Foto de Federico Bianchini: Alejandra López
En Argentina, durante la última dictadura militar, hubo más de quinientos niños secuestrados. Niños que fueron quitados de las manos de sus padres, entregados en adopción por considerar que esa opción era “mejor”. Arrancados de su sangre. Eliminados de su genealogía más directa. Entregados a “opciones mejores”. A “gente de bien”. Si, aunque de escalofríos, hubo gente que se creyó con una suerte de don divino como para apreciar que esa alternativa era mejor que nacer donde debía nacer. Y con quien debía nacer. Poderosamente diabólico.
Muchos de aquellos niños pudieron, con el tiempo y gracias al trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo, recuperar su verdadera identidad, su verdadero origen. Son los nietos. Pese a todo, aún quedan al menos trescientos niños que desconocen absolutamente su verdadera identidad. Piensan que saben dónde nacieron, pero en realidad no saben nada. Viven en una incertidumbre programada por otros. Tal vez nunca lleguen a saber la verdad. La cruel y cierta verdad. Que no se llaman como dicen llamarse. Que el nombre que llevan no es su verdadero nombre. Y sus padres, desaparecidos. No hay lugar para llorarlos, eso significa desaparecidos.
Federico Bianchini escribió recientemente un libro sobre Claudia Poblete Hlaczick. Se llama Tu nombre no es tu nombre. ¿Qué tal resulta enterarte que en realidad no te llamas Mercedes Landa sino Claudia? Tortuoso camino de reconstrucción de identidad. De asimilar y reorganizar sentimientos encontrados. Sentimientos antagónicos, extraños. A los veintiún años te enteras de que todo es mentira. Una farsa. A ver como reconstruimos desde allí.
En el año 2000 un juez citó a Claudia y le dijo que su nombre no era su nombre. Y que sus padres verdaderos, jóvenes militantes de izquierda, habían sido torturados y desaparecidos en 1978. Ella, con solo ocho meses, fue entregada a las personas que la habían criado hasta entonces, sus secuestradores. Vaya si hay cosas que recomponer en una vida, como la de Claudia.
Federico, el autor del libro, me cuenta que, en Argentina, si bien se ha escrito mucho acerca de la dictadura y sus víctimas, poco se había escrito sobre los nietos. Sobre los hijos secuestrados de quienes, en su mayoría, fueron desaparecidos.
¿Qué puede hacer alguien que se entera a los veintiún años que todo lo que conoce es mentira? ¿Hay forma de salir indemne? Esas preguntas fueron el disparador del texto. El hecho de que todavía haya trescientos nietos y nietas que no conocen su verdadera identidad, la confirmación de que el tema sigue siendo actual y necesario.
Me dice Federico.
Le pregunto cuanto silencio hace falta para que estas cosas sucedan.
Me responde.
Me decía Claudia que, según sus cálculos, además de sus apropiadores, alrededor de cien personas conocían lo que había pasado y no dijeron nada (familiares, médicos, enfermeras, militares, etcétera).
Y agrega.
Esto, en un sólo caso. Si pensamos que hubo cerca de quinientos niños y niñas secuestrados, podemos imaginarnos un silencio social enorme, envolvente y aterrador.
Le pregunto que quiso contar con este libro, editado por Libros del K.O. Y me dice:
Creo que el énfasis estuvo puesto en cómo contar esa historia y cómo alcanzar y descifrar las sensaciones y los sentimientos que la protagonista y su entorno fueron teniendo en cada momento de la vida.
…
“Yo no puedo prohibirte que hagas un libro”. Le dijo Claudia a Federico cuando le comentó su idea de escribir un libro acerca de su caso.
Federico me cuenta.
Pero no me interesaba hacer un libro en contra de su voluntad, así que le pedí que lo pensara y que volviéramos a hablar un tiempo después. La siguiente vez que nos vimos me trajo la caja con los casetes del archivo biográfico que Abuelas había armado con las entrevistas a sus familiares: un testimonio histórico, pero, a la vez, un documento muy íntimo. Ésa fue la confirmación de que íbamos por buen camino.
Como bien dice la contratapa del libro, “esta historia real es un ejemplo de cómo el autoritarismo decide sobre la vida y la muerte de sus gobernados, y también se apropia de sus cuerpos y sus biografías”.
Como el francés Emmanuel Carrère, uno de los escritores preferidos de Federico, el autor va presentando poco a poco las situaciones y los personajes, de base real. Se trata, si se quiere, de narrar números que se traduzcan en sentimientos. Despojar esas cantidades de la frialdad propia del simple cálculo matemático y dotar de humanidad aspectos de la historia argentina que no deben ser olvidados nunca para no volver a ser repetidos.
Ya lo dijo Federico.
“…descifrar las sensaciones y los sentimientos que la protagonista y su entorno fueron teniendo en cada momento de la vida”.
Muy bien logrado.