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ArpaCuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo. Crónicas de la Segunda Guerra Mundial

Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo. Crónicas de la Segunda Guerra Mundial

 

Cuando yunque, yunque


Londres, a obscuras


3-­12-­1939

 

Tras pasar por vigésima vez el Canal, esta tarde he caído en un Londres de tal modo disimulado y parapetado contra los ataques aéreos, que apenas si le puedo reconocer. Toda mi erudición, como la del personaje dickensiano Sam Weller, peculiar y extensa, la encuentro enterrada entre sacos de arena, escamoteada bajo el camuflaje o huida hacia no se sabe qué paraderos. Tengo la sensación de estar en una ciudad desconocida.

 

Del Eros de Piccadilly, lo mismo que de la estatua de San Jorge, no queda más que el sitio. Ambas han desaparecido bajo una pirámide protectora.

 

A los obscuros tejados de las grandes fábricas, de los hospitales y las estaciones, les han surgido inesperados colores.

 

La taberna de Simpson, en la Colina de los Cereales, donde se refugia la tradición culinaria inglesa desde hace siglos, se halla resguardada por un imponente parapeto.

 

Envuelta en obscuridad y niebla, la ciudad semeja el fondo de un inmenso océano, y los londinenses, buceando por las calles con sus lámparas eléctricas, parecen peces fosforescentes.

 

 

En medio de este mundo de confusión y pesadilla sigue latiendo sin cesar la circulación y la vida de la gran metrópoli. En la riada del tráfico han aumentado los camiones y disminuido los coches de lujo. Suben y bajan por el Támesis los barcos que cosen el Imperio. Entran y salen los trenes en las veintiocho estaciones. Se elevan y descienden los aviones en los cinco aeródromos.

 

 

Si la guerra exige que Londres permanezca en las sombras y camuflada, exige también que siga trabajando, funcionando y viviendo.

 

En cuanto a vivir, el hotel donde me hospedo ofrece en grandes rótulos luminosos cena a cinco chelines, con baile. “Etiqueta obligatoria”, agrega.

 

Pasado el primer momento de pánico, los londinenses han comenzado a dejar en sus armarios las caretas antigás y han vuelto a sacar las chisteras.

 

Las tiendas están llenas de objetos de lujo. Los cines han reabierto.

 

Un cartel pegado profusamente les dice a los ingleses, desde las paredes: “Con tu coraje, con tu decisión, con tu cortesía, ganaremos la Guerra”.

 

La decisión y el coraje son condiciones que todo pueblo consideraría necesarias en un trance como éste; pero en la invocación de la cortesía se revela precisamente el matiz británico.

 

Por lo demás, los aspectos de la guerra o, mejor dicho, de las guerras, que atraen hoy preferentemente la atención de los londinenses, son la denodada resistencia del David finlandés contra el Goliath bolchevique y la visita del rey Jorge a sus soldados en Francia.

 

Ambos acontecimientos comparten la primera página de los periódicos nocturnos, con la inesperada aparición de las princesitas Isabel y María Rosa en una tienda de “Todo a seis peniques”, para comprar juguetes.

 

Tras esta combinación periodística he reconocido la Inglaterra que yo dejé hace tres años y que el camuflaje y la obscuridad me habían escamoteado. Las cosas no cambian tan fácilmente en esta Isla, a la que Shakespeare llamó “roca”.

 

 

Sesión secreta

 

12-­12­-1939

 

Ni aun en las más graves y urgentes ocasiones se dejan los ingleses arrebatar el privilegio de sus viejas y pintorescas costumbres, sus hábitos tradicionales y su delectación por todo lo ornamental.

 

La sesión secreta que para discutir la posición militar, naval y aérea de Inglaterra tendrá efecto esta tarde en los Comunes irá precedida por una serie de ceremonias y ritos cuya antigüedad se eleva a centurias. Cuando la Cámara entre en el orden del día y comiencen las preguntas, el premier inglés, antes de responder, se dirigirá al speaker, y, usando un giro histórico, dirá que desconfía de los extraños, señalando las galerías públicas. Después, él mismo presentará la moción pidiendo sesión secreta, y automáticamente quedarán desalojadas las tribunas públicas, de prensa y diplomática.

 

Siendo príncipe de Gales Eduardo VII, tuvo en cierta ocasión que abandonar las tribunas de los Pares al comenzar una sesión secreta. Como consecuencia, fue introducida una modificación concediendo a los miembros de la Cámara de los Lores el derecho a presenciar las sesiones secretas de los Comunes.

 

Excepto los Pares de Su Majestad, todo aquel que no sea diputado habrá de dejar no sólo el bello y breve salón de sesiones, sino todas las salas contiguas, mientras las puertas se cierran con tres cerrojos y los agujeros de las llaves y las rendijas de los entrevanos son cuidadosamente tapados con fieltro por diligentes y concienzudos ujieres.

 

 

Las sesiones secretas tienen lugar siempre que la Cámara quiere discutir cuestiones cuyo conocimiento general sería contrario al interés público, y apenas si suelen celebrarse más que durante las guerras. Desde 1914 a 1918 los Comunes tuvieron siete sesiones secretas. La última fue en enero de 1918.

 

Aunque nadie cree que la de hoy pueda revestir gran importancia ni que vayan a ser discutidas cuestiones de enjundia que no conozca el público, el Gobierno ha accedido a celebrarla ante los reiterados deseos de la oposición. Probablemente, los dos principales problemas que habrán de abordarse son el del suministro de municiones y víveres, por un lado, y el financiamiento de dichos suministros, por otro.

 

Dada la libertad con que la prensa está debatiendo tales cuestiones y las numerosas y frecuentes declaraciones que los ministros vienen haciendo sobre ellas, no parece, en realidad, que pueda quedar mucha materia secreta para satisfacer la curiosidad de los señores diputados en la sesión de hoy.

 

Pero mientras los Comunes, en medio de un ceremonial pomposo, discuten los secretos de la guerra, la rueda de la Fortuna, que las guerras suelen manejar tan violenta y caprichosamente, comienza a dar sus vueltas.

 

Esta mañana, algunos mercaderes de Mánchester, Liverpool y Londres, se han encontrado con varios cientos de miles de libras más en sus cuentas corrientes que ayer por la noche. Se los han suministrado balas de algodón que los mercaderes no han visto todavía; balas de algodón situadas en América, que habían sido compradas al comienzo de la guerra por ingleses, como una especulación. De repente, ayer, el algodón subió a ocho peniques la libra. Quien al comienzo de la guerra compró cien balas de algodón y las ha dejado permanecer en América hasta hoy, ha ganado seiscientas libras.

 

 

Graf Spee

15-­12-­1939

 

Gente que no se deja deprimir por los reveses, los ingleses tampoco se exaltan fácilmente con los éxitos. La noticia de la persecución, desmantelamiento y acorralamiento del acorazado de bolsillo Graf Spee, lo mismo que la de que un submarino británico, aquel que dejó pasar al Bremen, ha hundido en el mar del Norte a un submarino alemán, torpedeándolo, no ha sido suficiente para perturbar la plácida aplicación con que John Bull está preparando la Nochebuena.

 

Las calles y las tiendas están estos días invadidas por una enorme y activa muchedumbre, ansiosa de compensar la reducción del día que ocasiona la obscuridad. Parece que la cantidad de dinero en circulación durante la presente semana prenavideña no ha desmerecido de la de ningún otro año.

 

Para los londinenses, tan buenas noticias como las del mar son las que se refieren al alumbrado de la tierra. Desde hace dos días se consiente ya una ligera iluminación de los escaparates. A partir del domingo, un número determinado de lámparas pintadas de negro será distribuido por las calles principales. Nuevos indicios de que el Gobierno va confiándose, cada vez más, en la idea de que la guerra aérea no es tan peligrosa como se temía, lo cual no puede sino tranquilizar a los ingleses.

 

Volviendo a la batalla marítima en las costas de Sudamérica, la situación, vista desde Londres, ofrece la estampa del acorazado de bolsillo alemán refugiado en Montevideo y los cruceros ingleses aguardándole a la salida del puerto. Según las últimas noticias oficiales, los cruceros británicos han sido considerablemente reforzados con otras unidades que han acudido entretanto a reunirse con el Exeter, el Ajax y el Achilles.

 

 

Respecto a los desperfectos sufridos por el primero, aunque no se tienen datos concretos, se supone que no deben ser graves cuando no ha necesitado acogerse a puerto. En cuanto al Graf Spee, entró en puerto con 30 muertos, 72 heridos, la superestructura averiada y varios impactos en el casco.

 

¿Cuál va a ser ahora la suerte del acorazado de bolsillo?

 

Esta es la pregunta que se hace esta noche todo Londres. Una vez que la han descubierto no es fácil que los ingleses dejen su presa. La decisión británica de esperar al Graf Spee hasta que salga del puerto es irrevocable, desde luego; pero no se tiene idea muy clara del tiempo que los uruguayos podrán ofrecerle asilo. El almirantazgo ha reclamado ya que se le obligue a salir dentro de las veinticuatro horas. Según el Derecho Internacional, el Gobierno uruguayo puede concederle, sin embargo, un plazo prudencial para efectuar las reparaciones urgentes. Lo más fácil es que se lo conceda.

 

El Graf Spee es uno de los tres acorazados de bolsillo alemanes que habían sido concluidos en 1936. Sus cañones son de 11 pulgadas, frente al calibre de ocho y seis pulgadas de los cruceros ingleses.

 

 

Primera Navidad en guerra

 

25­-12-­1939

 

Aunque este año los soldados no han tirado las armas para fraternizar, como ocurrió en 1914, cuando alemanes, franceses e ingleses se reunieron a cantar villancicos y repartirse los manjares respectivos, una tregua tácita ha tenido lugar durante las últimas cuarenta y ocho horas.

 

Excepto la persistencia de las patrullas aéreas británicas sobre Heligoland y las demás bases aeronavales del norte de Alemania, no registran los partes actividad bélica alguna. Sin embargo, la vigilancia antiaérea en la Isla no ha sido aminorada un momento.

 

Por el contrario, la circulación de rumores atribuyendo a Hitler el propósito de aprovechar la probable relajación del estado de alerta durante la celebración de las fiestas para intentar un golpe aéreo ha puesto en tensión todos los resortes de la defensa.

 

Así, mientras cuarenta millones de ingleses celebran esta noche la Navidad en sus hogares, medio millón se mantiene ojo avizor y oreja alerta, dispuesto a interceptar cualquier intento contra la Isla.

 

Entre ese medio figuran muchos miles de mujeres. Son las voluntarias que se presentaron desde el primer día para los servicios auxiliares de la defensa pasiva: aristócratas, obreras, estudiantas y profesionales, que atienden teléfonos, portan camillas, etcétera. Acabo de recorrer algunas estaciones de la defensa contra bombardeos y he podido verlas con sus “monos”, atareadas, dispuestas a pasar la noche en vela, mientras sus amigas están vistiéndose los trajes de soirée para los grandes bailes de etiqueta con que Londres ahoga las penas de la guerra.

 

 

Entretanto, la ciudad es hoy, y continuará siéndolo mañana, un desierto. Las calles solitarias infunden casi pavor. Un silencio enorme se remonta sobre tal soledad y solo a través de algunas ventanas suena el eco de la radio.

 

Por la radio, precisamente, ha pronunciado el rey su mensaje al Imperio. Su Majestad fue presentado por el mismo pastor escocés que presentó a su padre con motivo del último mensaje de Jorge V.

 

Antes se habían intercambiado saludos a través de la radio con todas las partes del Imperio.

 

La costumbre de dirigirse a sus súbditos el día de Navidad fue introducida por Jorge V, y aunque el rey actual declaró que no pensaba continuarla, porque estaba demasiado personalmente ligada con su padre, las actuales circunstancias le han aconsejado la conveniencia de hacerlo este año.

 

Jorge VI ha enviado asimismo una postal de Navidad a cada uno de los miembros de las fuerzas de tierra, mar y aire, cualquiera que sea su rango.

 

Los únicos militares de la Isla que no recibirán la postal de Su Majestad británica son los prisioneros alemanes; pero éstos han recibido, en cambio, tantos regalos de ingleses anónimos y sentimentales que no serán de los que pasen peor las fiestas. En todos los campos de prisioneros se han instalado árboles de Noel y un menú especial, a la alemana, les ha sido confeccionado.

 

Respecto a los regalos, tantos recibieron, que un general inglés se consideró obligado a decir por la radio que era excesivo y recomendaba a los donantes que pensaran un poco menos en los prisioneros y un poco más en las viudas y los huérfanos de las víctimas que está produciendo la guerra submarina.

 

 

 

*     *     *

 

Cuando martillo, martillo


La educación de un inglés

 

20-­7-­1943

 

Una reforma de la enseñanza que no hiere a la religión en nombre del leviatán estatal, sin necesidad de declinar los poderes del Estado en las manos de un grupo o institución, que armoniza la enseñanza pública con la privada, la libertad del individuo con la integridad de los principios morales en que se nutre la solera de la nación, que trata de respetar las creencias y las convicciones de todo el mundo, salvaguardando al mismo tiempo los valores permanentes de la civilización cristiana. Tal es la reforma cuyo proyecto ha presentado el ministro de Instrucción Pública, mister Buttler, en forma de Libro Blanco, con objeto de que la opinión pública tenga ocasión de discutirla ampliamente antes de que sea sometida al Parlamento.

 

Una vez que la discusión tenga lugar, y a la vista de las críticas que se hagan en la prensa, la tribuna, las universidades, los ateneos, las sociedades de debate, etcétera, el ministro transformará el Libro Blanco en proyecto de ley. Toda esta discusión tendrá lugar aquí al otoño, mientras la guerra asciende hacia su punto culminante. El Libro Blanco ha venido elaborándose durante dos años por las comisiones de pedagogos, eclesiásticos, burócratas, políticos, representantes de los concejos, sociedades benéficas, sindicatos, etcétera.

 

 

Los dos años en que Inglaterra estuvo con el agua al cuello.

 

Si ustedes se imaginan que la reforma de la enseñanza propuesta por el Gobierno británico al país consiste en cambiar una asignatura del cuarto año al tercero, poner Psicología y Lógica y quitar elementos de Algebra o cosa por el estilo, se equivocan ustedes de medio a medio. Ni en el sistema de enseñanza inglés hay asignaturas con que hacer cubileteos (la enseñanza aquí consiste no en aprobar el tercero de latín, sino en aprender latín, pongo por caso) ni la palabra “reforma” significa en inglés cambiar unas cosas por otras o modificar su orden.

 

En inglés, “reformar” quiere decir mejorar lo existente.

 

Este es el país más reformista del mundo y el más estable. La reforma de la enseñanza no supone que ahora los ingleses, de repente y porque se le ha ocurrido a un ministro o a un Gobierno, van a transformar su educación.

 

La educación de un inglés es una obra de precisión que no ha salido de la cabeza de nadie, sino que ha sido burilada por los siglos. ¿Cuáles son entonces los principales aspectos de la reforma que propone el joven y brillante ministro conservador? La más importante consiste en la elevación de la edad escolar obligatoria a quince años, de momento, y a dieciséis años para después de la guerra, así como la creación de escuelas­cunas para todos los niños entre dos y cinco años. La edad escolar obligatoria comienza ahora a los cinco años. La asistencia a las escuelas­cunas será de todos modos –si el proyecto se aprueba– voluntaria.

 

Además de la creación de las escuelas­cunas y la elevación de la edad escolar y obligatoria a dieciséis años, la reforma propone que la leche que suele repartirse a media mañana y a media tarde, así como la comida del mediodía que ahora se está dando en muchas escuelas, pero no en todas, sea convertido en un hábito general. Igualmente en las diferentes escuelas que hasta ahora sólo tienen a su cargo la inspección de la salud de los chicos, así como el cuidado de los dientes y los ojos, habrán de extenderse a todas las enfermedades las obligaciones de la atención médica.

 

 

En realidad, los hasta aquí descritos son los puntos fundamentales de la reforma.

 

La elevación de la edad escolar en dos años obliga, empero, a una distensión, por así decir, de los centros y sistemas de enseñanza, creando la necesidad de que sean fundadas muchas más escuelas de gramática, técnicas y científicas, las tres categorías en que se divide aquí lo que en España se llama enseñanza secundaria. Hasta estas escuelas ahora sólo llegan aproximadamente la mitad de los chicos ingleses. Una vez instaurada la reforma todos habrán de pasar por ellas.

 

 

Las relaciones con el Estado

 

Entra la reforma también en la cuestión de las relaciones entre la enseñanza privada y el Estado, así como entre éste y la enseñanza religiosa, tema muy complicado, en primer lugar porque comienza ya siendo difícil establecer aquí una divisoria entre la enseñanza pública y la estatal. Las universidades de Oxford y Cambridge, por ejemplo, pueden considerarse como instituciones privadas en el sentido de que el Gobierno ni nombra sus profesores ni les paga ni tiene intervención ninguna en el régimen por el que se rigen ambas universidades, las cuales se gobiernan solo por sus tradiciones y con arreglo a los estatutos de las distintas fundaciones, la mayoría de los cuales se remontan a la Edad Media y están redactados en latín.

 

Exactamente lo mismo ocurre con las mal llamadas “public schools”.

 

Digo mal llamadas porque de públicas tienen muy poco.

 

Por ejemplo, Eton, que se rige por el estatuto que le dio su fundador, Enrique VI, hace quinientos años, es totalmente independiente del Gobierno inglés, y para que un ministro de Educación pudiera intervenir en el régimen de enseñanza de Eton o en el nombramiento de sus profesores, tendría antes que haber una revolución en Inglaterra. Quien dice Eton dice Harrow, Winchester, Rugby o cualquiera otra de las grandes public schools elaboradoras de la grandeza británica.

 

 

Una de las cosas que propone mister Butler es la creación de mayor número de becas para que pueda ascender cada vez más el cuantioso número de chicos procedentes de las escuelas nacionales, es decir, de las clases obreras y medias bajas, que son las que se educan aquí en las escuelas nacionales, a las public schools.

 

En cuanto a las escuelas de carácter religioso, lo que afecta especialmente a los católicos y judíos, la reforma ofrece a aquellos que lo quieran la posibilidad de que todos sus gastos sean pagados por el Estado (hasta ahora el Estado paga una parte y las comunidades correspondientes otra), pero con la condición de que el Estado pueda nombrar los maestros, aunque dejando siempre la alta inspección en manos de las autoridades religiosas. Las que no lo quieran podrán continuar disfrutando del actual régimen, si bien tendrán, desde luego, que conceder a los niños las mismas facilidades que las escuelas nacionales, sobre todo por lo que se refiere al suministro de leche y comida, así como los servicios médicos.

 

Por lo demás, en todas las escuelas nacionales seguirá siendo obligatoria la enseñanza religiosa, y la lección de cada día deberá comenzar con un acto de devoción y una oración, tanto en las escuelas primarias como en las de gramática, las científicas o las técnicas. Sin embargo, el maestro o profesor que no quiera tomar parte en dicho acto de devoción y oración será eximido de ello, como será eximido todo chico cuyos padres lo soliciten así expresamente.

 

Otros detalles secundarios de la reforma han de quedarse para otra ocasión, so pena de hacer este cable demasiado largo; pero creo que en lo que dejo dicho hasta aquí he expuesto sus principales rasgos y dilucidado, dentro de lo posible, su espíritu. Este es el mismo espíritu que encontramos siempre tras el sistema gubernamental inglés, y que consiste, antes que en imponer la opinión del Gobierno a todo el mundo, en armonizar las opiniones de todo el mundo dentro de la la labor del Gobierno.

 

 

Leitmotiv del Imperio

 

5-­8-­1943

 

La grande e inesperada victoria de Smuts en las elecciones de Sudáfrica constituye la nueva e inequívoca muestra del espíritu de solidaridad y hermandad que une al Imperio británico. En medio de la disgregación política y social, el ambiente, la unidad, la armonía y solidez del Imperio británico es uno de los pocos espectáculos reconfortantes y tranquilizadores hacia donde puede volverse la vista sin sentir sensación de vértigo. Guiado por sus viejas y tradicionales instituciones, ajeno a pueriles modas y con los oídos tapados al canto de las sirenas engañosas, firme, pero sereno y noble, dominado sólo por la idea de libertad individual y el respeto a la persona humana, el Imperio británico es, a la vez que un ejemplo una esperanza, una garantía de que ni el desorden, ni la barbarie, ni la tiranía podrán enseñorearse del mundo. El hecho de que sea posible celebrar unas elecciones en plena guerra, sin un solo disturbio ni una discrepancia violenta, es ya por sí sólo un indicio del civilismo y la educación que los anglosajones han sabido inculcar doquiera que han puesto su planta. Sudáfrica es el más joven de los dominios y el último de los territorios incorporados a la comunidad británica, con el que Inglaterra ha tenido una guerra dura hace sólo cuarenta y cinco años, y, además, el único dominio donde existe una opinión separatista relativamente fuerte y que desde el comienzo ha estado abiertamente contra la participación de Sudáfrica en la actual guerra. Sin embargo, al preguntársele ahora al pueblo sudafricano si quiere o no seguir enviando sus hijos a morir en esa lejana conflagración y gastando sus recursos en alimentarla, libremente y sin la menor coacción –como las elecciones se hacen siempre en territorio británico– el pueblo, por inmensa mayoría, ofrece una respuesta afirmativa.

 

 

¿Qué misterio y qué arcano secreto se esconde tras este inmenso Imperio, en el que tantos, tan separados y tan diversos eslabones se mueven al unísono, sin una sola vacilación, durante una conflagración como la actual, que ha dividido, escindido y precipitado al borde de la guerra países establecidos homogéneamente desde hace miles de años? ¿Por qué unos franceses, pongo por ejemplo, luchan contra otros, y, en cambio, neozelandeses, australianos, canadienses y sudafricanos se ayudan mutuamente con todos los británicos como un solo hombre?

 

 

Fórmula de éxito

 

La respuesta no es ninguna cuestión de cabalística, sino una simple lección de historia y política. El mundo británico está unido porque su base no descansa en principio ideológico, teoría o utopía alguno, sino simplemente en la tradición, la razón y la libertad. Libertad, razón y tradición reconcilian y unen del mismo modo que las utopías, la arbitrariedad y la tiranía desunen e irritan.

 

Una de las grandes tonterías –mezcla de tontería y vileza– entre las muchas que han ido circulando por ahí estos últimos años es la de creer que pueden inventarse ele la noche a la mañana nuevos sistemas de gobernar a los hombres y dirigirles, nuevos sistemas económicos o nuevos sistemas sociales, lo cual es como si usted quisiera inventar de repente una nueva flora o una nueva fauna. No hay más que un modo de gobernar a los hombres con éxito, por lo menos no le ha habido desde que existe memoria histórica: es el de respetar sus costumbres, sus leyes y sus libertades.

 

 

Respetar las libertades, las leyes y las costumbres de cada uno es el leitmotiv del Imperio británico y la sencilla fórmula de su éxito.

 

Que el Imperio británico tiene también sus problemas sin resolver, sus dificultades y sus defectos, nadie puede negarlo, Pero sus defectos, dificultades y problemas son el producto natural e insoslayable de toda sociedad humana. Lo importante, y en ello consiste su sabiduría, es que el régimen político que los ingleses siguen en su Imperio, como en la metrópoli, está inspirado en la idea de solucionarlos en vez de erizarlos artificiosamente.

 

 

El “divieso” de Inglaterra


Fíjense ustedes en el hecho de que en ninguna de las partes del Imperio, excepto la propia Gran Bretaña, ha sido introducido el servicio militar obligatorio y que aun hoy los millones de canadienses, africanos, australianos, neozelandeses, indios y judíos que luchan y mueren en una guerra originada por la garantía que Inglaterra le dio a Polonia sin pedirle consentimiento a ellos, mueren y luchan voluntariamente. Cualquiera de los dominios, si hubiera querido, hubiese podido negarse a declarar la guerra al Reich en septiembre de 1939, seguro de que ello no llevaría consigo la menor represalia por parte de la metrópoli o los demás miembros de la comunidad imperial, como ha pasado con Irlanda. La neutralidad de Irlanda ha constituido y constituye todavía un “divieso” tan grave como doloroso, al costado de la Gran Bretaña, pero a nadie se le ha ocurrido aquí vulnerarla, igual que no se le ha ocurrido a Irlanda impedir que miles de irlandeses hayan pasado el canal de la Mancha para tomar las armas voluntariamente en defensa del Imperio.

 

 

Con Norteamérica, el Imperio británico es quizá la única gran comunidad mundial donde el comunismo no tiene ni ha tenido en ningún momento influencia ni importancia alguna. En todo el Imperio británico existe sólo, y a manera de curiosidad, como los ejemplares raros de los parques zoológicos, un diputado comunista. En los Estados Unidos, donde el humor ejerce menos influencia que en Inglaterra, ni uno. Los anglosajones ni siquiera odian al comunismo; lo desprecian sencillamente como la expresión más brutal, torpe y contraria a la dignidad humana que pueda imaginarse. Lo desprecian como desprecian a toda exageración y opresión, a todo lo que no está en concordancia con el curso de sus tradiciones. En último caso, la gran fuerza, la corriente defensora y vivificadora del imperio británico es la tradición.

 

 

El salto sobre Italia


3­-9-­1943

 

A la misma hora en que la guerra entraba en el quinto año, las tropas anglosajonas han abierto su último acto penetrando en el continente, dispuestas a dar el golpe de gracia a Italia, dejar sin uno de sus puntos de apoyo al Eje y coger del revés las posiciones alemanas sobre el Mediterráneo, los Balcanes y Francia.

 

Si alguna sorpresa ha provocado aquí el desembarco sobre Italia, es su tardanza después del victorioso remate de la campaña siciliana. Muchas gentes creen que este retraso se ha debido, empero, no a causas puramente bélicas, sino a otras razones menos tangibles y más ocultas, cuyo producto puede cosecharse ahora de un momento a otro.

 

La idea de que las tropas italianas no harán más que una resistencia simbólica, semejante a la que opusieron algunas fuerzas francesas cuando el desembarco del norte de África, está muy extendida aquí, hasta el punto de que a nadie le extrañaría que si las tropas anglosajonas logran consolidar sus cabezas de puente y hacerse firmes en tierra italiana, el segundo acto de la operación consista en la solicitud de condiciones para capitular por parte de Italia. El general Eisenhower –se dice aquí– tiene amplias instrucciones y poderes absolutos, como general en jefe, para resolver cualquier emergencia que pudiera presentarse.

 

 

De tal manera descartan aquí la posibilidad de que Italia pueda intentar siquiera presentar lucha “auténtica”, que las únicas especulaciones que pueden oírse respecto a la oposición con que habrán de encontrarse los anglosajones giran alrededor de las fuerzas alemanas situadas en la península. Estas pueden equivaler a varias divisiones, reforzadas por la considerable cantidad de material y hombres que lograron salvar de Sicilia, y apoyadas por un número de cazas bastante considerable, situados en el centro de Italia. Pero, sin fuerzas de bombardeo aéreo y sin protección marítima, todo lo más que los alemanes podrán conseguir es batirse en retirada. Nadie parece creer aquí que estén en condiciones de establecer una línea sólida, por lo menos hasta el río Po.

 

Del único comunicado que se conoce hasta la hora en que cablegrafío, sólo puede deducirse que el desembarco no fué lanzado por todas las fuerzas disponibles a un tiempo, sino –siguiendo la proverbial táctica anglosajona– por una pequeña parte de ellas, correspondientes al veterano Octavo ejército. Ello quiere decir que todo el ejército norteamericano que se halla en Sicilia, así como el ejército situado todavía en Túnez, amén de enormes refuerzos en camino, ha sido dejado a la expectativa para lanzarlo por donde convenga en el momento oportuno.

 

Aunque, como les dejo dicho a ustedes, aquí se considera que los generales del Eje –con las fuerzas italianas desmoralizadas, con las comunicaciones desarticuladas por bombardeos aéreos y navales aliados, sin protección marítima y con muy pequeñas fuerzas aéreas– tienen una tarea nada envidiable, no se olvida que la de desembarcar en territorio enemigo, formado por una gran nación y auxiliado por un aliado poderoso, no es tampoco fácil. A nadie le extrañaría en Inglaterra que, dentro de la imagen optimista que se forman las gentes aquí, surgiera más de una mancha durante los próximos días o semanas.

 

Todas las posibles precauciones para ablandar la resistencia han sido tomadas. Aparte de aquellas de carácter político, cuya enumeración no sería oportuna, los anglosajones han venido echando un lazo tras otro a las piernas de la resistencia italogermana durante los últimos días. La aviación de bombardeo ha arrasado las comunicaciones que conducen hacia el sur, ha descrito un dogal de bombas alrededor de Nápoles, aislando totalmente aquella ciudad, mientras los acorazados Rodney y Nelson, secundados por numerosos cruceros y destructores, han ido silenciando una batería de costa después de la otra. Incursiones de infantería, cuyo objeto era probar las defensas y tomar contacto con los elementos pro anglosajones, han estado penetrando en la costa italiana continuamente durante las dos últimas semanas.

 

Entretanto, la suerte de la extraordinaria escuadra italiana comienza ahora a ser objeto de grandes especulaciones. Toda la posibilidad de acción por parte de la misma es descontada, entre otras razones, debido a que se halla escindida en dos –una parte en el Adriático y otra en el Tirreno–, y, además, porque, aunque tiene todavía ocho o nueve acorazados y unos diez o doce cruceros, no cuenta con destructores suficientes para protegerlos. Al parecer, la mayor parte se hallan en la base de Spezia, cerca de Génova, en tanto que en Nápoles se hallan un acorazado y dos cruceros. Otro acorazado está en Tarento y otro en Brindisi. En Ancona está varado un acorazado, que se halla en construcción, y, probablemente, también en Trieste están ancladas algunas unidades.

 

 

 

 

Estos textos pertenecen al arranque de los dos bloques de Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo, que acaba de publicar la editorial Libros del Asteroide, y que recoge crónicas publicadas por el autor en el diario La Vanguardia.

 

 

 

 

Augusto Assía, seudónimo de Felipe Fernández Armesto, nació en A Mezquita (Ourense, España) en 1906. Periodista precoz, pubió sus primeros artículos en el diario El Pueblo Gallego, de Vigo. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Santiago de Compostela, amplió estudios en Berlín, desde donde empezó a colaborar con La Vanguardia, diario en el que escribió duante la mayor parte de su vida. Expulsado de la Alemania nazi por sus crónicas críticas con el nacionalsocialismo, fue enviado como corresponsal a Londres, papel que después desempeñaría en Bonn, Nueva York y Washington.

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