

La lucha por la imagen.

Robert Wyatt ha emprendido su viaje sin escalas a la izquierda. Matching Mole y El Pequeño Disco Rojo de 1972. El cover en 1981 de la canción compuesta en 1943 por Willie Johnson Stalin wasn’t stallin´, con la que recuerdan ambos dos al mundo que no fueron los norteamericanos, sino los rusos, los que derrotaron al nacismo. The Age of Self, La Edad del Egoísmo, en 1985, donde canta: “Dicen que la clase trabajadora ha muerto, que ahora somos todos consumidores”. Wyatt, para entonces, había regresado a Mallorca. Puede que a Graves ese Wyatt no le hubiera gustado. No le dio tiempo a conocerlo.

 

Rivmic Melodies, de 68: canciones remasterizadas que se creían perdidas

 

Robert Wyatt, igual hubiese sido mejor no haberlo hecho, cantando en español (iniciada la pieza: hay que tener paciencia).

 

ROBERT WYATT, ROBERT GRAVES Y EL DESTINO.

En 1973, durante una fiesta, Robert Wyatt cae desde un cuarto piso. Se rumoreó entonces que Wyatt no se había caído, sino que saltó por la ventana. Que estaba en la cama con la mujer de un amigo y que el amigo entró y que Wyatt no se sintió capaz de mirarlo a la cara.

Enredada la voluntad, el raciocinio, en el amor.

Y el tiempo, que se pone a girar sobre sí mismo.

Robert Wyatt sobrevivió. La caída lo confinó a una silla de ruedas.

Por amor, Robert Graves saltó de la ventana, un piso más abajo, el tercero, en 1929. Laura Riding acababa de precederlo desde un cuarto; que es decir “¡Ahora bajo!” y cumplir con aquello que se dice.

Cuarenta y cuatro años de distancia para un mismo destino.

 

PASEO POR LA IMAGEN. Cinesporas.

De Robert Graves es el guión para la película My Majorca, rodada en 1953. Recuperada en 2019, no se encuentra en las redes.

Mucho antes, en 1937, una novela de Graves, I, Claudius, había tenido su primer roce con el cine.

 

I, Claudius (1937) de Denis Kavanagh y Josef Von Sternberg.

 

La película, protagonizada por Charles Laughton como el emperador Claudio, producida por Alexander Korda, dirigida, primero, por Josef Von Sternbergen, que abandonó el proyecto y, luego, por Denis Kavanagh, no se terminó nunca.

“Oritía (…) condujo una gran fuerza de amazonas a través del hielo del Bósforo Cimerio, cruzó el Danubio y pasó por Tracia, Tesalia y Beocia”. Robert Graves. Los mitos griegos, en traducción de Luis Echávarri.

En 1973, con Robert Graves entre los guionistas, se estrena Las Amazonas, péplum erótico y, al tiempo, un título notable, donde las dos protagonistas dieron satisfacción al odio que fuera del rodaje se tenían.

 

Las amazonas / The Amazons / War Goddess (1973) de Terence Young.

 

En 1976, I, Claudius ha subido por fin a la pantalla. La ocasión más alta, o una de las más altas, que hayan podido disfrutarse en un electrodoméstico.

 

I, Claudius. 1976. Herbert Wise

 

A veces, la pequeña pantalla es la que da las grandes alegrías. No ahora: de antiguo, que ahora la televisión ya no hace eso.

Diecinueve años antes que Yo Claudio, en 1957, dentro de la serie televisiva Playhouse 90, donde le acompañan nombres como William Faulkner, John Cheever, Henry James, E.T.A. Hoffmann, Daphne Du Maurier, F. Scott Fitzgerald, Joseph Conrad, Ray Bradbury, Hemingway, Bernard Shaw, James Hadley Chase, Clifford Odets, Pierre Boulle, Irwin Shaw, Cornell Woolrich, sobre cuyos textos se construyeron los episodios, Peter Dews graba para la televisión la última novela “histórica” de Robert Graves, Ahorcaron a mi pobre Billy (fue, al parecer, lo que exclamó su madre tras la ejecución: They hanged my saintly Billy!) La historia refiere, exonerándolo, como es costumbre en Graves, el juicio de William Palmer, santito condenado y ahorcado por envenenador el 14 de junio de 1856. No hay, tampoco, al menos accesible, registro del capítulo.

 

William Palmer. Rugeley Poisoner. A Victorian Criminal Tale

tras glosario ruso, Cristina Guzmán profesora de idiomas, en inglés, una rareza

 

They Hanged my Saintly Billy!, como Yo, Claudio y Claudio el dios y su esposa Mesalina, como La hija de Homero, como Las islas de la imprudencia, (no Rey Jesús, la cojera sagrada) fue escrita en Mallorca. La isla en la que se resuelven las caídas.

A Palmer fue la cuerda lo que le impidió estrellarse contra el suelo.

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