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Cuando la ley es inmoral

 

¿Cuántas inmoralidades nos hemos permitido legalizar?

 

Me quedo pensando en eso cuando leo[1] que en 2009 la ANEEL, la agencia estatal brasileña encargada de velar por el buen funcionamiento del sector eléctrico, admitió que el cobro de cantidades desorbitadas por un servicio básico era “inmoral, pero legal”. Eso, en un país con una de las tarifas más altas del mundo, donde muchas familias deben escoger entre comer o pagar las cuentas y el alquiler mientras las empresas privadas, a menudo grandes transnacionales como Iberdrola, obtienen pingües beneficios.

 

Inmoral, pero legal, es dejar que mil millones de personas en el mundo se vayan a la cama con hambre o mueran de enfermedades perfectamente prevenibles o curables. Inmorales, y sin embargo legales, son los paraísos fiscales, que concentran según Intermón Oxfam la tercera parte de la riqueza del planeta, y permiten y perpetúan la inmoralidad de que las cien personas más ricas del mundo posean la riqueza necesaria para acabar ¡¡cuatro veces!! con la pobreza extrema, esa que obliga a mil millones de seres humanos a irse cada noche a la cama con hambre.

 

Inmoral y sin embargo legal es que las empresas farmacéuticas extorsionen gobiernos para vender medicamentos que matan, o que son mero placebo en el mejor de los casos; y que el poder de lobby de la industria alimentaria pese más que los derechos de los consumidores a informarse sobre lo que están comiendo, hasta el punto de que somos absolutamente ignorantes de lo que estamos comprando en el supermercado y qué tóxicos se esconden tras esos envoltorios coloridos y brillantes.

 

Inmoral y muy peligroso, pero legal ya en algunos países, es que la multinacional Monsanto comercialice una semilla que se autodestruye para aumentar sus ventas, como inmoral es que las empresas del sector tecnológico -y de casi todos- fabriquen máquinas y gadgets diseñados para durar menos, mucho menos, de lo posible aquello de la obsolescencia programada, un fenómeno atroz que ni siquiera se cuestiona, aunque sea al precio de recrudecer las guerras por obtener las escasas materias primas o aumentar los vertederos tecnológicos.

 

Inmoral y legal es seguir consumiendo plástico, aunque la vida útil de una bolsa no dure más de dos minutos para quedarse después años flotando en las sopas de plástico de los océanos. Inmoral, y perfectamente legal, es que de una camiseta de 29 euros, las trabajadoras que la tejieron perciban apenas 0,18 euros. Inmoral es, en fin, el mismo motor del sistema financiero que mueve el mundo, basado en el cobro de intereses (la usura), en el principio de que el dinero crea dinero, algo que ya Aristóteles consideraba profundamente repulsivo desde el punto de vista moral, y que fue prohibido por todas sociedades, y taxativamente prohibido por las religiones bíblicas, hasta tiempos muy recientes.

 

Inmoral, y sin embargo hegemónico, es seguir sosteniendo que este sistema, orientado únicamente a la maximización del lucro y la acumulación de capital, es el más eficiente y el mejor de los mundos posibles; incluso, se atreven a decir los más osados, el único mundo posible…

 

Considerar los delitos económicos graves como crímenes de lesa humanidad se torna una necesidad urgente en tiempos en que, en medio del cinismo más descarnado, hablamos de eficiencia cuando queremos decir codicia, y los comportamientos inmorales de las empresas, el Estado y las personas particulares son avalados por las leyes. Es inmoral un sistema económico que se sustenta y se perpetúa sobre la lógica de la competencia, cuando no simplemente del despojo, y no sobre la cooperación, la solidaridad o mucho menos la reciprocidad.

 

Por suerte, esa lógica capitalista de la competencia y de la mercantilización y deshumanización de las relaciones sociales, no ha conseguido impregnar aunque vaya si lo intenta toda las áreas de la vida y la sociedad. Pero ha llegado el momento de preguntarnos seriamente hasta cuándo queremos construir sociedades en que lo inmoral es legal y la legalidad se impone sobre los más elementales principios éticos.

 

 

 

 

 

[1]  En Uharte Pozas, Luis Miguel, Las multinacionales en el siglo XXI: impactos múltiples. El caso de Iberdrola en México y en Brasil, Fundación 2015, pág. 127.

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