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Mientras tantoCualquiera lo diría

Cualquiera lo diría


Y una vez en semis sin jugar un partido a gusto, agarrados a la fe de los palos, a la respiración del penalti, al refresco del último cuarto, uno empieza a preguntarse en qué lugar reside la grandeza de este deporte puñetero, traicionero como ninguno. Y da la impresión de que a España todavía le falta jugar al fútbol un sólo partido, quizás el definitivo. Por eso, como a lo largo de este Mundial, cualquier presunción es vana, cualquier optimismo infundado. Alemania llega con bríos renovados a la cita y con un pedigrí intachable: ha dejado en la cuneta por goleada tanto a Inglaterra como a Argentina, tiene además la final de la Eurocopa perdida como acicate, pero ¿quién nos dice que el miércoles en Durban La Roja no se sentirá por fin a sus anchas? Los últimos minutos contra Paraguay, con Cesc en el campo, dio la sensación de que pisábamos área con superioridad. Por eso me inclino a jugar con un centrocampista con llegada como él, con Iniesta de falso extremo y Villa, en estado de gracia divina, tratando de enchufarla como acostumbra antes del cierre. Hay que mover las torres alemanas y no perder balones. Cesc garantiza también eso, y que Xabi Alonso y Busquets se encomienden al Espíritu Santo porque si los alemanes saben hacer una cosa bien son unas transiciones de vértigo. Tengo también otra duda: la artillería alemana suele disparar desde fuera del área y las relaciones de Casillas con el Jabulani no están siendo del todo firmes. Pero, ya digo, cualquier suposición en este Mundial es una locura. Empezando por un Uruguay semifinalista y acabando con una España con las posibilidades intactas y, como decía Kubala, la moral muy alta.

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