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Mientras tantoCualunquismo: clase media argentina

Cualunquismo: clase media argentina


 

Supongamos que exista la categoría hombre común como categoría política. Sería, casi sin dudarlo, una deriva de l’uomo qualunque o también, como subraya el politólogo Edgardo Mocca, de la mayoría silenciosa norteamericana o del poujadismo francés.

 

El cualunquismo, según esas fuentes, nació hacia 1945 en Italia, alrededor de la revista L´uomo qualunque, fundada por el comediógrafo Guglielmo Giannini y entre otros, por el nono Giorgio Macri, que siempre quiso ser artista pero sus convicciones (que no eran bolcheviques, pero tampoco fascistas) encontraron una síntesis en ese elogio al hombre común que trabaja, tiene familia, defiende la propiedad privada, que en épocas de violencia considera la posibilidad de la pena de muerte, ama el deporte, el aire libre, el sol, la ley, el orden y la eficacia policial.

 

Estos apuntes versan sobre un tiempo histórico más o menos enterrado, cuando el cualunquismo, trufado de trabajadores, hombres grises que agachaban la cabeza cuando pasaba un partisano, por lo menos pretendió organizar políticamente los restos monárquicos que en tiempos mejores festejaron D’Annunzio y Marinetti, uno con su prosa recargada y fastuosa, y el otro cantando loas al progreso, la aceleración y la velocidad.

 

El mismísimo Macri, el abuelo de Mauricio, intendente de la ciudad de Buenos Aires, cultivó durante un tiempo la amistad de Michelangelo Antonioni, hasta que el hambre y los deberes lo obligaron a cruzar el océano donde prosperaron hijos y nietos.

 

Sin embargo, el nono Giorgio jamás abandonó su pasión cinéfila y cuenta la leyenda que la última película que rodó Antonioni antes que la apoplejía lo dejara casi sin habla, resultó en parte financiada por aquel artista frustrado.

 

Se trataba de Identificación de una mujer, que se alzó con la Palma de Oro en Cannes 1982. Los protagonistas de ese filme recorren Venecia buscándose a sí mismos, perdidos entre los fantasmas de un pasado que no volverá. Pero no se entregan a la nostalgia, ese clásico del cualunquismo. En la pérdida, los personajes de Antonioni miran adelante: no hay nada. Sólo el impulso de inventar.

 

El hombre común es el hombre sencillo, el del fútbol, la bandera, la familia; el que grita nació, nació; el que se quiebra y no se sabe si se ríe o si tiene espasmos mientras pucherea murió, murió.

 

Es el que prepara el pavo de las navidades, la fiesta de casamiento de la tribu, el que guarda el secreto familiar bien temperado y más atroz, el que arrastra al nene al putero, a la cancha, al cine de súper acción.

 

El que se jubiló antes de nacer; el que dice: qué barbaridad, o roban pero hacen; el que dice: de algo hay que vivir; el que vota, optimista; el que vuelve a votar, algo decepcionado pero siempre optimista; el que vota otra vez.

 

El que va al Malba, es ese que saluda al rati de la esquina, el mismo que echa gargajos en la vereda del vecino, verdes como espumarajos de gelatina, después del mate mañanero, el que garca puntual, todos los días antes de lavarse los dientes.

 

Ese que tiene una mujer que vive estreñida, el tipo al que la secretaria del trompa lo manda a buscar fasos dieciocho pisos abajo, sólo con un mohín que simula atención y esconde desprecio.

 

Duerme mucho, mal, la pone una vez por semana con las velas encendidas, esas velas espantosas que trajo de Miami o de Cancún.

 

Es el mismo que dice: yo no vi nada, el que nunca ve nada y siempre sale de testigo; es el que corre si lo corren, el abonado a las reuniones de consorcio.

 

Es el tipo ese que saca un perro salchicha asqueroso a mear a la vereda y se pasea con la palita por si la bestia larga un tarugo.

 

Es el mismo que escucha atento las explicaciones del gerente general del banco donde tiene los depósitos que alguna vez le incautaron.

 

Es el que dice: patrona, bruja, mi mujer, mi negra, mi no sé qué, pero siempre con un mi adelante.

 

Es el que llora con el Diego Maradona, con el Burrito Ortega, con Messi, es el que alquila el video de la Salazar abriéndose los cantos.

 

Es el que putea a los ingleses, a los holandeses, a los brasileños, el que grita negro de mierda, brasuca tenías que ser.

 

Es el que vocifera hijos nuestros, el que grita: villero, cabecita negra, judío de mierda.

 

Es el tipo que grita: policía, policía, el que grita gol y putea a los norteamericanos y los aplaude de acuerdo a la tribuna.

 

Es el tipo que no fuma, no se droga, no se emborracha, toma tetra, no sabe nadar, no corre, tiene miedo en el barrio de Barracas a la noche y se siente inhibido en el barrio de Palermo Rúcula todo el día

 

Es el que tiene el culo gordo, de alcahuete, es el cornudo de ocasión, el que sale del teatro diciendo: pero qué actorazo, qué actorazo Ricardo Darín.

 

El cualunquismo es el heredero pacífico de la última dictadura cívico-militar: su clientela es ese sector amplio, mayoritario, la clase media conservadora y aterrorizada, amortizada para nada, asegurada en cementerios y prepagas, aterrorizada por el irreversible deterioro de la situación social.

 

Es esa clase media que no quiere creer pero sabe que la política es un costo, que junta roña y resentimiento. Es la clase que audita las crónicas extremas.

 

Pero estamos listos, en el horno, a fuego lento, y no hay seguros. Igual, no importa, van y ponen la tarasca.

 

Es en esta sociedad. Esta sociedad que ama a la autoridad y las presentaciones de revistas culturales de cuarta en hoteles de cinco estrellas de cuarta.

 

Eso es el cualunquismo.

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