Mientras dos pájaros de cuenta del árbol genealógico catalán, Alavedra y Prenafeta, pagaban la fianza para pasar las fiestas fuera del trullo y el Parlament debatía la peliaguda cuestión de las corridas de toros, Johan Cruyff se sentaba en el banquillo de la selección catalana de fútbol para disputar su primer match «independentista» frente a Argentina. Buen cartel, mejor plantel, los chicos muy motivados y Oleguer de vuelta a las andadas (para el barcelonismo neutral fue una lacra verle durante dos años con Thuram y Zambrotta). Puyol, que esta temporada disputará más partidos que Kobe Bryant, lucía el brazalete. En grada preferente, Diego Armando Maradona, un azulgrana de los tiempos de Núñez, o sea del ladrillo, veía como el fantasma de Messi, ninguneado por Buenos Aires, se alargaba sobre el césped y no alcanzaba a comprender porqué con Guardiola sí y con él, brazo armado de Dios, no.
Considerando que Extremadura también tiene su selección de fútbol la cosa nos mueve a la ironía, aunque si en un campo de fútbol se juntan Cruyff y Maradona hay que concederle cierto crédito a la pachanga, igual que cuando Pelé anuncia remedios contra la disfunción eréctil o Kaká habla de la justicia divina. Pero la cosa se enturbia cuando aparece el señor Laporta saliendo de la peluquería para darnos la brasa con la cuestión de la independencia, porque el señor Laporta, con el que el propio Guardiola mantiene una relación más que distante, sigue engordando la nómina de presidentes impresentables del fútbol español, aquellos que imitan a los políticos en las más variadas corruptelas y en esa manera nada ambigua de dar rienda suelta a sus ambiciones de próceres: el Valencia es una ruina, Lendoiro ejerce una tiranía desde hace lustros en A Coruña, Del Nido parece un eterno aspirante a la alcaldía de Marbella y el Atlético de los Gil sigue siendo una medicina demasiado amarga para una afición tan grande. Dejaremos el caso de Florentino, el anticristo del fútbol, para otra ocasión porque, como decimos, el Laporta de las seis copas sale otra vez de la peluquería.
Los barcelonistas del exilio, entre los que me hallo, somos una raza especial en primer lugar porque no tenemos a mano la Fuente de Canaletas para celebrar los éxitos y en segundo lugar porque vivimos normalmente entre gentes bastante hostiles hacia nuestros colores y, por extensión, hacia el cava catalán, la Costa Brava, Gaudí, la butifarra, Quim Monzó y las anchoas de L´Escala. Después de estos pesares si hay algo que no vemos con buenos ojos es que se lleve la cuestión política a los tiempos del franquismo cuando el Barca fue una vía de escape para las reivindicaciones nacionalistas. Ahora, que nos relamemos en la edad de oro azulgrana, ahora que tenemos derecho a disfrutar de un sueño, ahora que jugamos con una fiabilidad desacostumbrada en nuestro historial clínico, hay alguien, Sr. President, dispuesto a joderlo todo, aunque no pongo en duda que puede usted tener las ideas políticas que le apetezca. Con la Unicef ya estamos como niños. Respeto a lo de Cruyff, supongo que cualquier persona que juega al golf en Cataluña tiene derecho a sentirse catalán por los cuatro costados.