Las noticias de salud no suelen abrir los periódicos ni los informativos de televisión, salvo casos muy excepcionales. Pero estas informaciones no tienen sólo que competir con las de política, deportes, etc. sino entre las de su misma temática. Según un estudio publicado en Plos One, los periódicos tienden a cubrir las investigaciones médicas menos rigurosas y de peor calidad.
En concreto el estudio señala que los medios suelen recoger más estudios observacionales que aleatorizados e investigaciones “con una metodología más débil”.
Basta con observar una serie de ejemplos que no parece que vayan a cambiar la historia de la medicina: “Los matrimonios son más felices con hombres feos y mujeres atractivas”; “Hacer la cama es malo para la salud” o “Los ganadores de premios Oscar viven más que los candidatos” (muy al hilo de la actualidad, ya que anoche se celebró la gala).
Precisamente, los Premios Ig-Nobel, organizados por la revista Annals of Improbable Research, llevan más de dos décadas galardonando los estudios más absurdos y curiosos pero es paradójico como en ocasiones los premiados aparecen en los informativos o en la prensa, mientras otras investigaciones más “sesudas” pero quizás con mucha mayor relevancia no tienen sitio en los medios.
Pero el trabajo del que hablaba al principio del post muestra también como la aparición de unos determinados estudios en los medios generalistas tiene repercusión en la propia investigación, puesto que a mayor cobertura mediática también son más citados en las revistas científicas. Es decir, el periodista tiene una doble responsabilidad, tanto con la población en general como con los investigadores y por tanto debe seleccionar los estudios que va a dar a conocer en función de su relevancia y credibilidad (basándose en quién ha realizado la investigación, qué instituciones respaldan el hallazgo o en qué revista científica ha sido publicado).
El periodista tiene que tener siempre en cuenta que entre sus lectores puede haber personas afectadas por la patología a la que se refiere un determinado estudio y por respeto a ellos nunca debe generar unas expectativas irreales, dejando claro por ejemplo si el estudio se ha probado ya en humanos.
En definitiva, lo que debería guiar en última instancia al periodista a la hora de decidir si cubre o no una determinada investigación científica es su sentido común y su experiencia, gracias a la cual habrá acumulado numerosos contactos con científicos expertos en cada campo que le pueden ayudar a separar el grano de la paja.