Antes del amanecer, de que se despierten todos, incluso la lluvia. Antes de volver a la escollera, a comprobar los estragos del mar furioso, que no ceja ni cuando la noche nos hermana entre los meridianos que nos acunan como una oración sintáctica que mecen los paréntesis.
A veces me quedo sin ánimos, perplejo, incapaz de sobreponerme a mi propio miedo, y sobre todo de repasar lo que yo mismo decía: ¿De qué tenemos tanto miedo? Se me amontonan los papeles en una muralla china hecha de tinta y buenos propósitos, como si la prosa se pudiera convertir en una almadía en la que pasar de las pesadillas a la orilla de la realidad. Si dudamos es que existimos. Tal vez.
Ha llegado la hora de dejar de ponerse estupendos. Antes de que las primeras luces muestren los cadáveres: hojas, animales, compatriotas de Homs.
Ha llegado el momento de hacer recuento, de decir lo que callamos por conveniencia, de ser no más astutos, sino más cuerdos.
Para eso sirven los puntos y aparte. Para que respire el pensamiento, para que no tengamos que mostrar las tripas, la espina dorsal de un razonamiento que no tiene consistencia. Por eso nos gusta hablar de las cañas de bambú que crecían en las afueras de las casas inasequibles de la infancia, como si tuvieran que ver con los Trópicos, con el deseo de viajar, de alejarse, de ser por fin otro en otra parte. ¿Así empezó a cuajar el país de los engaños?
Escribe claro en un mundo todavía oscuro, antes de que amanezca y compruebes que los que se fueron siguen en silencio, aunque el sueño a veces los convoque.
Pongo el pie en un acelerador que si supiera lo que digo diría de partículas, y que tal vez lo sea. Me asomo a la ventana sin levantarme de la mesa a la que me siento antes de desayunar, de pensar en nadie más que tú, de hacer acopio de palabras que se han ido quedando en los bordes de la mesa, en las arrugas que van coronando los nudillos, en la función clorofílica, en los periódicos que había recortado porque me iban a servir para encender una hoguera, levantar una escenografía, una barricada contra la riada de lo inevitable. Contra frases como estas.
¿Cómo abriga una frase? ¿Cuánto? Mucho. Lo sé por cuenta ajena.