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Mientras tantoCuando seas mayor

Cuando seas mayor


 

 

Hubo una niña de nueve años a la que le pidieron en el colegio algo la mar de normal: que se dibujara a sí misma de mayor. ¿Cómo serás cuando tengas veinticinco años? (Abro paréntesis y recalco: mayor, veinticinco años). Era una pregunta fácil. Podría haber escogido entre millones de opciones: pilotar un avión, ser neurocirujana, profesora, abogada. La niña, sin embargo, no se dibujó en la cabina de un avión ni delante de una pizarra en la que se leyera 2 +2=4. Ella dibujó una cara sonriente. Ojos brillantes y azules aunque los tuviera marrones. Pelo rubio y lacio aunque lo tuviera castaño. Una diadema blanca y un velo que le caía por encima del pelo hasta los pies. Un vestido blanco con vuelo y un cinturón de brillantes, los mismos que había en la diadema y en los pendientes. Unos guantes que cubrían unas manos amorfas que solo tenían cuatro dedos –las manos, ay, qué difíciles de dibujar–. ¿Que quieres ser de mayor? La niña podría haber dicho lo que repetía el hermano de Llucía Ramis en Todo lo que una tarde murió con las bicicletas: «Yo de mayor quiero que me quieran». Pero la niña aún no sabía si quería ser astronauta o pescatera. Solo sabía que quería casarse. De blanco y con brillantes.

 

Encontré este dibujo en el altillo. En mi altillo de casa. La cursi de los brillantes había sido yo, claro. Pero lo peor de todo es que no había novio en el dibujo, solo aquella deslumbrante novia, que estaba sola en medio de una lámina blanca, y un bocadillo que salía de su boquita de piñón. En el bocadillo se leía: I love you. Sí, esa era yo: Laura Ferrero, nueve años, 3ºA.

 

Me llamó la atención que aquella hubiera sido la elección. Me dio que pensar. En realidad, no sé qué me enseñaron en el colegio y cómo llegué yo a la conclusión de que mi sueño era casarme vestida de princesa. Pero por lo visto lo tenía claro. Me consuela que Lena Dunham contara algo parecido en este artículo que leí hace tiempo.

 

Lo de casarse da mucho de sí. Este fin de semana leí la columna ‘Una boda’ de Pilar Rahola y creo que es la primera vez que he estado de acuerdo con ella en algo. Alguna también yo he escrito sobre bodas, porque es un hecho que la gente sigue casándose, sobre todo en estos meses de primavera. Pero no son las bodas ni los trajes de princesa lo que me preocupa, sino que fue el hallazgo de ese dibujo infantil lo que me hizo pensar en algunas cosas como en la educación que habíamos recibido y en lo que se espera –y esperaba– de las niñas que luego se convertirían en mujeres. No me gustó mucho lo que vi en mis ejercicios del colegio, en mis redacciones, y tampoco los que recuerdos que vinieron a mi cabeza raíz de leerlos. Me pregunte si, más allá de que yo fuera y siga siendo una cursi en toda regla, algún niño de mi clase se habría dibujado a él en el futuro como novio. ¿Pajarita o chaqué y un I love you en un diálogo imaginario con la vida y el amor? No puedo asegurarlo, está claro que no contacté con esos niños para averiguarlo, pero ya os lo digo: 100% que no.

 

Este tema daría para mucho. Lo cierto es que una se cansa de estereotipos y mujeres perfectas que anuncian coches deportivos en ropa interior. Como si esos coches los fueran a conducir ellas y como si fueran a hacerlo en ropa interior, con lo cómodo que es conducir con tacones de infarto y un sujetador que te corta la respiración. Es cansado ver todo esto día tras día, ver que el 80% de las mujeres que protagonizan las películas de Hollywood tienen un único cometido; la consecución de un macho alfa.

 

Una se cansa de todas estas cosas. Sobre todo cuando cae en la cuenta de que todas esas imágenes están íntimamente relacionadas, y que incluso pueden ser la evolución del dibujo inocente de una niña de nueve años de 3ºA.

 

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