Para Clau
Nunca había escuchado a Bob Dylan. Mentí. Siento que durante muchos años solo me dediqué a cubrir esa mentira. ¿Cómo decirle a ella que no había escuchado a su ídolo?
Me compré mi primer disco de Dylan en el viejo Tower Records de la calle 4 y Broadway. Mis botas estaban gastadas. Yo estaba aprendiendo a vivir en la nieve. Escuchando a Dylan, pensaba en ella. En su habitación con una bóveda de plástico transparente donde se veían las estrellas. Ella vivía en una calle empinada, con dos amigos. Y con su novio. Por ella también había leído una novela de Benedetti, comprado un disco de Spinetta. Es curioso cómo uno llega a los músicos y a los autores. Cuando vino Spinetta a tocar en Queens conseguí una entrada. Fui solo. «Ustedes se largaron», le dijo a las decenas de inmigrantes argentinos en el público. «¡Nos largaron, Flaco!», respondió una voz, en la oscuridad anónima del auditorio.
Sin ella no hubiera llegado a Artaud. Pedí el disco desde Brooklyn y éste llegó a los pocos días: tímido, con esa tapa simple de cartulina,verde y amarilla. Uno tendría que saber cuando escucha por primera vez un disco que te cambiará la vida. Tendría que haber escrito un diario en ese momento. Tendría que haberme imaginado el furor con que canté después: Cantata de puentes amarillos, Superchería, Cementerio Club (Todas las hojas son del viento ya la había querido de mucho antes. Pero también).
Spinetta. Cómo olvidar un apellido así. Cómo ignorar una banda que se llama Pescado Rabioso. De alguna manera, yo lo había conseguido durante toda mi adolescencia.
Tal vez en esa sala de su casa en Lima, la primera vez que intenté besarla, escuchando el Unplugged del Flaco, tendría que haberlo confesado. Pero no: persistí. Me quedé dos noches en la costa de New Jersey para ir a un concierto de Bob Dylan en Asbury Park. Cité a Dylan en un par de artículos bastante serios. Me desperté durante dos madrugadas para ver los documentales que dirigió Scorsese: No Direction Home y Rolling Thunder Review. Un profesor de NYU me dio la razón: «En tu bucket list ya puedes marcar: Bob Dylan en concierto».
Pienso mucho en Dylan cuando paso frente a un Diner del Village, en la esquina de la Sétima. Es como si estuviera escuchando todo el tiempo Positively 4th Street.
La última vez que hablé de música con ella fue en su departamento. Me hizo escuchar una canción de Christina Rosenvinge. Me mostró las fotos que había compuesto con el rostro de sus hijos. Le hablé de mi vida en Nueva York. Su vida era desorden. La mía caminaba en otra dirección, muy lejos de casa.
Ella era una postal de otro tiempo. De cuando yo mentía sobre Bob Dylan.