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Cuando el Guadiana se hace Danubio…

 

El río Anas, que servía como frontera entre la Bética y la Lusitania, se ha pronunciado con soberbia. El río se ha crecido porque se ha sentido blasfemado por las lágrimas incesantes de los dioses, tristes por el comportamiento de una España trasnochada. Las lluvias intermitentes, sin pausas, actuaron de despedida en una Pascua aguada. Ahora el río Guadiana es una especie de Danubio Azul. Azul entre verdes de una primavera frustrada. Para los que no conozcan el Danubio es el río que acaricia los pies de Budapest, mar infinito que se atreve adentrarse en una Europa de conflictos, segundo río más largo de Europa, nacido en la Selva Negra alemana, que tuve la oportunidad de conocer hace años y que tiene un cierto parecido a la Pennsylvania norteamericana. El Danubio es profundo y temeroso, de aguas casi negras. El Guadiana, aún siendo el cuarto río más largo de España, es, sin embargo, discreto y humilde, de aguas azules y más cristalinas, sirve de alimento para muchos pueblos extremeños, que viven del campo, de los regadíos, de los cultivos, de infancia.


 

Hoy el Guadiana evoca al Danubio por su poderosa fuerza. Impresionan las imágenes desde el aire como impresionan las fotografías recibidas por Whassapps de amigas cercanas (como la de este post). En Mérida, ya no van al río a ver los fuegos artificiales, tan característicos de épocas festivas, estos días, las orillas del Guadiana están repletas de ciudadanos curiosos que no dejan de tomar fotografías, boquiabiertos ante este fenómeno de la naturaleza. El longevo Puente Romano permanece ciego, con arcos ahogados, mientras el nuevo, el Puente Lusitania, el de Calatrava, se sorprende. No os veo pero os siento desde lejos, como os sentía a orillas del Colorado. Por lo que observo, el agua ha llegado al molino viejo, al recinto ferial, a las canchas de baloncesto, al colegio, al Alcazaba, ha desaparecido nuestro paseo emérito… 

 

¿Dónde han quedado los cultivos de los agricultores que esperaban con alegría la primavera? ¿Qué ha pasado con los pueblos humildes de una Extremadura agrícola que, viviendo ajenos a las realidades urbanitas, tienen el campo como modo de vida? ¿Qué ha pasado con ‘la isla’ de Mérida, ese parque donde los turistas se hacían fotos con bandadas de patos y los emeritenses se iban a hacer deporte y a pasear? ¿Qué ha pasado con los habitantes de Barbaño, un pueblo próximo a Montijo, a pocos kilómetros de Torremayor? En Extremadura sigue lloviendo, según me cuentan, y está en las noticias. Augusta Emérita, su capital, impasible al paso del tiempo

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