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Mientras tantoCuando usé una técnica de espionaje en 'El País' para escribir un...

Cuando usé una técnica de espionaje en ‘El País’ para escribir un poema


 

Si no lo confiesas no tiene gracia.

Previa. Paseando una mañana de niebla por la ribera del Amur, frontera entre la Unión Soviética y China, no muy lejos de Komsomolsk na Amure, mi primera mujer, rusa, me dijo que le había abordado un agente del KGB y le había propuesto espiar para Moscú desde Madrid, donde vivíamos. Me dijo que el oficial le había mostrado todo lo que ya habían recopilado sobre mí. Nada que no fuera de dominio público: que trabajaba en el diario El País y que mi padre tenía un astillero. Pero veían grandes posibilidades. Declinamos. Al menos, yo decliné. Si nunca acabas de conocerte, ¿qué sabes en realidad del otro, aunque sea tu mujer, o sobre todo si es tu mujer? O, para el caso, ¿qué sabe ella de ti?

 

*    *    *

Siempre me habían intrigado las técnicas que los espías empleaban para avisar a sus contactos de que tenían información, de que les urgía verse, o de que estaban en peligro. Las secciones de anuncios por palabras de los viejos periódicos (cuando esos breves enunciados eran una de sus principales fuentes de ingresos: compra, venta, ofertas, demandas, prostitución, traducción, traspaso…) podían incluir palabras en clave que el destinatario sabría descifrar a partir de un código establecido previamente.

Todo se facilita si logras colocar a un agente en el seno de una organización periodística, y con acceso además a las páginas de tal forma que puedas utilizar el cuerpo de una noticia: por ejemplo, en la sección de internacional, segunda edición, siempre en página par, la 2, la 4, o la 8, los jueves. Rastrea minuciosamente la edición y lee como haría un implacable y minucioso corrector de estilo. Busca en el segundo o tercer párrafo una letra que vaya en cursiva. Una sola, extraviada, como por involuntario error, un descuido de poca monta, en la marejada de letras y palabras que podía quedar inserta por ejemplo en el diario El País.

Durante bastante tiempo, hace treinta años, trabajé como encargado del cierre en la sección de internacional del entonces subtitulado “diario independiente de la mañana”. Entre mis obligaciones, aparte de corregir todas las erratas que se habían colado en la primera edición (la nacional, para que la de Madrid fuera impecable), estaba la de actualizar o introducir, de acuerdo con el redactor jefe de noche, aquellas noticias ocurridas después del cierre de la primera y que ameritaran aparecer al día siguiente en el ejemplar que los lectores de la capital se echarían a la cara en cuanto amaneciera. Así cometí mi pequeño delito. No con tanta precisión ni perversidad como un agente soviético infiltrado en Prisa, la empresa editora, sino como un empleado enamorado de la que con el tiempo sería su segunda mujer, la definitiva. Casi cada noche alteraba una letra dentro de una frase dentro de un párrafo dentro de una noticia dentro de la sección de Internacional. Al día siguiente recortaba el espacio en torno a esa letra y lo pegaba en un folio en blanco. Letra a letra, noche tras noche, acababa dándole sentido al aforismo, al poema, en el que le manifestaba a mi enamorada mis sentimientos. Solo así se podía aclarar el misterio.

No se alteraba ni el fondo ni la forma de la noticia. Tan solo una letra perdida en la muralla china de prosa que había decidido de manera insólita ponerse a bailar sobre una pierna, hacerse cursiva en un compás de redonda, para que la agente compinchada, la que estaba en el secreto de las cosas, descifrara aquel mensaje que no se refería a ningún movimiento de tropas ni de capital, a ningún plan secreto de La Moncloa o del Ministerio de Asuntos Exteriores, ni a las intenciones de la empresa editora. Espero que mis jefes de entonces no se lo tomen a mal. Era una forma de decir te quiero sirviéndose de la cobertura tipográfica de un periódico que hizo del diseño una forma muy eficaz de persuadir de que todo lo que contaba era verdad.

 

[La destinataria me acaba de confirmar que las pruebas del delito están atesoradas en algún lugar en su pueblo natal].

 

 

 

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