Hay quienes harían cualquier cosa por amor, sin pudor, ni sentido del ridículo. Cualquier cosa con tal de gritar al mundo sus intenciones amorosas. Desde comprar todos los globos de la feria hasta tatuarse el nombre de su amado en la espalda como hizo Avril Lavigne. Otros en cambio más temerosos, un simple gesto con posibilidades de llegar a más les acojona. Prefieren refugiarse en el fracaso de una batalla que ya dan de antemano por perdida. No, no quieren complicarse la vida con locuras que le vienen grandes y menos cuando las flechas de Cupido revolotean en el fragor de la batalla como balas sin dueño.
Y miren por dónde, yo que tanto hablo, que me incluyo en este segundo grupo y que abomino del sentimentalismo barato de San Valentín, de los amores fáciles, y que me echaría a temblar si alguien viniera cargado de buenas intenciones además de con bombones, me sentiría halagada si alguien mostrase un mínimo de romanticismo y me hiciera protagonista de alguna extravagancia amorosa. No digo ya que cubrieran de post-its mi coche declarándome amor eterno, ni que me cantaran por soleares en un programa de televisión como hizo Sergio Ramos ante una boquiabierta Pilar Rubio. Me conformaría con menos, con algún arrebato sentimental al más puro estilo de las películas de Doris Day, algún gesto enternecedor que me hiciera cambiar de opinión mientras nos tomamos una caña en la cantina del Matadero, o porqué no en el rincón más oscuro de un café. Placeres mundanos que me acariciaran con suavidad mientras mi corazón se resquebraja y el mundo entero supiera que el amor está haciendo de las suyas a mí alrededor. Como diría Bufalino “Yo solo busco un compañero de conspiraciones y alegrías. Majaderías olvidadas a la mitad y algún que otro arrumaco, lo justo para sobrevivir…”
Reconozco que soy contradictoria. No soy fácil, ni sé lo que quiero. Un día suspiro por una cosa y cuando por fin la consigo, si es que la consigo, suspiro por la contraria. Siempre ha sido así, soy muy celosa de mi libertad y de mi espacio. Supongo que me pasa como a Audrey Hepburn en el papel de Holly Golightly y que lo que necesito es a un George Peppard, que me diga sin miramientos, lo que necesito oír, palabras que se escurran mientras me derrito bajo la lluvia; palabras y más palabras, justo eso sí…
¿No las oyen?
“¿Sabes lo que te pasa? No tienes valor, tienes miedo, miedo de enfrentarte contigo misma y decir está bien, la vida es una realidad, las personas se pertenecen las unas a las otras porque es la única forma de conseguir la verdadera felicidad. Tú te consideras un espíritu libre, un ser salvaje y te asusta la idea de que alguien pueda meterte en una jaula. Bueno nena, ya estás en una jaula, tú misma la has construido y en ella seguirás vayas a donde vayas, porque no importa donde huyas, siempre acabarás tropezando contigo misma»
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Foto: Audrey Hepburn y George Peppard.